Capítulo 29. Razones de sobra.

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          —Todo está en tu mente Génesis.

          —Gen.

          —¿Qué?

          —Génesis es un nombre muy largo.

El médico se tomo la barbilla y sonrió, sus gestos juguetones incomodaban a la chica.

          —¿Le parece gracioso?—agregó furiosa.

          —Me pareces graciosa.

La insolencia de Brice le ardía la sangre, explotaba su orgullo y articulaba sus palabras hirientes.

          —Me parece estúpido.

          —Yo también ya lo creo—caminó hasta el borde de la cama y recargo sus palmas en los extremos—estúpido el hecho de que afirmes que tu corazón duele por amor.

Los ojos se le clavaron a Brice de inmediato. No estaba jugando y mucho menos con lo que sus células epiteliales derrochaban.

          —Vamos—volvió a recitar burlón—de amor nadie se muere.

Tenía razón; el amor dolía, causaba heridas, golpeaba con puño fuerte. Y aunque uno deseare que un fuego ardiente le quemara hasta extinguirlo con tal de despreciar aquel absurdo sentimiento llamado amor, nadie terminaba por finalmente morir.

          —Son niñerías—recalcó y cruzó los brazos—tu salud es grave por que tu organismo no ha hecho un buen trabajo laboral extrayendo los nutrientes necesarios de los alimentos que consumes para poder mantenerse estable. Tu cabeza arde porque seguramente has pasado más de una semana con los músculos de los tendones tensos y tus huesos, cielos, creo que esta de más aclararte que tu estúpido orgullo ha formulado cuestiones depresivas en tu cabeza que te han llevado a pensar que comer, ingerir o tragar es muchísimo menos importante y que lo mejor para tus cansados músculos es pasar el día recostada en la habitación de un hospital numerada con el 303 en lugar de reforzar tu sistema inmunológico y nervioso.

Gen también cruzó los brazos. No soportaba las palabras del médico, pero de alguna forma su razón le exigía prestar atención. 

          —Los antidepresivos y fármacos medicados a los pacientes con supuestos traumatismos depresivos son una porquería—continuó—no los necesitas.

          —¿Acaso importa?

          —¿Perdón?

          —¿Porqué habría de importarle si los necesito o no?—regañó—no me conoce ni yo a usted y no tengo el más mínimo interés en conocerlo; sólo deme un puto fármaco y la situación se controla. No quiero escuchar sus razones médicas, sólo quiero apaciguar lo que siento.

Miro llorosa al ventanal de la habitación; Brice decidió callar y escuchar lo que tenía que decir.

          —Quiero volver a ser yo. Un maldito enfermo de la cabeza abuso de todas mis extremidades y por si fuese poco decidió sembrar una semilla en mi vientre que bien podría devolverme un poco de la felicidad que se esfumo el día que ese imbécil arrebato mis esperanzas y sueños; Dios, o lo que sea que exista me arrebato a esa pequeña criatura de los brazos sin ni siquiera poder verle la carita para acariciarsela. Mi padre quebró todas mis ilusiones cuando decidió por su propia cuenta que lo mejor para todos fue encontrar una mujer más joven, más bella que mi madre para terminar de pasar el resto de los días de vida que le quedasen. Y ahora, el chico que juré fuese el amor de mi vida, se ha ido también. Todo esto convirtiéndome en un maldito monstruo perturbado de la mente—agregó sin aliento—estoy segura que no necesito sus necios consejos, sólo requiero apagar las llamaradas que me consumen.

Brice se rascó la barbilla de nuevo, un silencio penetró la habitación y ninguno se atrevía a mirar al otro dentro de ella. Después de una sarta de reflexivos hechos, por fin rompió el hielo.

          —Las llamaradas pueden apagarse por sí solas si lo deseas. No diré más.

Estiro su piernas para permitirse caminar y marcharse. Gen se quedó muda después de dar explicaciones sobre lo que sentía y recogió todas sus partes corporales en posición fetal, para perderse en el abismo en el que se encontraba últimamente.

Una jeringa le atravesó la vena para recabar muestras de sangre; la enfermera de pómulos enormes la observó distraída, sin presentar signos de dolor ante los piquetes como cualquier otro paciente normal de su calaña haría. Vio sus ojos apagados, sin destellar, sin ninguna razón para brillar. Limpió con la torunda de algodón con delicadeza y salió disparada hacia el laboratorio.

Hasta las ganas de querer moverse se le estaba esfumando poco a poco, se quedó quieta, sentada incorrectamente con la espalda jorobada, perdida entre pensamientos.

          —No vas a quitarle el alimento a esos pequeños cuerpos también—amonestó el médico Brice—ellos no tienen ninguna culpa de tus desórdenes mentales.

          —No estoy de humor.

          —No me importa—reprendió de nuevo—es hora de la merienda.

          —No quiero verles.

          —No te pregunté.

Las mismas frases de su amado Charlie, con el mismo tono grave y ronco de voz que poseía. De mala gana aceptó a Noah, cargado por otra de las enfermeras del hospital.

Pasó los dedos por su diminuta cabeza rozándole los cabellos que apenas se asomaban, mientras Noah cumplía con su cometido. Sus dedos se apoyaron sobre el pecho de la chica y sus ojos rasgados, escasamente asomaban unas pupilas esplendorosas que la atrapaban. Arrulló un par de veces a la criatura y siguió mimando al bebé.

Brice le entrego el suero habitual; Gen lo tomo y con pocas ganas sorbió de la pajilla. Despacio fue vaciando la bolsa de aluminio, pensando en Charlie y haciendo la cuenta de los días que pasaba sin él.

          —Siquiera obedeces—formuló.

Persistente ignoró de nuevo los comentarios de Brice, dejó de lado la bolsa de aluminio y se recostó de lado evitándolo.

          —Mañana será un día pesado, sugiero reposo absoluto señorita trastornos depresivos—añadió burlón.

El frió ondulaba las ramas de los árboles que se podían apreciar desde la ventana posicionada en el cuarto de la chica. No estaba viendo las hojas caer de los árboles, ni las luces que adornaban las múltiples calles, ni los carros o cualquiese vehículo que atravesara el pavimento. Se analizaba así misma a través del espejo que la reflejaba, prestó atención a su desfigurada cara, al flaco brazo en el que estaba recargada, al pelo opaco que le caía en el rostro condicionado así por la falta de vitaminas en su organismo o cualquier otro estúpido hecho médico articulado por Brice para explicar su condición de salud. Cuestionó enseguida a su razón, exigiendo una explicación coherente y suficiente para exponer el porqué Charlie le abandono por Riley y sin rodeos le contestó.

Era estúpida. Su cobardía tuviese que ver para perderle tan repentinamente. Su belleza no llenaba sus expectativas y el afecto que alguna vez él le mostró era producto de toda la lástima que le ocasionaba tenerla cerca y verla tan frágil. Entonces no debía preguntar más, entonces sabía que Riley era una mujer llena de cualidades y características apreciadas por Charlie y por eso, no sentía ninguna necesidad de permanecer a su lado.

Porque era estúpida, porque no era más que un saco de huesos cubierto de piel que daba lástima. Porque no era suficiente para llenar el hueco que la gente comúnmente llama amor. Porque sus sentimientos estaban tan aflorados que cualquier pequeño roce le hacía llorar.

Y quizás era eso, sí. No había otras razones. Entendió todo. 

Mi buen amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora