Capítulo 32. Partida.

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          —¿Cuántas horas has dormido?

          —Una—respondió indiferente.

          —¿Cuándo fue la última vez que probaste bocado?

          —No lo sé.

          —¿No lo sabes?—atacó Brice—Génesis; has pasado más de una semana descuidando tu salud, no soy imbécil.

          —Quiero irme.

          —Noah está enfermo del corazón.

          —¿Qué?—regresó con ojos llorosos.

          —Tu cuerpo no le proporcionó la salud suficiente y por ello, su corazón es débil.

Brice se rascó la barbilla, la vio con expresión seria y se cruzó de brazos esperando la reacción de la chica,

          —Pero ¿se repondrá?—preguntó nerviosa.

          —No lo hará si lo único que le llena es suero de este hospital.

La chica tomó asiento en la camilla, recargo la espalda sobre la cabecera y cobijó ambas manos; la piel pegada a los huesos empezaba a ser frágil ante el frío. 

          —Y si quieres verle, tendrás que reponerte primero—ordenó.

Brice abandonó la sala dejándole el nudo en la garganta, su mente estaba tan ocupada en Charlie que habría olvidado que dos criaturas dependían ahora de ella. Sus ojos secos soltaron una vez más lágrimas que parecieren llenar un inmenso lago profundo, un lago en el que se ahogaba un poco cada día más con interminables agobios y heridas en el corazón.

Cobarde.

          —¡Cállate!—gritó a sus palabreros internos.

Deja de llorar.

Estúpida.

          —¡Para ya!

Mírate.

Un completo desastre.

A nadie le importas un carajo.

El mundo está mejor sin ti.

Y lo último le hizo pensar que no era lo suficientemente valiente como para enfrentar sus desórdenes emocionales y luchar aunque fuese por sus dos bebés. Tendría razón aquella voz interna que no paraba de recordarle lo bruta que fuera, quizás sí. Entonces ni lo pensó dos segundos más para renunciar a lo poco que le quedaba en el cuerpo, la pequeña pizca de felicidad que tendría. Vio una vez más a su alrededor, lo blanco de las sábanas cubriéndole los huesos, el acolchonado cojín a sus espaldas que ponía cómodas sus extremidades, el ruido de la tele entrándole a los oídos; todo exactamente seguiría igual si ella no estuviese en la cama centrada a la habitación y miró una vez más al espejo que se reflejaba en la ventana viendo una vez más lo que sería una escabrosa figura de la chica deformada y huesuda, entonces pensó que lo único que cambiaría sería su rostro mal formado en ese ventanal, sin reflejarse, a causa de su ausencia.

A su mente le volvió la primera vez que logró admirar el rostro perfecto de Charlie; sí, el día que por los motivos que fuese llegaría tarde a su primer día de clase y después de unos cuantos minutos revelaría que sus colores favoritos serían los obscuros. Paradójico a la realidad, si Charlie era completamente luz, luz que iluminaba su vida, su razón, su existir. Pero esa luz ahora iluminaba otros cielos. 

Estaba tan dependiente emocional de él que ahora que se había ido no tenía por más que seguir, ni siquiera por esas dos pequeñas razones que había guardado en su vientre en más de 9 meses. Su alma había de acabar de apagarse después de haber confirmado por los labios de su amado Charlie que le traicionaba con otra mujer.

Nadie sufriría por su partida; su padre gozaba de una vida dichosa a lado de su nueva familia, los gemelos Puth tendrían todo lo que siempre quisieran al lado de sus prestigiosos abuelos, su madre, pronto encontraría un hombre que le amase profundamente por mil años más y Charlie, por su puesto, desde hace 6 meses que estaba plenamente feliz con Riley. Además, no tenía ninguna razón para permanecer a lado de una chica que sufría de trastornos mentales y delirios emocionales. Ella sólo representaba un peso más para su vida y no tendría porque cargar con eso.

Pero una parte de su corazón estaba tan molesto de ser tan frágil para no luchar por lo que alguna vez le hizo feliz. Le faltaba el coraje necesario para vencer la depresión que se le había metido hasta los tendones y salir a tomar de la mano al amor más grande que tenía. Pero la otra mitad estaba tan cansada, que le hacía pensar que merecía todo el dolor que le impusieran, entonces también merecía que Charlie se fuera y que su padre le abandonase, que Dios le obligase a devolver a un angelito a sus dominios y que un infeliz aprovechara su vulnerabilidad.

Pero, cómo lo llevaría acabo. Pensó, que rasgar la piel que cubría sus flacas manos sería la manera más dolorosa de hacerlo, la más tediosa. Empastillarse quizás era lo más fácil, y lo más posible pues tampoco tendría la posibilidad de desfigurarse arrojándose de un piso tan alto que le causara un impacto con el suelo que deformase su ya deformado rostro y menos tendría la opción de conseguirse un objeto que le volase los sesos. Las pequeñas tabletas le resolverían la vida a todos; la dejarían descansar y les quitaría un peso de encima a las personas a su alrededor.

Tendría que ser cuidadosa entonces para conseguir los preceptos médicos, pues Brice jamás permitiría que una enfermera se los aplicara. Y si pensaba en conseguirlos tenía que seguir las instrucciones de Brice al pie de la letra y sólo entonces, cuando despidiera a sus pequeños gemelos en la sala neonatal, movería sus articulaciones hasta la habitación de medicamentos y tomaría los necesarios para acabar con este revoltoso camino. Primero debía conseguir la autorización de su médico para volver a andar por los pasillos de hospital y después, sabría que el momento de partir llegaba.

Pensando en todos los posibles escenarios, durmió unas cuántas horas más obligando a todos sus sentidos a suspenderse, luchando contra la ansiedad que le producía cerrar los ojos y observar la obscuridad llenándole las pupilas, ocasionándole escalofríos en todos los nervios que componían a su sistema.


Mi buen amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora