Capítulo 20: Charlotte Evergarden

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Como de costumbre la oficina de la doctora Agatha Persa lucia impecablemente limpia, con aquellos colores neutros que daba la reconfortante sensación de paz para sus pacientes. En uno de los muros se podían apreciar todos los títulos de sus diferentes doctorados en psicología y medicina y entre otros diferentes reconocimientos en dichos campos. Su consulta siempre estaba llena de libros y revistas de múltiples intereses, todo con la finalidad de brindar una buena acogida para las personas, puestos que no había nada mejor que entregar un ambiente seguro y de confianza para todos aquellos que llegaban llenos de problemas ante una de las mejores psiquiatras de la ciudad. La mujer de rubia cabellera que llevaba tomada en una apretada moña, escribía tranquilamente en una libreta mientras estaba sentada en un acolchado sillón blanco. Más que otra cosa eran pequeñas frases o puntos importantes que le iba contando la joven que reposaba sobre el diván de cuero marrón. De vez en cuando comentaba alguna cosa o preguntaba algo en específico respecto al tema, pero por lo general solo se quedaba escuchando el relato de su joven paciente, una con la que ya estaba familiarizada y cuyo caso había estado siguiendo de cerca desde la primera sesión que habían tenido.

La esbelta mujer acomoda sus anteojos y observa a la chica que tiene al lado, cuya expresión es tan plana que hace difícil poder saber en qué estaba pensando, incluso su tono de voz era neutral sin importar el tema que abarcara, sin duda alguna era un caso difícil, pero como a todo buen profesional, a la doctora Persia le encantaban los desafíos, y este sin duda era uno de los más complicados que se había topado en sus 28 años de  carrera.

– ¿Y cómo ha ido todo en la escuela? – pregunta mientras anota algo en su libreta.

La chica la mira de reojo y luego vuelve a centrar su mirada hacia el ventilador del techo que giraba perezosamente.

–Todo igual, supongo – murmura sin demasiado interés.

–Suena a que no estás muy contenta – se cruza de piernas para tener una posición más cómoda – ¿No te gusta la escuela? En tu última sesión mencionaste algo de estar cansada ¿de qué estas cansada?

Hay breva silencio en donde la tenue música de fondo impide que sea más incómodo de lo normal.

–De las personas – murmura luego de un momento – Cada vez que me ven, lo hacen con esos ojos llenos de lastima, como si se estuvieran disculpando de algo. No me gusta que me miren de esa forma, como si fuera alguien que estuviese a punto de morir por una enfermedad terminal… lo odio.

–Odiar es una palabra muy fuerte.

–Es un sentimiento de aversión hacia alguna persona o cosa y repugnancia por la misma, yo diría que es la palabra adecuada.

–Entiendo ¿Cómo lo explicarías con tus propias palabras?

La joven rubia entrecierra sus ojos un instante tratando de encontrar las palabras adecuada para aquella interrogante, explicar un sentimiento nunca es fácil sin importar que tan fuerte ardiera dentro de la persona, ya que simplemente las palabras no bastaban para describir como se sentía.

–Lo siento, pero no puedo hacer eso – murmura cerrando sus ojos – no sé cómo describir algo como eso ¿es extraño?

–No realmente – responde cambiando de página para seguir escribiendo – Charlotte, me entere de que has estado faltando un poco a clases.

–No me he sentido muy bien – murmura por lo bajo – yo… simplemente ya no quiero hacer nada, es como si siempre estuviese cansada.

–Aquello podemos atribuirlo a tus medicamentos, cambiaron algunas de las pastillas y aumentaron las dosis, podemos tratar eso, no te preocupes – hace una pausa en donde revisa todas sus anotaciones – ahora ¿Qué me puedes decir de Amanda?

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