Cuando las estrellas parecieron estar más cerca que nunca

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-       ¡Detente! – murmuré para que Michael detuviera el auto frente al micrófono de servicio del KFC para ordenar.

-       Buenas noches, ¿Qué desea ordenar? – preguntó una voz femenina del otro lado.

-       Quiero… -

-       ¡Shhh! – me llevé el dedo índice a los labios, indicándole a Michael que hiciera silencio.

-       El paquete de ocho piezas, por favor. Mitad receta secreta y cruji. – agregué.

-       Avance, por favor, en la ventanilla le entregaremos su pedido – indicó la chica.

Miré a Michael que sonreía sin disimulo.

-       Ahora haremos esto… - continué – me bajaré del auto, mantén la ventanilla arriba y no voltees en ningún momento a ver a la chica, yo tomaré el pedido, le daré el dinero y volveré a subir al auto. –

-       ¿No crees que eso será raro pudiendo simplemente estirar la mano fuera de la ventana? –

-       ¿No crees que será más raro que sea Michael Jackson quien esté pidiendo un paquete de pollo en el autoservicio del KFC? –

-       Tú ganas – murmuró sin remedio.

Michael detuvo el auto unos cuantos metros más adelante. Me deshice del cinturón de seguridad y bajé corriendo, me acerqué a la ventanilla del autoservicio y le entregué a la chica el monto de dinero exacto. Ella me miró con sorpresa, parecía no comprender por qué había tenido que bajar del auto en lugar de recibir la comida desde el coche.

-       Está descompuesta, es imposible bajarla – comenté, refiriéndome a la ventana del automóvil.

Ella asintió con la cabeza y sonrió.

-       Gracias – comenté una vez tuve el paquete en mis manos.

-       ¡Qué le vaya bien! – me respondió amablemente.

Le dediqué una sonrisa y regresé al auto rápidamente. Michael avanzó en cuestión de segundos.

-       ¡No puedo creerlo! – exclamó él, riendo.

-       Es tu culpa, Michael, eras tú quien quería salir. –

-       Esa chica debe creer que estás loca – volvió a reír.

-       Sigue siendo tu culpa – fruncí el ceño – al menos nadie sospechó nada –

-       Gracias por eso – me miró de reojo mientras seguía conduciendo.

-       No hay de que – miré por la ventana del auto – gracias a ti por invitarme –

Durante la tarde habían pasado tantas cosas entre nosotros en Neverland, que aún no había podido contarle lo que Dante me había dicho en Monterrey.

Habíamos tenido aquella conversación inesperada sobre nosotros, incluso habíamos terminado besándonos nuevamente, todo había sido tan extraño que no había podido atreverme a contarle que tenía los días contados en 1993.

Michael siguió conduciendo hasta llegar a un mirador; no había muchos coches ahí, era viernes por la noche, suponía que la mayoría de las personas preferían pasar sus fines de semana en fiestas que mirando las estrellas desde su auto, aunque al menos para mí aquello era más que perfecto, primeramente porque jamás me había considerado a mí misma una fanática de las fiestas, a decir verdad, las evitaba, no eran lo mío, por otro lado de este modo Michael estaba a salvo de los medios de comunicación y al mismo tiempo estaba llevando a cabo lo que había querido desde un principio: cenar fuera de Neverland.

Desde 2014, hasta 1993 #MoonwalKingAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora