Capítulo 38. Amor propio.

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Ante la situación médica, la muchacha seguía sin poder moverse por completo; algunas veces estiraba los dedos para acariciarle la palma a Charlie mientras le veía a los ojos como suplicándole por una muestra de amor, acto al que él respondía con un afectuoso beso sobre la frente. Después, estrujaba un momento los ojos pues la transmisión de luz semejaba a demasiada dosis para sus pupilas y entonces permanecía quieta, contemplando un fondo negro que le era suficiente para calmar la pesadumbre en sus ojos.

Unas cuantas horas habían pasado después de hacer aquel descubrimiento que cambiaría por completo los planes de Charlie para dejarle marchar.

Charlie seguía asombrado. Se habría acurrucado a un lado de su amada para cogerla entre sus brazos. Notaba cómo sus músculos mostraban pequeñas terminaciones nerviosas que los llevaban a removerse de vez en cuando, los dedos le tintineaban a la par y sus ojos, aunque cerrados, parecían salirse de sus órbitas al estar inquietos moviéndose de un lado a otro.

Su mente no esclarecía, apenas habría tenido el tiempo para pensar en cómo sobreviviría sin Gen y ahora la tenía de vuelta.

Comenzaba a dudar en que si podría manejar la situación cómo fuese debido. Requería fuerza de voluntad, tiempo y dedicación volver reconstruirla, moldear su mente, proporcionarle la seguridad suficiente para que tan siquiera pudiese poner los pies fuera de aquellas cuatro paredes y por supuesto que estaba completamente aterrado.

Ya había fallado una vez y temía cometer los mismos errores, o incluso, volverlos peor que los anteriores; regresar al pasado, o empeorarlo, era mucho más angustiante que pensar en el futuro. O lo que era lo mismo, convertir el futuro en el horrible pasado que ambos habrían edificado.

En medio de aquella reflexión, Aubrey interrumpió para poder acercar a los gemelos Puth a sus padres. Al escuchar los pequeños gemidos de Nathan; Gen puso los ojos sobre la tierra esperando a que los colores que arrojaba la luz se normalizaran para visualizar con claridad a las almas presentes en la habitación aunque ya supiera que se trataba de sus pequeños capullos. Busco entre las siluetas los ojos brillantes de los bebés y al toparse con ellos, suspiró.

Con todos los dolores en las articulaciones se levantó del refugio donde reposaba y estiró los brazos como pudo para pedirle que se los entregara. Aubrey sonreía contenta ante aquella silenciosa súplica, porqué habrían pasado ya casi dos meses de que los bebés no tenían aquel contacto necesario madre-hijo. 

Especialmente Nathan, su diminuto cuerpo había resistido la falla de uno de sus pulmones; nada parecía dar esperanza a que tuviera pronta recuperación y los médicos temían que su vida le durara poco. Una noche en especial, el respirador dejó de funcionar cortándole la posibilidad de aspirar oxígeno, el personal en la sala se movilizó para hacer lo necesario por traer al niño de vuelta, pero no habría manera. Noah inundó la habitación con lloriqueos que ensordecían los tímpanos de los residentes en la zona después de sentir en el pecho que su gemelo abandonaba la partida. 

Esa misma noche, el corazón de la madre se habría detenido.

Lágrimas rodaron por las mejillas de la pasante de enfermería que se encontraba desesperada reanimando al pequeño y aunque estaba acostumbrada a este tipo de situaciones que para nada deberían considerarse habituales, demostraba una vez más lo débil que era el corazón humano para sentir empatía el resto. Un código rojo se anunció en toda la clínica, una madre y un hijo al borde de la muerte y todo el personal maniobrando para recuperarlos; aunque nada daba resultado. Al filo de las 12:08 a.m., se estableció la hora de muerte de Génesis Janseen y unos segundos después, la de Nathan.

Un silencio se hizo presente en las salas dónde ya reposaban los cuerpos tendidos de ambos pacientes, el único sonido que se podía distinguir era el de Noah llorando interminablemente, al parecer su corazón también sentía que le faltaba su hermano y aún peor, su madre. 

Para las 12:10 a.m., la máquina que estaba registrando la frecuencia de latidos de la madre alertó a todos los presentes. Para las 12:11 a.m., Nathan Puth respiró por su propia cuenta sorprendiendo a la chica que posaba sus manos en su pecho. Un suspiro nervioso se le escapo viendo sin poder creer que los pulmones del pequeñín realizaban su función normal.

Revisó sus signos vitales buscando indicios de alguna falla del respirador, pero después de limpiarse las lágrimas y verificar todo, tuvo que quitar finalmente el aparato estorboso que le habrían puesto al bebé en la boca.

Después de todo aquel alebrestaje, Nathan recobraba la vida un poco cada día más, pero necesitaba estar cerca del corazón de su madre para tomar fuerzas de el. 

Y por primera vez al verle los diminutos ojos que portaba esa cabecita, sintió una punzada de remordimiento por querer abandonar esta vida sin pensar que esos cuerpecitos necesitaban de sus fuerzas para poder vivir. Después de escuchar la situación médica de su pequeño niño y de las lágrimas asomarse por sus cristalinos ojos, se prometió a sí misma vivir como hace mucho no hacía.

Quizás estar al borde de la muerte le habría cambiado por completo.  Extrañaba a Charlie excesivamente, pero ahora estaba lista para vivir sin él. Porque juraba que el amor que sentía por él era algo más que físico y que el amor que sentía por sí misma aumentaba de forma considerable. Tanta falta de amor, de cariño, de muestras de afecto no provenían de los seres a su alrededor, ni de Charlie, ni de su madre o su padre. Provenían de si misma.

Por no ver la grandiosa mujer que era, lo capaz que era para levantarse cuando tropezaba y las fuerzas que reunía ante situaciones difíciles. 

Entendía que a la única persona que necesitaba era a ella; esa mujer a la que le brillaba la sonrisa en días cálidos, esa mujer que disfrutaba los días lluviosos con una taza de café. Aquella que podía ver el mundo no como era, si no como podría ser.


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