El Temochas de Padre

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— La próxima semana es el lanzamiento del nuevo catálogo de Avon, enfocado en nuestro mercado juvenil, ¿qué opinas que debería de llevar? ¿Un traje formal o uno casual? No quiero parecer ruco, ni amargado, ni mucho menos demasiado desesperado por ocultar mis canas, así como tú... — decía Diego desde su silla giratoria, lanzando gomitas para luego atraparlas y comérselas, aunque la mayoría se encontraban tiradas en el suelo.

— ¡Ja, ja y más ja! —rió secamente mientras se esmeraba por ocultar las ojeras con algo de maquillaje—. Se te olvida que soy tu jefe y me debes respeto, cabrón chupa pollas.

— Mira quién lo dice... Oh, no, lo siento, tu linda pollita arrugada y abandonada no sabe lo bien que es tener una buena polla dotada dándote duro. Estás demasiado viejo como para mover siquiera tu culo arrugado de la silla — se mofó su amigo arrojándole un par de gomitas en la nuca—. ¿Cuánto llevas sin pollas? ¿Dos o tres meses? Oh ya me acordé como unos... ¿seis…? ¡Siete años y la única que has visto ha sido la de tu ex marido!

Temo colocándose su corbata y mirándolo mal desde el espejo. Aún seguía sin entender cómo seguía considerándolo un amigo si sólo se la pasaba
molestándolo sobre su
fracasada vida sentimental.

— Mira, ya sé no soy un jovencito pero...

— ¡Ni que lo digas! Los años te ha tratado muy mal mi amigo — el amigo se carcajeó de la mala cara de Temo, pero sus risas se
callaron cuándo Renata, su secretaria,apareció en el umbral de la puesta en compañía de Artemisa.

—Señor López, su hija me ha pedido una cita con usted y, siguiendo sus órdenes, la traje de inmediato ante usted — dijo, dejándola pasar con un sonrisa
apenada.

— Gracias, Renta—agradeció, soltándose el nudo de su corbata, intuyendo que en breve se encontraría sin aire por algún reclamo de su hija.

— Hola, tío Diego — saludó con una sonrisa igual de socarrona que la de su amigo.

— Hola, pequeña mini-Aristóteles. Te dejo que tengo que realizar unas cuantas diligencias antes de irnos a la campaña — se excusó, despidiéndose de beso de la joven Artemisa.

— Dime de qué se trata ahora, Artemisa. Si es dinero, fácilmente puedes usar la tarjeta que te di o pedirle a tu padre. No te dejaré usar ni uno de mis vehículos para seguirle a tu tío y mucho menos firmaré cualquier documento que no haya aprobado tu padre — advirtió, volviendo a tomar asiento en la silla (que por cierto estaba llena de gomitas) de su escritorio atascado de las montañas de tareas pendientes.

— Lo sé, Tami — río, despreocupada tomando asiento en el sillón que estaba a lado de la ventana, como siempre que venía a verlo —.Ya sé, ya me sé toda la lista de cosas en las que no puedo contar contigo, pero eso no importa, sólo vine por mi papá.

Él dio un largo sorbo a su taza de café, ahora frío por culpa de la charla con su amigo, pero estaba tan acostumbrado que le daba igual el sabor. Sólo quería algo para distraerse de ese pequeño golpeteo en su pequeño que sólo anunciaba un mal presagio.

— ¿Qué pasa con Aristóteles? — se maldijo por sonar tan interesado, pero había cosas que simplemente no podía evitar.

— Papá ha estado saliendo mucho con una mujer— comentó, cruzada de brazos  con una mueca de disgusto similar a la suya —. No sé, él dice que son sólo amigos, pero hay algo en la mujer que no me gusta.

Sentirse celoso después de siete largos años de separación seguía siendo algo común en él, al
parecer.

— B-bueno, si tu papá y ella quieren empezar una relación deberías apoyarlos — dijo con pesar su opinión, aunque no estaba seguro si su hija venía a eso.

Desde muy pequeña dejó en claro que la única autoridad paterna y ejemplo era su ex-marido, mientras que él siempre fue
desplazado a un puesto incierto en su extraña jerarquía familiar. Lo que tenía seguro es que él sólo servía como su cajero
automático, y algo así como el costal de harina que disfrutaba golpear con sus hirientes comentarios que, para su desgracia, debía soportar.

Ella seguía siendo su hija y su mayor adoración, por más hija de su maís que
pudiese ser con él.

— Eso lo sé, y créeme que intenté hacer que encontrará a alguien para que rehiciera su vida, pero Yolotl no me cae. Es más, hubiese preferido que tú y él regresarán a tener que lidiar con verla casi a diario a su lado —masculló, enterrándose entre los
almohadones de su sillón con un puchero.

Justo por esas razones empezaba a dudar seriamente si estaba frente a su hija o a una total desconocida.

— Supongo que gracias — comentó con una sonrisa malhumorada tratando de pensar con objetividad, porque seguía sin saber en qué le podía ser de ayuda —. Pero, Artemisa, vuelvo a repetirte, tu papá está en todo su derecho de intentarlo con quién quiera, sé que es difícil porque viví tu misma situación cuando tu abue Pancho se casó con tu abuela Susana.

Él deseó poder sentarse a su lado y darle un gran abrazo de oso, como lo hubiese hecho su papá pancho, pero prefirió distraerse en el tren de los pensamientos depresivos, mientras ojeaba uno de los catálogos.

— Sí, sólo que creo que mi papá sería más feliz con alguien más y no con esa arpía — pensó en voz alta, dirigiéndole una mirada que no supo interpretar.

— Sólo tienes que darle la oportunidad y conocerla. Con eso verás por qué tu papá está tan interesado en ella — alentó,disimulando lo mal que se sentía al
imaginárselo a lado de alguien más.

Pero, lo entendía y aceptaba su idea de volver a confiar en su corazón. Si esperó hasta que su pequeña princesa estuviese más grande para empezar a salir y ligar, pues bien por él. Aunque sea doloroso volver a caer ante la realidad de que nunca volverían a estar juntos.

— Sabía que me ibas a decir eso — sonrió de manera molesta, después se retiró de su oficina antes de siquiera cuestionarle.

"¿Quién se creía esa niña?” Pensó soltando un largo y sonoro suspiro.

— Esto me pasa sólo a mí — masculló por segunda vez en el día, volviendo su atención a la papelería pendiente.

Qué poquito nos duro el amor [ARISTEMO/ZUMITO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora