Kamimatsu Nojima vivía en el departamento de enfrente al del joven Nakamura; tenían una relación bastante cordial, casi podría decirse que de buenos conocidos que podrían llegar a ser grandes amigos. Todo comenzó cuando el joven Nojima, en un intento de alegrar un poco el ambiente lúgubre del pasillo, decidió comenzar a colocar pequeñas macetas con bonitos claveles de poeta a los lados de todas las puertas de todos los departamentos en el piso donde vivían. Por desgracia Kamimatsu tenía un nulo conocimiento en los cuidados de las flores y solo pasó una semana para que varios de sus bonitos adornos comenzaran a marchitarse.
Pero, siendo el hombre siempre optimista que era, decidió volver a colocar los mismos adornos otra vez. Al cabo de una semana observó con sorpresa como las pequeñas flores seguían igual de bonitas que el primer día. Aquello lo alegró e impresiono por partes, sobre todo porque no recordaba haber hecho algo para que las pequeñas plantas pudieran seguir manteniendo esa vitalidad. Fue por ello que decidió espiar un poco a sus vecinos, descubriendo así al responsable que lo había estado ayudando todo ese tiempo a mantener relucientes sus pequeños adornos.
Kamimatsu, tan amable y cordial, salió a presentarse formalmente con su joven vecino. El muchacho tenía un semblante tímido, pero una sonrisa adorable acompañada de unos profundos y hermosos ojos azules. Ambos entablaron una conversación rápidamente, descubriendo que tenían bastantes cosas en común y personalidades muy similares, sobre todo por el hecho de que eran bastante tranquilos. Kamimatsu se alegró de poder comenzar una amistad fuera de su usual círculo de conocidos en el trabajo y Karamatsu parecía ser una persona genuinamente bondadosa.
Los días pasaron, tranquilos y sin más alteraciones, mientras los dos jóvenes convivían tranquilamente o se saludaban esporádicamente cuando se topaban en los pasillos o fuera del edificio, además como ventaja adicional Karamatsu felizmente lo ayudaba con el cuidado de los arreglos en el pasillo. Todo parecía marchar bastante bien hasta aquella fatídica noche; Kamimatsu se encontraba en su departamento, trabajando en el nuevo libro que debía entregar el próximo mes a su editorial, cuando escuchó un ruido bastante estruendoso que atravesó las delgadas paredes como si varias cosas se estuvieran rompiendo, después de eso unos pasos apresurados y al final gritos que se trasformaron en audibles quejidos.
Kamimatsu dejó rápidamente lo que estaba haciendo y salió al pasillo, buscando el origen de aquel tumulto que estaba perturbando el apacible silencio de todo el piso. De improvisto la puerta del departamento de Karamatsu se abrió estrepitosamente, golpeando la pared con violencia; Kamimatsu posó sus dorados ojos en el hombre parado en el umbral de la puerta. Tenía las ropas bastante sucias y gastadas, Nojima podía percibir con facilidad el desagradable aroma a alcohol que lo rodeaba como una pestilente aura, la mueca en su rostro era amenazante sobre todo por lo descuidado de su aspecto, enmarcado con aquella barba de ya varios días sin afeitar.
—¿Se te perdió algo, imbécil? —Miró en su dirección con aquellos zafiros tan parecidos a los de Karamatsu pero tan diferentes en cuanto a las emociones que despertaba. Aquellos ojos eran horribles y no prometían nada bueno... —¡Te estoy hablando estúpido!
Kamimatsu volvió a entrar a su departamento, colocándole el seguro a la puerta solo por precaución. Afuera podía escuchar como aquel hombre seguía maldiciendo con su áspera voz producto de alguna borrachera previa, haciendo eco en las paredes conforme se alejaba. Kamimatsu dejó pasar unos minutos, con el oído pegado a la puerta, hasta que pudo cerciorarse de que aquel individuo se había marchado definitivamente para poder salir de nuevo al pasillo en busca de Karamatsu. Por desgracia la puerta del departamento de Nakamura estaba totalmente cerrada y sin importar lo mucho que Kamimatsu le suplicó que la abriera el de ojos azules no dio señales de vida, al menos hasta dos días después.
Aquella noche solo fue el principio. Las visitas de aquel aterrador hombre se volvieron menos esporádicas, para desgracia de Kamimatsu quien moría lentamente de preocupación por su vecino. El semblante de Karamatsu había decaído considerablemente, se retraía en su apartamento completamente y solo salía para ir al trabajo. Kamimatsu había intentado hablar con él en varias ocasiones pero el de ojos azules siempre lo evadía o inventaba una excusa para encerrarse de nuevo en su departamento, ocultando sus hematomas bajos largos suéteres y ligero maquillaje. Se estaba marchitando poco a poco, como aquellos adornos en el pasillo que habían dejado de ser atendidos.
