Un viaje inesperado

493 33 14
                                    

La profesora Raquel Öster cogió un taxi y pidió al conductor que la llevara a la facultad de Historia. Era un día importante para ella. Pese a su juventud, pues no había llegado a cumplir los 32 años, le había sido otorgado el puesto de directora en unas importantes excavaciones en Janmagar.

Aún era temprano, apenas había amanecido y casi no había tráfico, por lo que llegaría con tiempo de sobra para preparar las transparencias y diapositivas que tendría que proyectar durante la charla que debía dar en la facultad. La asistencia era libre pero cabía esperar que la sala estuviese abarrotada dada la expectación que había creado el descubrimiento de un importante emplazamiento urbano de aproximadamente unos 2500 años de antigüedad.

Entre toda aquella gente que seguramente acudiría se encontraban tres hombres de los que dependía que su investigación siguiese adelante. Era un año difícil, ya que había que recortar presupuestos en varios proyectos y destinar más fondos para la salvación de varios monumentos que se encontraban cerca del Nilo. Estos serían tragados por las aguas si no se desmantelaban piedra a piedra y eran trasladados a un lugar más alto antes de que la presa de Asuán entrase en funcionamiento.

Llevaba meses trabajando en este proyecto y había preparado la charla concienzudamente. Debía ser una charla seria, intrigante y emocionante, pero no por ello carente de un rigor científico escrupuloso. El material fotográfico y las piezas arqueológicas que llevaba reflejaban la importancia del hallazgo, pero eso no siempre representaba la llave del éxito ante el estricto criterio de los miembros del jurado a quienes la facultad había designado para valorar el interés de los avances que se habían realizado en su proyecto. Especialmente crítico sería el criterio de René Dubois, un individuo pequeño y escuálido que llevaba más de 10 años sin pisar una excavación, y que juzgaba el trabajo de los arqueólogos únicamente en base al número de periodistas que podría atraer la imagen de sí mismo dando un apretón de manos al director de uno u otro proyecto.

Calvin Moss, quien la acompañaba en las excavaciones de Jamna II, había tenido el dudoso honor de trabajar junto al profesor Dubois en una excavación que contenía numerosas momias. Contaba que en aquel caluroso ambiente la disentería causaba estragos entre el personal, y que cada poco rato se veía a alguien desaparecer disimuladamente con un periódico bajo el brazo. Un atardecer vio a Dubois caminando con las piernas apretadas hacia un grupo de arbustos. A los pocos segundos se oyó un estruendo seguido de un terrible alarido. Los hombres corrieron en aquella dirección y la imagen con la que se encontraron fue la siguiente: El suelo había cedido bajo los pies de Dubois, y se había abierto un agujero de unos 2 metros y medio de diámetro. Se trataba de una cámara mortuoria donde años mas tarde se descubrieron decenas de momias. Sobre uno de los sarcófagos, que carecían de tapa que los cubriese, yacía Dubois con los pantalones y los calzoncillos bajados hasta los tobillos, tumbado sobre una momia. Temblaba de tal manera que los hombres decían que eran los dientes de la momia los que castañeaban. De ahí le vino el apodo con el que aún hoy se conoce a René Dubois, pero que a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría mencionar en su presencia: Renecrófilo Dubois.

Pero la profesora Öster contaba con la ventaja de que los otros dos miembros del jurado habían seguido muy de cerca su trayectoria y los estudios en Janma II, por lo que conocían la importancia de estos yacimientos puesto que eran anteriores a la conquista de este territorio por los Khúnar. Suponían un gran paso adelante en el conocimiento de la rica cultura que existió antes de aquellos tiempos de guerra y de la que sólo unos pocos cronistas de la época esbozaron breves fragmentos en sus obras.

Iba tan absorta en sus pensamientos, que no se dio cuenta de que el coche se encontraba aparcado justo delante de la puerta de la facultad hasta que el conductor del taxi asomó la cabeza entre los asientos de delante.

La Canción de tevunantDonde viven las historias. Descúbrelo ahora