Capítulo 31. Penumbras.

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Agosto 13.

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Lo extraño un poco más cada día, es como si se hubiese llevado mi corazón entre sus manos. Y se fue muy pronto, como si sus pies caminasen con tanta prisa, que ni miró que detrás dejaba mi pobre alma desconsolada.

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          —¡Buenos días!—gritó Brice entrando por la puerta con uniforme deportivo.

          —Buenos días—ignoró con la pluma en la mano.

          —Hoy es viernes de ejercicio, no de pasar todo el día sentado como imbécil escribiendo absurdos letreríos.

Habría pasado más o menos cuatro semanas internada en el cubículo escuchando las explícitas descripciones de Brice a todo lo que hacía, que ya no le importasen. La voz en su cabeza hablaba aún más maleducadamente, así que lo que dijera su médico era cosa insignificante.

Y con gracia y audacia, arrojó a los ojos de la chica un uniforme similar al que el médico portaba.

          —Son las 6 de la mañana—rechistó tirando las prendas al suelo—no lo haré.

          —Tengo permiso para sostener tus muñecas de la cama si es necesario, así que vístete, 5 minutos—ordenó abandonando la sala.

Gen rodó los ojos por enésima vez y aceptó. No le quedaba más que seguir las indicaciones si al menos quería recuperar a sus bebés.

          —¡4!—anunció con voz ronca.

          —¡Ya voy!

Apresurada por las indicaciones de su médico, sostuvo los pies sobre el frío pavimento cubierto con azulejo blanco y reluciente del hospital; tomó los jeans que pronto dejaron ver su esquelética figura, quitó la bata por encima de sus hombros sintiendo escalofríos recorrerle los huesos y colocó la remera en su lugar, finalmente abrochó la sudadera para cubrirse y metió los pies sobre los tenis que le concedieron.

          —¡2!—molestó Brice.

 Volvió a ver el cuaderno donde habría empezado a escribir sobre Charlie, suspiro acariciando la pasta y lo cerró. si no podría hablar con Charlie al menos podría plasmar en líneas lo mucho que le amaba, sin importar qué habría sucedido.

          —El tiempo se agotó—mencionó Brice ignorando el cuaderno, que seguramente contendría los más profundos sentimientos de la chica.

          —¿Qué se supone que haremos?

          —Ejercicio, tonta.

Brice le cogió del brazo y caminó con ella sobre los pasillos del hospital. Mientras observaba a su alrededor se dio cuenta de que quizás habría pasado tanto tiempo en camilla que ya no recordaba los sonidos de la gente hablando, quejándose, riendo o simplemente cuchicheando; aunque lo más habitual en el hospital eran quejas y súplicas. Un niño de menos de 4 años caminaba tomado de la mano de su madre, con un suero inyectado a su vena y una diminuta bata, más delante, una anciana daba amor a su marido antes de que partiera a una cirugía. Pensó entonces que, las penas que afligían a su alma embargándola con tristeza eran mínimas en comparación con el sufrimiento y dolor de las personas a su alrededor y por ello, tan sólo por tener la dicha de ponerse en pie aunque fuese a quebrarse por su extrema delgadez o llenar sus pulmones con aires limpios provenientes de fuentes libres, o seguir observando con sus cansados ojos los colores que componían al mundo aunque sólo tuviese un extendido catálogo de colores grisáceos y obscuros, debía ganar la batalla que se liberaba en su interior.

Pero era tan difícil librarla. Todo estaba tan oscuro y en penumbras, como la fría noche de invierno. No había estrellas que iluminaran el cielo y por tanto, sólo existía un firmamento vacío y sombrío. Las luces de todo el universo se encontraban en total umbrío, las calles estaban repletas de neblina abundante y densa que no dejaba ver más que sombras escabrosas. Y en medio de todo este frío, cruel y despiadado mundo se encontraba la chica buscando la salida.

Un tropiezo la trajo de vuelta al mundo en el que Brice la tomaba del brazo llevándola a la cancha del hospital. El sol resplandecía, pero Gen era incapaz de notar los bellos rayos del sol pegándose a su rostro. 

          —10 vueltas a la cancha—estableció Brice.

          —Esto es una tontería.

          —Corre—desafío con la mirada.

Como pudo, trotó al primer poste que se encontraba sólo a unos cuántos metros de su posición pero el corazón se le agito a tal grado que sus ojos comenzaron a llenarse de la neblina que componía al agrisado mundo.

Despertó unos segundos después con el aire entrándole en los huesos y agotada, con su médico posado a su lado analizando la cancha.

          —Todavía te faltan 10 km—regañó de brazos cruzados.

          —Hijo de puta—maldijo en un suspiro.

Apenas sostuvo los brazos sobre el pavimento y se reincorporó a la cancha. Un mareo le lleno la cabeza de movimientos rápidos que le confundieron los ojos haciéndole ver más de un Brice.

          —Corre—recalcó en cada palabra.

          —No quiero—opuso—estoy exhausta.

          —No me importa.

Renegando una vez más, movió los pies con apenas unos pasos, se detuvo unos segundos para respirar y sostuvo los brazos sobre las rodillas. Sus pulmones comenzaban a fallarle y por eso, el oxígeno que entraba a ellos se desvanecía tan pronto. 

Hizo caso omiso a los evidentes signos asmáticos que estaba presentando, caminó los centímetros que la falta de respiración le permitió y se desplomó sobre el suelo.

          —¿Cariño?—preguntó Charlie.

Se removió unos centímetros en la camilla del hospital, la luz cegaba dilatando sus pupilas y el tubo que le proporcionaba oxígeno parecía estorboso. Cerro los ojos para descansar de aquel interminable sufrimiento, pero escuchó una vez más la dulce voz de su amado y supo que no era ningún sueño.

          —Gen—volvió a llamar.

Con los ojos entreabiertos trató de enfocar su mirada; le vio con los ojos brillantes, el cabello alborotado y las expresiones en su rostro mostraban más que preocupación, las arrugas de su frente le decían todo.

          —Sácame de aquí, por favor—suplicó.

Charlie tragó saliva, estaba acostumbrado a escuchar las súplicas de la chica en momentos tan difíciles, pero esta en particular le partía el alma.

          —No debo—aclaró acariciando su frente.

Agobiada entonces, agachó la mirada con aflicción en el corazón. Cerro los ojos una vez más para ignorar al chico presente en la sala y odiarle un poco más por abandonarle en un hospital médico con un profesional especializado en hacerla palidecer como el médico Brice.


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