Capítulo 33: Piso 3, Prostíbulo

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La sangre se deslizó por la pared, cuando la cabeza de aquel hombre se reventó por el impacto. Incluso por lo desagradable de la escena, se le podía considerar una muerte rápida y piadosa en comparación a la forma en que habían caído sus otros compañeros. Ninguno de ellos logró hacerle frente al monstruo que tenían en frente, uno que no dudaba, no perdonaba y que no fallaba. Uno tras otro los atacantes con trajes de hospital terminaron perdiendo la vida, y su sangre terminó por teñir de rojo todo el pasillo, mientras que los cadáveres se acumulaban como si fuesen basura. O por lo menos así lo eran para el hombre que había provocado aquella masacre. Sus manos manchadas eran prueba de ello. Pequeñas gotas de sudor corrían por su frente, y su respiración se había vuelto irregular por el cansancio. Había perdido la noción del tiempo y maldecía por ello. Miró a su alrededor, hacia el desastre que había provocado, pero en su rostro no se reflejó ni una sola emoción. Sus ojos dorados solo lo contemplaban como algo que ya se había repetido demasiadas veces. Aquellos extraños se habían abalanzado sin temor ante una muerte segura, y asesinar a alguien que desea la muerte… le causaba ni la más mínima satisfacción.

Con un solo tirón arranco de su brazo, el  trozo de cristal que uno de los atacantes había logrado clavar en su carne. El líquido rojo brotó por la reciente herida y se deslizo por su piel, hasta mezclarse con la sangre que teñían sus manos. Miró con desprecio aquel fragmento, para luego simplemente tirarlo al suelo y pasar sobre él. El dolor no era un impedimento para que siguiese adelante, nunca lo había sido.

Sus pasos continuaron firmes y los lamentos que se hacían cada vez más fuertes, no lograron distraerle. Lo que hubiese detrás de aquellas puertas no era su asunto, no le importaba. Por ahora solo tenía una cosa en mente, incluso cuando no fuese del todo su agrado, estaba dispuesto a llevarlo a cabo. Tomó la pistola entre sus manos y revisó el cargador, el cual se encontraba vacío. Un completo desperdicio. Se dijo a sí mismo. Pero al haber sido un grupo tan grande, no tuvo más alternativa que recurrir a una salida fácil, y de haber sido un mejor tirador no se habrían perdido tantas balas. Dio un pesado suspiro y puso el arma en la parte trasera de su cinturón. Quedarse lloriqueando por lo ocurrido no le ayudaba de nada. Para él no tenía caso lamentarse por algo que ya estaba hecho.

Ahora el asunto era encontrar a la chica, pero en este laberinto aquello resultaba muy difícil. Sobre todo porque si no se mantenía atento, terminaría como uno más de los cadáveres que decoraban el lugar. Al menos los cuerpos hacían fácil saber por cual camino ya había cruzado. Aunque también el cansancio comenzaba cobrar factura en su cuerpo, el cual se hacía más lento y pesado de lo normal. Por lo que cada encuentro se volvía más y más tedioso. Y el pensar en que aún faltaban otros dos pisos, no mejoraba para nada su estado de ánimo. Sin embargo caminar en círculos y ser atacado constantemente, le bajaría los ánimos a cualquiera. Elías tomó la ruta a su derecha, solo para encontrarse con otro pasillo infinito y mal iluminado; los cuales solo parecían existir para fastidiarle aún más la existencia. Se ahorró las ganas de golpear la pared y simplemente se limitó a continuar con otro camino.

– Mocosa estúpida – gruñe al dar con un callejón sin salida – esto no hubiese pasado si no se hubiese quedado atrás. No soy su maldito 911 para ir por ella a cada cinco minutos – añade pateando un escombro del suelo.

– Nadie te obliga a hacerlo – le comenta una voz proveniente detrás de él.

Pero antes de que pueda darse la media vuelta, siente el profundo pinchazo en la parte superior de su pierna. Solo tardó un segundo en quitarse aquel dardo, el cual ya se encontraba vacío. Arrojó el objeto lejos de él y se volteó hacia el hombre que aun sostenía el arma en su mano. Su mirada impasible solo se veía opacada por la cicatriz que cruzaba su rostro. Elías volvió a apuñar el cuchillo y se abalanzó hacia aquel extraño. No le importaba de quien se tratase aquel hombre, para él, todos en ese lugar eran sus enemigos y debían ser eliminados. Aquel sujeto con traje a rayas, no sé movió ni un centímetro de su lugar, mientras que la distancia que los separaba se hacía cada vez menor. No obstante, su tranquilidad era completamente justificada.

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