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"Miradas"

Al día siguiente, Millie y yo recibimos con una impaciencia fingida a que nuestros padres llegaran de su escapada romántica, procurando aparentar la mayor normalidad posible.

Cuando llegaron, ni siquiera me molesté en contarles a mamá y a David que Millie me encerró toda lo noche en el sótano y trajo a un chico a casa. Porque de haberlo hecho, ahora mismo Millie no tendría casa para correr, es decir, estaría castigada más o menos de por vida.

Sin embargo, al día siguiente no le dirigí la palabra. Tampoco me molesté en mirarla, para que fuera olvidándose de sus imaginaciones de que yo estoy enamorado de ella.

Esperé impaciente a que llegara la tarde, deseoso de bajar al mugriento sótano, sólo para ver a Sadie de nuevo. Necesitaba verla, necesitaba escuchar su dulce voz y oler su aroma a margaritas blancas.

Después de comer, mi madre y David disfrutaron de una tarde juntos de descanso y películas antiguas, Millie se marchó de casa con la falsa excusa de que iba a ir en bici hasta el pueblo, e iba hacia la biblioteca pública, para estudiar. Tanto ella como yo sabíamos que lo que en realidad iba a hacer era reunirse con Jacob en algún claro del bosque, para enrollarse, como la noche anterior.

Y yo, me dirigí hacia la cocina, sin ser visto, y cogí una chocolatina. Repetí el mismo plan del día anterior, y bajé las escaleras hacia al abandonado sótano.

Al llegar, extraje del bolsillo trasero de mi pantalón el delgado pasador de color plateado que me regaló aquel ángel de ojos de océano y cabello de fuego.
Lo introduje en la cerradura, le di un par de vueltas y la puerta se abrió ante mí.

Ansioso, entré y pronuncié el nombre de Sadie, recorriendo la habitación con la mirada, buscando su presencia. La encontré sentada en un rincón mugriento de la estancia, abrazada a sus piernas, con la cabeza gacha y escondida entre sus rodillas. Llevaba un vestido nuevo, aunque también blanco, de media manga y un pequeño lazo magenta en la parte del busto, llevaba la ondulada melena recogida en una trenza medio desecha hacia un lado e iba descalza, como siempre.

Al oír mis pisadas crujir ruidosamente en la vieja madera del suelo, alzó la mirada y esbozó una tímida sonrisa:

- ¡Has venido!- exclamó emocionada.- Pensé que no volverías...

- ¿Por qué no iba a venir? Jamás incumplo una promesa.- aseguré y le tendí la chocolatina robada de mi cocina.

Con cierta timidez, extendió el brazo para cogerla. Agarró de uno de los extremos del plástico que la envolvía y tiró de el, para deshacerse del envoltorio.
Se la acercó a la boca, pero no la abrió. Al ver la chocolatina rozar sus rojos labios, quedé anonadado observándolos. Eran tan perfectos...la curvatura del labio superior, el ligero brillante en el lateral, los surcos de su labio inferior...eran los labios más perfectos que mis ojos habían contemplado. Inconscientemente, me llevé dos dedos y acaricié los míos soñando despierto las cosas prohibidas que yo haría con sus labios.

- No puedo.- dijo apartando la golosina de su rostro, lo cual me hizo despertar bruscamente de mi trance.

- ¿Por qué?- dije rápidamente, tratando de parecer extrañado.

- Porque...- inhaló una bocanada de aire - Me estás mirando fijamente, y eso me inquieta.

Mis mejillas no tardaron mucho en adquirir un color similar al de su cabello.

- ¿A qué....te refieres?- pregunté con una alteración muy notable.

- Uh, nada.- dio un mordisco a la chocolatina - Da igual.

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Muchísimas gracias por leerme, en serio. Ustedes son lo mejor.

Espero que les esté gustando la historia. ☆

S H E [Fadie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora