0: Prólogo

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Los antepasados de aquella tierra la consagraron bajo el nombre de El Reino del Triunfo. Formado a través del tiempo por 10 generaciones de competentes dirigentes, se trataba de un lugar próspero y fértil. Un vergel para sus habitantes.

Vivía un gran momento de esplendor, y en parte era gracias a su rey, Michel Reché II. Era sin duda de los monarcas más nobles de entre sus contemporáneos. De carácter bondadoso, generoso con los señores feudales bajo su gobierno, y también con las personas más humildes del territorio. Querido por la mayoría, odiado por una minoría.

Su reino era objeto de ataques por parte de países vecinos, puesto que la tierra era de gran riqueza. Sus más acérrimos enemigos eran los tineteos, procedentes de Gestmusin, quienes ansiaban con codicia el Reino. A pesar de una pactada tregua, de forma imprevista, decidieron romperla, saqueando varias aldeas.
Michel debía responder, y esta vez decidió tomar las armas para hacer desaparecer aquella amenaza de su pueblo.

Mandó a sus más avezados soldados dirigir su ejército hacia la victoria, mientras él daba órdenes desde su castillo. Su castillo, su refugio, el que compartía con lo único que le quedaba de luz en el mundo, Alba.

Alba Reché de Guillory. Era su única hija, la que sería heredera de su reino. Tras la muerte de su madre, decidió protegerla a toda costa, asegurarle un buen lugar. Le dio la mejor educación posible, enseñándole valiosas lecciones para poder gobernar en el futuro. Alba tenía un extraño interés por las armas, deseaba ir al campo de batalla, pero Michel se negaba ante tal petición. No permitiría que una dama como ella arriesgase su vida y su estirpe en tales circunstancias.

Quería darla en matrimonio y que de ésta forma también continuase su legado. El pretendiente elegido fue Carlos el Correcto, un respetado lord de un país aliado. Su unión reforzaría lazos y daría lugar a una nueva generación de herederos. Y Carlos era un hombre digno y bueno. Sin embargo, Michel respetaba la opinión de su hija a este respecto.

—Padre, os ruego tiempo para formar una decisión. Desearía contemplar otras posibilidades.

Esa era la constante acerca del asunto. No podía más que esperar. Alba debía de estar conforme con lo acordado, él no haría nada hasta que ella aceptase.

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De esta forma el tiempo pasaba entre agotadoras campañas contra los tineteos. Las zonas del norte estaban bien protegidas, el mar ayudaba a ello...las del sur eran las que más sufrían. Mandó regimientos de apoyo, reclutó nuevos soldados, y también formó a nuevos capitanes, capaces de llevar la responsabilidad de tal misión. Entre ellos destacaron nombres que tardaría en olvidar.

Sir Damion Kauffmann, caballero procedente de la lejana tierra germánica que había jurado lealtad al rey, destacado entre sus compañeros por su ambición y astucia...
Y Natalia Archibald, una joven dama que llamó la atención del monarca por ser de cuna humilde, hija de granjeros, y que llegó a la capitanía por su fogosidad y valor en las batallas. Además, poseía un gran sentido de la justicia, y una lealtad de hierro.

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En el día 10 de octubre de nuestro año 1219, se haría aquesta ceremonia donde el rey Michel les daría los honoríficos de capitanes a treinta fieros soldados, con la entrega de un bando real. Su hija Alba haría los honores, en presencia de los consejeros de la corte, la nobleza más allegada y los militares de alto rango.

Uno a uno, los futuros capitanes se postraron ante ella, mientras la heredera de rubios cabellos pasaba el bando por sus cabezas.
Se fijó en la actitud de aquella mujer, Natalia. Con auténtica devoción y decisión, miró a los ojos de Alba mientras repetía el voto que ya pronunciaron los otros capitanes, postrada y con una de sus manos sobre la armadura de su pecho.

—Juro servir fielmente a mi reino, protegiendo a mi rey y a su familia, sin importar si he de vertir mi sangre por ellos.

A Alba le estremecía aquel pacto hacia ella y su padre, y lo hacía más aún contemplándolo en los ojos de la fiel Natalia. No dudó en que lo decía con toda la verdad que se pudiera tener. Alba tenía un sexto sentido para ver el interior de las personas, aunque no lo considerase magia, como predicaban algunos curanderos de la zona.

La soldado bajó su cabeza, y Alba deslizó el lustroso bando por su cuello. Quizás esa mujer fuese la elegida para su plan. Para lo que tenía pensado, necesitaba a una persona que no dudase en dar su vida por ella.

Y Alba la había encontrado.

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Bajo el mismo Estandarte // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora