Y si es niña...

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Estaba escondida detrás del tronco de un enorme árbol, conteniendo la risa y cubriéndome la boca con la mano que tenía libre para no hacer ruido y que no me encontrara. Tenía que ganar yo, o bueno, al menos en mi mente no existía la posibilidad de perder hasta que sentí un chorro de agua cayendo desde arriba y mojando parte de mi cabello.

-       ¡Te tengo! – escuché aquellas palabras y de inmediato reconocí su voz.

Miré hacia arriba y lo encontré, estaba sonriendo, parecía bastante emocionado y me miraba fijamente, apuntándome con su “Super Soaker” mientras yo cubría mi cabeza con ambas manos, soltando la pistola de agua.

-       Error de principiante – murmuró al tiempo que daba un salto y bajaba del árbol, empapándome. – nunca debes soltar tu arma o estarás perdida -

-       ¡Ya, ya, tu ganas! – grité mientras trataba de alejarme de él para que dejara de mojarme - ¡Basta, Michael! – levanté los brazos en señal de rendición.

-       Te dije que ganaría – soltó la pistola de agua y la colocó en el suelo – lo ves, ni una gota de agua en mi ropa – una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro.

-       ¿Sí? Pues no será así por mucho tiempo – me acerqué peligrosamente a él quien retrocedía lentamente sin dejar de mirarme con ese aire divertido y tímido a la vez que lo caracterizaba.

Sin pensarlo mucho me abalancé sobre él para darle un abrazo y mojarlo un poco con mi ropa húmeda. Él no se opuso, por el contrario correspondió a mi abrazo mientras ambos reíamos. Nos quedamos así unos cuantos instantes hasta que me separé despacio.

-       Sigo siendo el ganador – sonrió de medio lado. -

-       Pero al menos no te dejé ir con saldo blanco. –

-       Ven, subamos a esa rama – señaló aquella de la que él había bajado hacía unos cuantos minutos.

-       No sé si pueda – respondí dudosa, observando la rama también.

-       Oh, vamos – insistió – te ayudaré. –

-       Está bien, está bien, supongo que venir a Neverland y no escalar un árbol es como no venir –

-       Correcto – rió un poco.

Me tomó de la cintura y me ayudó a subir, señalándome donde pisar primero y que hacer después; una vez que estuve sentada sobre la rama, lo vi subir a él, fue tan rápido y sin inconvenientes que me sentí avergonzada de haber necesitado su ayuda para algo que él hacía ver súper sencillo.

-       ¿Qué haces una vez que estás aquí arriba? – le pregunté con curiosidad.

Siempre me había llamado la atención, siempre había querido saber que le gustaba tanto de trepar árboles. En 1993 Michael era un hombre de 35 años, pero seguiría trepando esos árboles a los 36, a los 40, a los 44, y todo el tiempo que pudiera, había dicho que era uno de sus pasatiempos favoritos, y yo quería saber por qué.

-       Pensar. Cerrar los ojos, escuchar el sonido del agua del lago, el cantar de los pájaros, y pensar. – me respondió sin mirarme.

-       ¿Y qué piensas? –

-       En muchas cosas – sonrió – una vez pensé en los nombres que les pondría a mis hijos –

Sonreí de medio lado sin dejar de mirar su rostro.

-       Si es niño, Prince. Si es niña… -

-       Paris – completé la frase antes que él.

Desde 2014, hasta 1993 #MoonwalKingAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora