Capítulo 34. Sin ti, no.

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        —Un paro cardio respiratorio—pronosticó Brice.

Charlie reposaba pasmado sobre el escritorio, sin atender a las respuestas médicas. Una llamada al celular le habría cambiado la vida en un segundo; una chica al teléfono avisándole que el corazón de Gen se detuvo a filo de las 12:08 pm del día.

Sus ojos se igualaban a los de la chica a la última vez que pudo verle, estar con ella; rojizos, hinchados de tanto llorar. Todo sucedió en cuestión de horas, horas que habría pasado sola, que seguramente habría sufrido tanto hasta calarle a los huesos y eso le mataba, que en las penas que la embargaban no había contado con nadie que le acariciara el alma. Era un monstruo; más que Ruben, más que su padre. Le daño el alma, le arrebato su luz interior, le arranco el corazón abandonándola por perseguir sus sueños, la abofeteó con toda la mano al confesarle su traición con Riley. Y para agregar más cerezas al postre, se olvidó completamente de ella en sus momentos más frágiles, donde había jurado quedarse para siempre.

Y ahora ya era muy tarde, ya no podía verle de nuevo, ni tomarle la mano, ni besarle la frente. Falló completamente a las promesas que juró ante Dios, ante su madre, ante su padre y ante él mismo. No había vuelta atrás y no se atrevía a verle después de que el personal médico se encargara de trasladarla a otro pequeño cubículo más frío, más desolado, lleno de cuerpos sin vida.

En su interior guardaba la primera impresión que tuvieron sus ojos al verle en aquel mesa banco del colegio. Una Gen con mejillas sonrosadas, con el cabello rizado cayéndole por la espalda, tomando apuntes de todo lo que el profesor decía; un acto que le pareció absurdo, pues no habría necesidad de anotar el palabrero. Y aunque sólo la observaba de reojo para no ser tan obvio, podía notar que le brillaban los ojos y que recargarse la mano sobre la mejilla no le impedía que notara las risitas que se le escapaban, creyendo en que sus oídos habrían escuchado a la voz más angelical que jamás ha existido.

Pero ya era muy tarde.

          —Señor Puth—habló de nuevo Brice—es necesario que firme

Con la mente bloqueada siguió sin despegar la vista del suelo, observando a través de los recuerdos de su mente el glorioso rostro de la chica. Nada tenía sentido sin ella y el sólo pensar que la luz interior se le habría esfumado tan pronto, lo hizo confiar plenamente en el ogro que se había convertido.

          —No puedo sin ella—susurró en un último aliento, para quebrarse en llanto.

          —Sí que puedes—molestó burlón—le abandonaste, supongo que no importa mucho.

Su tan lastimado corazón sintió que le clavasen una estaca de extremo a extremo al escucharle decir las últimas palabras; pero no se iba a alebrestar, ni a tomar represalias con el médico presente, porque en el fondo sabía que era lo más acertado que podría expresar y entonces, sólo se guardo a sí mismo la herida profunda que le recordaba la basura que habría sido con su preciada Gen.

          —¿Puedes firmar ahora?—renegó por enésima vez—es fundamental para el proceso.

No quería irse, pues irse suponía un sin fin de días vacíos y tristes, ausentes de estrellas que iluminan y llenan de vida. Irse implicaba aceptar que jamás volvería a cruzar las puertas de par en par que se encontraban en el edificio para ver a la chica, porque ahora, las rejillas del panteón tomarían su lugar. Sus ojazos llenos de ternura e inocencia pronto yacerían debajo de la propia tierra siendo devorados por gusanos. Irse significaba perderle totalmente y le asustaba el tan sólo imaginárselo.

—Todo es culpa mía—contestó.

—Sin duda alguna—atacó—pero es tarde para remordimientos.

Vio el papel que le ofrecía la figura médica frente suya; con dolor en el pecho y alfileres en el corazón, logró articular los dedos y firmar sobre el escrito. Cuando terminó volvió a la oscura realidad que le ofrecía el mundo; un mundo gris sin la presencia de su amada Gen.

Brice se ocupó de otros asuntos médicos. Salió del lugar y caminó entre los pasillos hasta llegar a la sala donde se encontraba Gen; y entonces lágrimas también rodaron por sus ojos a ver su cuerpo desolado, lúgubre y apagado de la chica, porque si bien un médico siempre se lamenta por la pérdida de sus pacientes, la chica le habría transmitido el cariño suficiente cómo para que su corazón se le estrujase más que ante cualquier otro aquejado.

Charlie también abandonó la zona, pero su caso era totalmente distinto al de Brice; porque Brice no lograba visualizar el brillo que tenían sus ojos, porque Brice no la llevaba dentro del corazón como él. Quizás Brice habría tenido la fortuna de conocerle unos cuantos meses; pero para Charlie significaba una vida entera. Y ahora todo eran solo memorias y recuerdos impregnados en su mente.
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          —¡No!—gritó agitado y sudando interminablemente por los poros.

El sol entraba por la ventana, la casa lucia tal cual se habría visto la noche anterior, la esencia impregnada de Gen graabada por cada rincón; aunque su ausencia se sentía aún más en tan inmensa casa.

Charlie exaltado, viendo a su alrededor,  tomándose la cabeza intentando remediar la migraña presente y tratando de acomodar sus pensamientos. Envuelto en sábanas empapadas de fluidos corporales, pálido del susto y aterrado por la situación.

Un mal sueño, una mala noche.

Mi buen amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora