Capítulo 24. Amar duele.

63 3 3
                                    

          —!No!—gritó exaltada, interponiendo las manos para empujarlo.

          —Gen—contestó el muchacho.

          —Ya basta Alex, no vuelvas a besarme jamás

          —Por favor—comentó—yo también estoy muy confundido y sé que tú igual.

          —De ninguna manera—aclaró—Alex, eres mi mejor amigo, no puedes amarme.

Después de unos segundos de escuchar a la chica, el chico tomó asiento tranquilamente sobre el sofá. Perdido entre pensamientos.

Entonces Gen, abrumada por las acciones recientes se cruzó de brazos viendo por la ventana. Un incómodo silencio se apoderó de la habitación y ninguno se atrevía a dirigir una palabra. Todo estaba de cabeza y la razón empezaba a complicarse. Pensó un momento en Charlie y le culpó de la situación, quizás Alex tenía razón en lo que sentía después de presenciar como su mejor amigo la ignorase. Ella sabía que Alex sufría a su lado, después de todo, verla semanas enteras llorando y desfallecida por el olvido de Charlie tampoco parecía fácil para él.

Cerró los ojos y suspiró, con el corazón roto de dolor no iba a romper el de su mejor amigo; así que, tomó un poco de aire y le enfrentó.

Dio un giro y se aproximó a su posición, ahora se encontraba ahora con la cabeza entre las manos. Se arrodilló ante él, desdobló sus extremos y se escabulló entre sus brazos; le rodeó la espalda y lo estrujó. Él sin pensar, le tomó de la cintura, la escondió en su pecho y le besó la frente.

          —Eres más que mi mejor amigo, y te amo, pero mi corazón le pertenece a Charlie—recitó cerrando los ojos.

Alex volvió a suspirar; no quería perderla.

          —Perdón pulga—agregó—me duele bastante verte sufrir.

          —Lo sé.

          —Quizás sólo sea el dolor lo que me ha llevado a pensar que puedo amarte como mujer.

          —Por favor, no arruinemos esto; eres lo único que tengo ahora.

El corazón se le llenó de ternura, le volvió a besar la frente y la repego más a su cuerpo. Tenía toda la razón; esa niña era prácticamente su hermana y tenía que cuidar de ella.

Era apenas medio día y ambos habían olvidado que a los pequeños gemelos Puth nadie los había visitado. Alex soltó apurado a la chica y le alertó.

          —Los pequeños.

Gen volvió a su postura erguida y tomó las llaves, corrió al auto con Alex detrás y abordó.

••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

A medio de la habitación se encontraba Charlie con Nathan en brazos. El bebé reposaba contento observando el rostro de su padre y sonriendo ocasionalmente; las últimas semanas lo había pasado horrible debido a los problemas de respiración de sus pulmones, pero ahora se encontraba plácidamente disfrutando de la compañía del chico.

Embobado por tanta ternura que irradiaba el pequeño alzó una de sus palmas para acariciar su piel, el cálido encuentro bastó para que la luz fluyera dentro de su corazón.

Y Gen, observaba de lejos toda la escena. Sus recuerdos le impidieron ir corriendo hasta ellos para expresarles lo mucho que los amaba, pero sus emociones estaban tan disparadas, que pensó en que las piernas le fallarían y corrieran temblando hacia él. El pequeño Nathan chilló un poco al descubrir la sonrisa de su padre; era quizás, la primera vez que la chica habría oído un ruidito procedente de esos diminutos labios.

Entonces no quizo dudarlo más, esto era todo lo que quería, estar al lado del hombre al que amaba y sentir la ternura que transmitían sus bebés con ambos. Dio pie tras pie hasta llegar a unos cuantos centímetros de la postura de Charlie, en silencio, ansiando la hora en la que pudiese tocar a su criatura. Y el bebé, como si supiese de la cercanía de su madre rodó los grandes y pestañosos ojos hacia ella, sonrió de nuevo y alertó a su padre.

Génesis ignoró la evidente presencia de Charlie. Enfocó su mirada en la personita entre sus brazos y suspiró, extendió su palma para tocar la suave piel que recubría su diminuta osamenta, acarició suavemente cada extremo que la componía y de pronto el corazón se le inundó de paz. Charlie la veía detenidamente, sus cabellos rizados envueltos en una coleta y desordenados hacia su rostro, sus huesos flacos, sus mejillas esqueléticas, lo único que habría cambiado era su mirada, aunque triste, pero llena de ilusión por Nathan.

          —Eres tan precioso—aclaró.

          —Es idéntico a ti—habló la voz grave de Charlie.

          —Ven mi amor—pidió la chica.

Charlie concedió el suave acceso del cuerpecito a Gen. Arrulló unos segundos y presenció un suspiro del bebé, los ojos se le cerraron lentamente hasta quedarse profundamente dormido.

          —Es hora de irnos—proclamó la enfermera de la sala neonatal.

          —Okey.

Beso la frente del pequeño y lo devolvió a la enfermera. Después de unos segundos, las únicas almas en la sala de visita eran ambos chicos.

          —Te extrañé tanto.

Charlie desapareció por varias semanas después del encuentro íntimo entre ambos, pero durante su ausencia se encargó de enviar e-mails a la chica, mensajes de texto y demás. Esa era la razón por la que no podía sacarlo de su mente y aunque su orgullo le dijera que escapara, sus pocas atenciones la retenían.

          —¿Dónde estabas?—cuestionó de espalda.

          —Arreglando mis asuntos.

          —¿Has terminado?

          —Sí.

—¿y ahora qué?

—¿Uhm?—respondió confundido.

—¿A qué veniste?—arrojó al aire.

—Tenemos que hablar.

—¿De qué?

Charlie le rodeó para quedar frente a sus temerosos ojos; cafés radiantes cuando se alzaron para verlo directamente. Aún le intimidaba tenerlo tan cerca y aunque trataba de ocultarlo él lo descubría de inmediato al notar los párpados pestañear más de lo habitual.

—De nosotros.

—No hay un nosotros—atacó tranquilamente.

Pero estaba apunto de estallar, sólo los recuerdos le daban un poco de valentía para enfrentarlo y el orgullo le permitía batearlo aunque dentro de su corazón lo amase profundamente.

Charlie cogió de su brazo fuertemente, de la cintura replegándosela al cuerpo. Ella no se inmutó ni mostró señales de forcejear contra él; lo que le permitió saber que sus palabras eran total y completas mentiras.

—No estaba preguntando—desafió después.

Mi buen amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora