Capítulo 6. Riley.

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Comenzaban las clases. Génesis daba los últimos toques a sus rizos que habían crecido, conplementaba el poco maquillaje en su rostro y acomodaba el suéter nuevo que Charlie le había obsequiado, dejándolo caer debajo de su cintura, cubriendo los 4 meses notorios en su cuerpo.

          —¿Estás lista preciosa?—dijo Charlie arrodillandose enfrente de su vientre.

          —Sí.

          —¿Nenas?

Y una de los dos bebés pateó para contestarle a su padre.

          —¿Cómo sabes que son niñas?

          —Solo lo sé.

          —¿Y si son niños?

          —Los amaré igual.

          —¿Más que a mi?

Cruzaron miradas, Charlie se quedó en silencio y le mostró una cálida sonrisa.

          —¿Eso es un sí?-carcajeó la chica.

          —Lo siento nena. Se hace tarde, es hora de partir.

El colegio no había cambiado en nada, alumnos y profesores cruzaban aquel inmenso portón para dirigirse a sus actividades cotidianas, todo el mundo apresurado por el tiempo que les restaba.

Charlie ignoraba todas las miradas que tenía encima, caminaba entre los individuos tomado de la mano de su chica, cuidando abrirle paso para que nadie la lastimara mientras Génesis rodaba los ojos a su sobreprotección.

          —Nadie lo sabe, no podrían herirme.

          —No me arriesgaré, aquí nadie respeta lo ajeno.

          —¿Has visto a Alex?

          —No.

El chico de los ojos azules no había aparecido ante ellos y era extrañamente raro, siempre buscaba encontrarse con la pareja.

Génesis recorrió un poco el lugar con la mirada, espero a llegar al aula con la esperanza de ver a su amigo y en lugar de eso se encontró con la presencia de una chica que se le había metido hasta los huesos para hacerla llorar. Natalia estaba rodeada de tres chicas que parecían congeniar con ella, todas charlando.

Charlie siguió su camino sin darse cuenta, entró en el lugar y la llevó hasta la butaca. Horrorizada tomó el asiento, cerró los ojos y rogó porque no la hubiesen notado.

          —¿Dónde se metió Alex?—comentó Charlie.

Génesis no respondió, continuó con la mirada perdida, recordando aquella fría y obscura habitación en donde pasó horas preguntándose cuando se cesaria el dolor.

          —¿Gen?

          —¿Qué pasa?—respondió con los ojos clavados al suelo.

          —Eso debería preguntarlo yo.

          —¿Por qué?

          —¿Qué sucede?-cuestionó serio.

Génesis lo miró a los ojos.

          —Charlie, Natalia ha vuelto.

          —¿Qué?

El chico examinó alrededor, confirmando que Natalia Ferrer estaba sentada unos cuantos lugares detrás de Génesis, riendo espléndidamente.

          —No te hará daño-agregó al instante.

          —Es bastante difícil creerlo.

          —No mientras yo esté aquí.

          —Buenos días-gritó la profesora.

Todos los presentes tomaron asiento para prepararse al sermón de bienvenida y a la tediosa introducción a la instrumentación del ciclo.

          —Bienvenidos de nuevo, me place darles cuenta de que tendrán una nueva compañera—caminó a la puerta para abrirla—Riley Monts.

Caminando con gracia, una chica delgada y con delineadas curvas atravesó el lugar, viendo a todos con admiración. Los chicos estaban atentos, más que a sus ojos a su figura. La mayoría de las mujeres secreteaban entre sí por detalles como su ropa, cabello, maquillaje, etc. Sólo una de ellas prestaba atención; la misma rubia había estado en su casa preguntando por Charlie, acompañada de otro hombre odioso.

Para nada le sentó bien, comenzó a preguntarse como había ingresado casualmente al mismo colegio donde se encontraba su chico, al que descaradamente admiró desde una foto enmarcada en una mesita de noche.

Después de acabar con la lista interminable de interrogantes recordó que la rubia era el centro de atención de todos y se dispuso a averiguar si dentro del círculo estaba Charlie.

Pero como era costumbre, él siempre terminaba sorprendiendola. A pesar de tener frente a sus ojos a una chica de su talla, Charlie estaba distraído, sumido en sus pensamientos viendo la pantalla de su teléfono celular.

Y nada le traía más tranquilidad que verlo en ese estado, sin desbaratarse por conocer a su nuevo dolor de cabeza.

          —Bien, puedes buscar un asiento querida.

          —Gracias.

Inmediatamente sus ojos buscaron a Charlie y un lugar lo más cercano posible. Génesis enfureció, todo estaba a favor de que la chica pudiera sentarse cerca de el joven al haber un lugar vacío justo a su costado.

Pero en su auxilio y como siempre, Alex llegó. Cruzándose entre las intenciones de la rubia y su mejor amigo.

          —¿Me extrañaron?

          —¿Dónde estabas?—suspiró Génesis aliviada.

Riley seguía detrás de Alex, que acomodaba sus cosas en el pequeño espacio entre la butaca.

          —Me olvidé que hoy comenzaban las clases—rió.

Riley dió un pequeño empujón al chico que de inmediato llamó su atención.

          —Oh vaya, no sabía que estabas aquí-dijo coqueto—¿Puedo ayudarte?

          —¿Podría sentarme?-respondió amablemente.

          —Claro.

Alex se sentó, acomodó sus largas piernas y sacó el cuaderno en el que tomaría notas.

          —¿Qué?—preguntó otra ves-jamás dije que podías sentarte aquí.

Riley se enfado, mostró un gesto de molestia y busco otro lugar. Génesis río bajito ante las acciones de Alex, podía llegar a ser un buen amigo, pero también lo suficientemente irritante con la gente que no conocía.

Las horas pasaron igual. Charlie miraba a Génesis como siempre, pero el sentimiento de saber que ahora alguien más lo admiraba a él no le dejaba disfrutar de su atención. Dió una pequeña mirada de reojo y observó como Riley estaba reposando su cabeza sobre una de las palmas de su mano, suspirando.

Volvió la vista indignada, olvidando por completo que había alguien espiandola.

          —Profesora, ¿puedo ir al baño?—pidió levantando la mano.

          —Por supuesto.

Abandonó el sitio lo más rápido que pudo para llegar a donde podía tener más privacidad y pensar las cosas mejor. No sabía si las ganas de vomitar eran de enfado o de su condición.

Partió para la explanada a tomar aire, la brisa chocaba contra su cara y el cálido día le sonreía. Se sentó sobre una banca y entonces uno de los retoños habló a mamá.

          —Lo sé pequeños, esa chica no nos traerá nada bueno ahora que está con nosotros—comentó tomándose el vientre, acariciando el lugar en donde los bebés pataleaban.

Mi buen amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora