Capítulo veintiuno.

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"Enséñame a olvidar de la noche a la mañana que esa habilidad no la tiene cualquiera".

- Andrés Ixtepan.

—¿Quieres que duerma aquí? —preguntó.

—Por algo te lo estoy pidiendo —respondí obvia. —Dijiste que serías mi enfermero.

—¿Estas consciente de lo que dices? No quiero que te arrepientas como el otro día.

—¿Quién dijo que estaba arrepentida? —Me senté en la cama. —Si no quieres, esta bien, no te puedo obligar...

—Claro que quiero Ali, solo quería que estuvieras segura, me encantaría despertar otra vez contigo. — dijo empezando a quitarse la camisa, la vista era maravillosa, ojalá pudiera siempre dormir conmigo así, como esta ahora. ¿En que mierda estoy pensando?

—¿No te molesta que duerma así? — preguntó señalando su cuerpo, el cual solo tenía puesto un bóxer negro.

—Para nada —sonreí. —Ahora ven, ya tengo mucho sueño.

Me acomodé en la posición que estaba para poder dormir, sentí como Mateo hundió la cama debido a su peso y se empezó a tapar con las frazadas.

—Si quieres puedes utilizar mi brazo como almohada. — preguntó.

—Estaría bien —me acomodé de nuevo para que mi cabeza estuviera en si brazo. —, Mateo —lo llamé.

—¿Hmm?

—¿Te puedo abrazar? —pregunto.

—Estaba esperando a que lo preguntaras.—se río. — ¿Puedo acariciar tu cabello?

—Claro —depositó un beso en mi coronilla.

Las caricias que le propinaba a mi cabello eran fantásticas, mientras que yo acariciaba su abdomen, y escuchaba su corazón, que por cierto latía muy rápido. Su pecho subía y bajaba a compás del mio, ese momento era perfecto, no puedo pedir nada más.

* * * * *

¿Nunca han sentido cuando una persona te mira, pero su mirada es tan penetrante que se incomodan? Pues sí, esa incomodidad me hizo abrir los ojos y vi a la persona que me estaba mirando y sonrío.

—Deja de hacer eso —cubrí mi cara con mi mano. — 
Me pones nerviosa.

—¿Ya te había dicho que eres hermosa cuando duermes?

—Sonreí. —No me quiero levantar.

—Si por mi fuera, me quedaría acostado todo el día contigo, acariciando tu cabello y observarte mientras duermes.

—Eso suena bien. —respondí.

—¿Que hora es? —preguntó abrazándome más fuerte.

—Diez con treinta.

—¿Quieres que te haga desayuno?

—¡Por favor! Mi estómago ya no funciona.

—Esta bien, baja a la cocina.

Vi como salía de la cama para agarrar su ropa, estaba de espalda así que no notaría que lo estaba mirando, tiene un lindo trasero.

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