Capitulo 21. Sombras.

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          —Tú tienes cara de Noah—pronunció en la sala de maternidad.

Al otro extremo se encontraba Nathan, cubierto por tubos que le permitían la respiración y alambres conectados a su corazón para monitorearlo. Había pasado una mala noche, aparecieron complicaciones en sus pequeños pulmones que le impedían respirar con normalidad y las pasantes del área de pediatría se encargaban de controlar la situación.

Noah por su parte, comenzaba a mejorar. Un pequeño tubo pasaba por su nariz para proporcionarle el oxígeno suficiente, pero parecía dormir plácidamente aún más que su gemelo.

La enfermera le había concedido 10 minutos con sus bebés; y aún a través del vidrio, podía sentir la marea cálida de amor de mamá al ver sus diminutas extremidades. Estaba ansiosa por cargarlos en sus brazos, pero las indicaciones eran aproximadamente 3 semanas más en la incubadora para mantenerlos sanos.

Caminó unos cuantos pasos más después de despedirse de Noah para situarse a un lado de la simulación de cuna de Nathan. Su pecho se levantaba lentamente y algunas veces movía su bracito, como sintiendo la presencia de mamá a su costado. Gen metió su delgada mano por la abertura de la incubadora y acarició su pierna, acto que estremeció a la pequeña criatura y lleno de ternura a la joven madre.

Observó de nuevo su rostro aunque difícilmente pudo apreciarlo por las molestas aplicaciones médicas debido al tratamiento de recuperación. Advertio una notoria marca, aunque pequeña, en lo que parecía ser su ceja derecha, una marca de su padre.

Sonrió con ternura, movió la cabeza con desaprobación y soltó un suspiro; desearía poder compartir toda la alegría que sentía con los recién nacidos al lado de Charlie, pero cada vez que intentaba arreglar la situación, a su mente llegaba la traición con tanta fuerza que lo único que podía hacer era odiarlo, por engañarla de tal forma.

—Señorita, es suficiente—ordenó una pasante.

La chica acarició una vez más a su pequeño, retiro la mano y se dio media vuelta para salir. Acomodo el protector buconasal, la bata de maternidad y el paño en el lugar que había estado visitando por semanas enteras después de la concepción.

Con la piel pegada a los huesos, las piernas flacas que apenas sostenían a su delgado cuerpo y las ojeras debajo de sus ojos salió de aquel rincón, lo único que podía animarla a seguir viviendo eran esas pequeñas criaturas, porque de otro modo, nada tendría ningún sentido.

Pensó en Charlie y sus ojos se llenaron otra vez, quería verlo feliz, tomando su mano y abrazándola por la espalda. Llenándola de besos, dejándola descansar sobre sus fuertes brazos. Sus gestos se arrugaron haciendo un puchero antes de dejar salir las gotas interminables de llanto, quería rendirse.

Irse muy lejos, eso parecía una buena opción. Sus huesos ardían, el dolor continuaba en sus músculos pero nada le importaba. Los bocados no iban más allá de sus labios y sus ojos estaban hinchados por dormir no máximo a una hora, estaba tan cansada y a punto de rendirse.

Papá esperaba fuera en el auto. El corazón del señor Janseen se estrujaba al verla tan rota, pero hacia todo lo posible por mantenerla feliz. La recogía en la escuela, el hospital, compraba cosas que necesitaba, la llevaba al parque que visitaban cuando era pequeña, le compraba un helado después de pasar una tarde entera con ella; pero su sonrisa no renacía y en lugar de eso, solo obtenía la débil silueta de sus labios curvearse.

La señora Janseen también hacía un esfuerzo, al igual que el chico de los penetrantes ojos azules. Nada lograba llenar su corazón.

Las notas de clase comenzaron a subir, obtenía el mejor promedio, las felicitaciones de maestros reconocidos, los diplomas elegantes enmarcados para situarlos en la pared. Todo eran sombras de la chica que se refugiaba en deberes académicos para olvidar las heridas que llevaba por dentro.

Mantenía en su dedo esquelético su anillo de boda, grabado con una pequeña inicial de Charlie. Lo veía cada vez que sentía morir y volvía a su mente los recuerdos felices que paso. El reflejo del anillo alumbraba un poquito su razón permitiéndole seguir luchando.

Después de terminar con las tareas del día, miraba afligida por el ventanal el cielo estrellado con la luna resplandecer, contaba cada estrella que se atravesaba en su vista y al perder la cuenta, volvía a empezar. Cuando sus ojos pesaban, miraba más allá de los techos oscuros de las casas a las copas de los árboles mecerse con el fresco aire que sentía recorrerle por la piel, se cubría un poco con la manta, pero ni eso quitaba el escalofrío que sentía su osamenta. Situaba la mirada en un punto fijo y se perdía entre pensamientos crueles y devastadores.

Las manecillas del reloj corrían con lentitud, los segundos parecían eternos, el cansancio se alimentaba de su cuerpo comiéndosela viva. Pero nada de eso le importaba, no sin Charlie.

Para la mañana siguiente, cubrió con un gorro sus delgados cabellos, se talló los ojos con pereza para descansar un poco. Colocó unos jeans que apenas y ajustaban a su cadera flaca y una sudadera holgada que escondió sus costillas, los calcetines acolchonados que abrazaban sus dedos y sus tenis habituales, cargó la mochila y se dirigió al colegio sin probar bocado.

Metió a sus orejas los auriculares, cerró los ojos y se concentró en la melodía; melancólica por cierto. Alex prefería no interrumpir y solo conducía hasta el destino, al arribar, abría su puerta y continuaba en silencio detrás de ella.

La observaba cabizbaja, pensativa, distraída del mundo. Ajena a todo a su alrededor, sus cabellos se levantaban ligeramente y se posicionaban en sus rojizos pómulos, su tersa piel, aunque maltratada, seguía brillando. Le parecía ver a la mujer más preciosa del mundo, o al menos la que sus ojos podían apreciar. Pero se quedaba en silencio admirándola, preguntándose como era posible que a una pequeña criatura de su talla le hicieran tanto daño.

No quería, pero su corazón comenzaba a latir por aquella chica en penumbras.

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