Y así los días se transformaron en semanas y las semanas en meses, siempre con la misma rutina. Kamimatsu sentía una horrible opresión en el pecho cada vez que escuchaba la puerta de Karamatsu abrirse o cerrarse, siempre temiendo por la integridad de aquel joven tan amable y bueno, preguntándose si algún día volvería a ver la brillante sonrisa en el dulce rostro de su vecino o si llegaría el día en el cual aquel miserable hombre que solo lo hacía sufrir lograra desaparecer de su vida para siempre y jamás volviera a perturbar la paz de Nakamura.
Entonces sucedió. Kamimatsu regresaba a su departamento, después de una larga jornada laboral discutiendo con su editor, y lo único que deseaba era hundir su cabeza en su cómoda almohada hasta alcanzar la completa inconciencia. Solo llevaba el primer paso por aquel largo pasillo cuando escucho una fresca risa tintinear por las sucias paredes de tapiz gastado haciendo que abriera los dorados ojos todo lo que podía. Ahí, frente a su incrédulo rostro, se encontraba Karamatsu Nakamura riendo abiertamente y con un regocijo tal que Kamimatsu temió por un momento que se tratara de alguna ilusión de su cansada psique.
A su lado se encontraba otro joven apenas un par de centímetros más alto, de profundos y vivaces ojos escarlata, que ponía una mueca bastante graciosa en su rostro tratando de hacer reír aún más al joven de ojos azules. Kamimatsu sonrió también, contagiándose con aquella escena tan adorable que ambos jóvenes estaban protagonizando a mitad del pasillo. No tenía ni la más remota idea de qué era lo que los había llevado a ambos a comenzar a reírse con tantas ganas pero de lo que sí estaba seguro era de que estaría eternamente agradecido con aquel desconocido joven que logró revivir nuevamente la luz en aquellos zafiros tan puros.
Unas semanas transcurrieron rápidamente después de aquel grato descubrimiento en el pasillo y Kamimatsu investigó para mayor alegría que aquel joven no solo era un simple conocido de Karamatsu sino que además trabajaba enfrente de él en una librería y también solía acompañarlo hacia su departamento cuando ambos terminaban su jornada laboral, su nombre era Osomatsu Matsuno y parecía ser de la misma edad que Nakamura.
Kamimatsu sonrió encantado mientras regaba una de las pequeñas macetas del pasillo, observándolos a ambos platicar animadamente al dirigirse hacia el departamento de Karamatsu; había que ser bastante ciego o despistado para no darse cuenta del tierno sentimiento que brillaba en los ojos de ambos al mirarse, aquella chispa que desprendían al sonreírse o simplemente al hablar sobre cualquier tema, aquello era sincero y verdadero. Kamimatsu era un buen escritor, su especialidad eran las novelas románticas, pero incluso en todos sus años que llevaba escribiendo, y sobre todo describiendo al amor, jamás había sido espectador en primera fila del nacimiento de tan bella sensación en otras personas, era como ver una minutisa florecer en verano, simplemente maravilloso.
Nojima entró a su departamento, completamente inspirado y dispuesto a comenzar a escribir un buen libro después de haberse contagiado de aquel manto rosa que lentamente envolvía a aquel par de incautos jóvenes. Pero primero lo primero, ayudaría al joven Matsuno a conquistar el inocente corazón de su pequeño Karamatsu, tan solo esperaba que aquella sombra de desdicha que representaba aquel monstruo con forma de hombre no se atreviera a aparecerse de nuevo para destruir aquella burbuja de felicidad que ambos jóvenes habían creado a su alrededor porque de ser así Kamimatsu tomaría cartas en el asunto. No volvería a quedarse de brazos cruzados, no señor.
"¡Ya deseo que llegue el día de su boda...!"
Pensó con emoción, mientras se preparaba para iniciar la que sería sin lugar a dudas su novela más hermosa...
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Ok, lo sé! me tarde siglos! Pero ya estoy de regreso y continuaré con las actualizaciones de todas mis historias! Gracias por la paciencia ;3;
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Entre pétalos de rosas rojas y hojas con tinta azul.
Fanfiction-Me llevo este. -El joven florista arqueó una ceja, escéptico. -¿Qué sucede? -No creo que ese adorno sea el adecuado. -Sonrió tranquilo, alejando las flores del mostrador mientras entraba por la pequeña puerta que se encontraba detrás de él. Osomat...