Cuahutémoc despertó ante el penetrante olor del alcohol demasiado cerca de su nariz. Él abrió sus ojos, encontrándose con el rostro de un joven muchacho vagamente familiar él cual parecía preocupado.
—¿Cómo te sientes? — Preguntó tocando su frente, y invadiendo ligeramente su espacio personal.
Ese muchacho vestido de chófer de microbús se alejó lo suficiente para dejarle ver más allá de sus greñas alborotadas, se encontraba en lo que sería su casa recostado en lo que veía era un sillón con una delgada manta sobre él confundido intentó sentarse pero se mareo con solo pensarlo.
—Tranquilo, joven.—Pidió un poco nervioso, saliendo de su campo de visión. —¡No se me alteré esta en buenas manos!
Cerró sus ojos.
¿Dónde demonios se encontraba?
Sin duda, tenía una suerte... Él deseaba reírse, y lo haría de no ser porque se sentía agotado tanto que poco le importaba como término en las manos de aquél extraño sujeto. Solo dejó que él amable muchacho colocará un pedazo de tela húmeda en su frente, colocándole un termostato en su boca.
—Seguramente pescó un resfriado. Nada que una sopita de letras lo ayude, joven. Y debería visitar a su médico, no es normal desmayarse en los callejones. — Decía moviendo cosas de ahí para allá, de camino a la cocina.— ¡Ahora me siento realmente feliz de haber pasado ese callejón!
—¿Por qué me ayudaste? — Dijo con la voz ronca, tosiendo y dejando a un lado el termostato.
—Porque hay que ayudar al prójimo, ¿nunca lo ha escuchado? — Sé asomó desde la cocina con olla en brazo. — No es qué sea cristiano, no, ¡dios me libre de eso! Más bien se me hacía gacho dejarlo abandonado en el callejón como un perrito abandonado. Si yo puedo ofrecerte mi morada, lo hago y listo, me gusta ayudar a la gente cómo usted.
Cuahutémoc se llevó una mano a su rostro mascullando una maldición. Ese chico no sabía cerrar su boca, no llevaba ni siquiera una hora ahí y ya quería huir, pero...Un poco torpe tomo asiento en el sofá para encarar al muchacho.
—¿Cómo esta eso de "personas cómo usted"?
—B-bueno...— Se rascó su nuca sonriendo con nerviosismo. — ¿Borrachas?
Cuahutémoc realmente se sintió ofendido por eso más solo se mostró mortalmente serio al punto de asustar un poco al carismático niño.
—N-no es qué diga que lo sea, y si lo es debe de buscar ayuda con urgencia. — Sacó de su bolsillo una tarjeta ofreciéndosela.
Él la aceptó y la miró con una mueca, "¿acaso daba la pinta de alcohólico?" Si bebía pero no demasiado, ¿verdad? La tarjeta mostraba un centro de rehabilitación de adictos en alguno de los centros comunitarios de la zona.
—Y-yo antes había pasado por una situación similar a la tuya. — Dijo sorprendiéndolo por su confesión, tomó asiento a su lado y con un largo suspiró se quitó esa sonrisa radiante de su rostro para ver el suelo, triste. — Tuve una recaída hace unos años. No es difícil aceptar que eres adicto hasta que tocas fondo. Y tú, mi amigo parece que ya lo hiciste o estás a nada de hacerlo.
Miró al chico con ganas de hacerle entender que lo es un maldito alcohólico. No es ningún adicto, el alcohol no era lo suyo. En todo caso aceptaría su problema con el tabaco pero, ya luego pensaría en eso ahora sólo miró a ese chico que de alguna manera lo motivo a darle unas cuántas palmadas en su espalda como una muestra muda de apoyó.
—Debió ser difícil, ¿no? — Murmuró soltando una risa seca carente de humor.
—No quiero hablar de eso. — Cortó el tema, un poco brusco prácticamente huyendo a la cocina.
Temo odio no ser Aristotéles.
Él seguramente, ya estuviese haciéndolo reír y olvidarse de ese trago amargo pero, no, es Cuahutémoc y es un puto insensible.
Ahora entendía porque nadie lo buscaba para pedir consejos.
—Oye...—Aclaro su garganta sintiéndose incómodo. — ¿Qué pasó con esa s-sopita tuya?
Nunca imaginó sentirse tan torpe, torpe y estúpido como cuándo era un niño pidiéndole a su madre algo luego de romper el vestido de la abuela así de delicado era el asunto tanto que sus mejillas se colorearon al escucharse de vergüenza, de si mismo.
—...
Temo se preparó para retirarse de todas maneras debía volver al hospital necesitaba estar a lado de sus hermanos por cualquier cosa que se presentará. No podía seguir evadiendo a su familia, ya no. Ya no existían más excusas válidas.
—¿De letras o conchas?
Pero, por otro lado, le debía una al peculiar muchacho que lo veía con renovados ánimos preparando todo para lo que supondría sería la cena.
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Qué poquito nos duro el amor [ARISTEMO/ZUMITO]
Fiksi PenggemarCuahutémoc Lopéz y Aristotéles Corcega se casaron jóvenes, se arriesgaron a formar una familia en tan poco tiempo. Enfrentaron difíciles situaciones que pusieron fin a su burbuja de felicidad teniendo como único lazo a una hija. ¿El corazón nunca s...