Capítulo veintisiete.

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"Eres la más bonita forma en que sonríe la vida".
-Edwin Oliver.

Alicia.

Después de toda una noche de pensamientos, pude dormir tranquilamente. Detestaba dormirme llorando, ya que mis fosas nasales sé congestionan y se me hace imposible respirar por la nariz.

Me senté en la cama para despertar un poco más, me quedé viendo a un punto fijo por más de diez minutos reaccioné, me levanté y fui directo al baño, mi reflejo en el espejo era horrible, tenía el cabello hecho un desastre, mi nariz y párpados estaban muy rojos. Traté de lavar varias veces mi rostro, intentando desaparecer el rastro de llanto.

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Ya estaba bonita y bañadita, tenía el cabello seco así que lo recogí todo en una coleta alta, me gustaba tenerlo así.

Era ya casi medio día y no había desayunado, tenía temor de encontrarme con Mateo al salir de mi habitación, los nervios estaban carcomiendo mis venas.

«Solo hazlo Alicia, no demuestres nervios» me aconsejó mi voz interior.

Tomé un par de respiraciones profundas, puse mi mano decidida en la perilla para poder abrir la puerta.

«Ahora sal de aquí» me regañé.

Al momento de poner un pie fuera de mi habitación, y como si fuera planeado, Mateo salió de su habitación, estaba vestido solo con sus bóxer de color negro, mi mirada se quedó en su rostro, tenía la nariz un poco roja y ojeras bajo sus ojos, seguí mi recorrido hasta su pecho desnudo, su abdomen tan marcado, un poco más estaba el elástico de su bóxer, su gran bulto parecía que quería escapar de ahí, y era entendible, Lilith causaba eso en todos los hombres.

Reaccioné y me di cuanta que lo estaba mirando como una completa pervertida. Antes de que Mateo pudiera articular una palabra yo ya estaba corriendo escaleras abajo.
Fui directo a la cocina, mi madre había dejado una nota en el refrigerador:


"Vayan al supermercado a hacer las compras".

Debajo de esta estaba la lista de todo lo que había que comprar, eran mucha cosas.

Si me iba sola, en el taxi no iban a caber todas esas cosas y mi madre había resaltado la palabra "Vayan".

-Maldición. -susurré cansada.

-La niña bonita esta maldiciendo. - su voz me hizo saltar del miedo, seguía igual que arriba, no estaba vestido, el imbécil solo quería provocarme.

Suspiré - Tenemos que ir al supermercado, - dije pasándole la nota que había dejado mi madre. -¿A que hora iremos?.

-Tú dime cualquier hora esta bien para mi. - sé levantó de su silla y quedó frente a mi, nuestras miradas se conectaron inmediatamente, sus ojos lucían apagados, tristes. Inspeccionó todo mi rostro, se acercó considerablemente hasta mis labios, sentía su respiración en la punta de mi nariz, iba a cerrar los ojos esperando el beso, pero nunca llegó.
Solo estiró su brazo hasta llegar al estante que estaba arriba de mi cabeza para sacar un vaso de vidrio.

Maldito.

Subí hasta mi habitación para darme una ducha que me quitara todo pecado de encima.

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