10: La búsqueda de la esperanza

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Una suave brisa hizo que poco a poco tomase consciencia de todo de nuevo. Sintió su respiración lenta y pausada, su cuerpo dolorido...sus cargados ojos, que fue abriendo con mucho pesar.

Observó el lugar donde estaba y frunció el ceño. No reconocía aquel sitio. Una habitación con los postes de madera iluminada por una pequeña ventana, sin nada más que unos cuantos botes de barro por el suelo, un cuenco con agua y las mantas donde suponía que había dormido.
Respirando hondo y alarmada por el desconocimiento del lugar, intentó levantarse.

—¡Agh-!—reprimió un grito de dolor cuando sus costillas se quejaron por el movimiento—.

¿Dónde estaba? ¿Y dónde estaba Alba? Se quedó sentada y bajó su mirada a la profunda herida, palpándola. Se sorprendió al notar que tenía unos vendajes limpios, y que ya no sangraba, la habían curado. Con esfuerzo, la morena intentó estirar su brazo para coger su espada, que reposaba en uno de los rincones de la habitación.

—Ni se te ocurra moverte un centímetro más—le ordenó una autoritaria voz a sus espaldas—.

Giró  alarmada, y cuando sus ojos conectaron con los suyos, no evitó que una sonrisa de alivio se esbozase en su rostro.

—¡Alba!

Ante la pronunciación de su nombre por parte de Natalia, la rubia contuvo unas lágrimas mientras se agachaba y le abrazaba con anhelo, dejando su cara enterrada en sus hombros. La capitana cerró los ojos, le acarició su espalda suavemente y se dejó impregnar con su presencia.

Aquel abrazo le supo a hogar.

—No sabes cuánto echaba de menos oír tu voz...—pronunció con palabras quebradas la princesa—.

El sentimiento de bienestar que le sobrevino a Natalia casi le hizo olvidar el hecho de que aún no sabía nada de qué es lo que había sucedido. Su último recuerdo era cabalgando cuando huían del castillo. Desconocía si se encontraban en un lugar seguro. Apartó con cuidado a la princesa, contemplando su rostro. Ella la miraba tras el aguado brillo de aquellos ojos.

—Alteza...¿dónde nos encontramos? No recuerdo nada, os pido disculpas...

—Ni se te ocurra disculparte, Natalia. Estás aquí de milagro—la princesa dejó salir el aire de sus pulmones, aún le costaba llevar toda la situación—Y no te preocupes. Estamos a salvo, aquí no han llegado todavía noticias sobre la revuelta.

Natalia miró confundida a su princesa. No recordaba nada, pero sí que sabía que no se habían llegado a alejar tanto como para estar en un lugar libre de persecución. Ante la actitud de la morena, la rubia sonrió.

—Estamos en la costa, en el puerto de El Epè. Es la ciudad más alejada al noroeste del reino, limitando con nuestro país vecino, Francia.

—¿Cómo...?—preguntó aún más confusa—Pero...si no estábamos ni a mitad de camino cuando...—intentó recordar, pero era inútil—...cuando quedé inconsciente...

A Alba le apenaba verla así. No se quitaba de la cabeza la eterna deuda que tenía con ella. Tomó la mano de Natalia entre las suyas para tranquilizar sus pensamientos y que le prestara atención.

—A ver...Cuando...perdiste el conocimiento, tuvimos la suerte de estar cerca de una pequeña aldea. Te cambié el vendaje de mala manera por otro improvisado y conseguí cargarte encima de Eilan. Nos acercamos a la aldea y busqué ayuda. Y me encontré con Mjek, un amable médico que nos ofreció una de sus estancias para quedarnos. Te curó y cuidó muy bien, gracias a él estás aquí.

Bajo el mismo Estandarte // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora