La luna creciente brillaba en el cielo cuando Erin salió de Alisa acompañado por su guardia personal. A lomos de Tempestad, estaba totalmente seguro de la imposibilidad de sufrir una emboscada, ya que el cielo era surcado por varios Gárgol que darían la alarma y le guardarían las espaldas en el caso de un eventual ataque.
Atravesó la llanura y se adentró en el bosque. Ascendió hasta la colina donde los había citado Marduk, desde donde divisó su ejército al completo por vez primera, el cual se había detenido en un rellano a pocos kilómetros de Alisa. El tamaño del campamento era mayor que la propia Alisa, algo que Erin ya esperaba de antemano.
Los soldados que formaban la guardia personal de Erin no pudieron ocultar su emoción cuando constataron la existencia de varios focos de fuego en el campamento enemigo. Cientos de hombres corrían alrededor de los incendios provocados por los ininterrumpidos ataques sorpresa de los Gárgol.
Pronto llegaron ante una pequeña carpa de tela guardada por varios hombres fuertemente armados. Entre ellos, Erin pudo distinguir a varios hombres ataviados con el traje de armas del reino de Arcas. Cuando comenzó a caminar hacia la carpa varios Gárgol aterrizaron a su lado y lo acompañaron al interior.
Odnumel, Ocatras, Gróndel y Gílam se sentaron junto a Erin en uno de los lados de una mesa rectangular que ya era parcialmente ocupada por hombres de Marduk. Rávnar, en cuyo rostro se veía el esbozo de una cínica sonrisa, se encontraba entre ellos.
Justo en el centro del lado de la mesa ocupada por los Khúnar, un hombre vestido con telas de seda pura teñidas con vivos colores alargó el brazo para tomar una de las piezas de fruta de las que el mesón estaba repleto.
- ¿No desean comer algo, caballeros?- masculló mientras mordía la fruta.
- No hemos venido aquí para disfrutar de la cena, Khúnar.- contestó Odnumel con autoridad – Ve al grano y explícanos el porqué de esta absurda reunión, si es que la tiene exceptuando como razón al puro protocolo.
El hombre sonrió y volvió a mordisquear la pieza de fruta con desprecio antes de tirarla al suelo.
- Hacéis bien, estimado Túgmot, ni siquiera la fruta es buena en este lugar.
Los hombres que se sentaban a su lado comenzaron a reír, pero sus carcajadas cesaron repentinamente cuando Ocatras se levantó del asiento que ocupaba y se irguió al otro lado de la mesa. El Gárgol, que triplicaría en peso a cualquiera de los Khúnar presentes, dejó salir únicamente dos palabras de su boca, suficientes para volver a instaurar el orden.
- Al grano.
Odnumel cogió suavemente a su hijo del antebrazo y dijo complacido:
- Tranquilo Ocatras, vuelve a sentarte, la tienda de los Khúnar no está muy bien ventilada y no deseo que esta reunión se celebre entre el hedor de los excrementos de estos caballeros.
Ocatras volvió a sentarse y el hombre vestido con las telas de vivos colores comenzó a hablar con voz temblorosa. Verse en un espacio cerrado con cuatro de aquellos seres le causaba la misma sensación que si lo hubiesen introducido desnudo en una jaula de tigres, por lo que decidió que lo mejor era dejar el orgullo a un lado por un tiempo y terminar cuanto antes.
- Mi señor Marduk, el más grande de los reyes que los Khúnar y el mundo han conocido y…
- Bla, bla, bla…- interrumpió Odnumel - Empieza ya, tengo ganas de ir a matar Khúnar.
- Eh…uh…mi señor Marduk os invita a que entreguéis la ciudad y vuestras armas y le rindáis pleitesía. A cambio, y en muestra de su gran generosidad, os permitirá conservar la vida. También me ha indicado que – dirigió su dubitativa mirada hacia la imponente figura de Odnumel – pida a los Túgmot…perdón, a los Gárgol que se mantengan a un lado si los hombres Alisios toman la inconsciente decisión de hacer frente a nuestro formidable ejército, el más fuerte y poderoso que el mundo jamás…
- ¿Terminas de una vez? Me estoy impacientando.- volvió a interrumpirle Odnumel sin mostrar atisbo alguno de intranquilidad o nerviosismo.
- Marduk será generoso con los Gárgol. -terminó el hombre, pronunciando las últimas palabras tan rápido que casi no pudieron ser entendidas ni siquiera por los Khúnar que lo acompañaban - Abdicad y uníos a él, es vuestra única salida.
Los Gárgol comenzaron a reír con sonoras carcajadas, y Gróndel llegó incluso a tener que secarse las lágrimas.
- ¿Has oído eso, Erin? – dijo Odnumel mirando a su amigo Alisio – ¡Abdicar y arrodillarme ante su rey! Espera a que medite un rato y tome una decisión.
El rey de los Gárgol miró hacia el techo de la carpa durante dos segundos y volviendo a bajar la mirada sobre los Khúnar dijo:
- Ya está, he decidido que los Gárgol maten a todos los Khúnar que han puesto sus sucios pies sobre esta tierra.
Se levantó y avanzó hacia la puerta seguido por Erin y el resto de los Gárgol.
El portavoz de los Khúnar, envalentonado como el perro que ve alejarse a aquel que estando cerca hacía que su cola se escondiese entre las piernas, se levantó y dijo con aire orgulloso:
- ¡Entonces arderéis en el infierno junto a los Alisios, malditos Túgmot!
Odnumel se detuvo en seco y miró de reojo a Gílam, quien había llegado a su lado. Este captó el deseo de su rey y antes de que ninguno de los Khúnar llegase a tener tiempo de blandir su arma se encontraba ante el hombre que había desafiado a los Gárgol, agarrándolo del pecho y apretándolo contra el respaldo de la silla.
El Khúnar movió ligeramente la mano acercándola al mango de la daga que llevaba en su cinto, aunque cambió de idea cuando Gílam, a escasos centímetros de su cara, elevó el labio superior para dejar ver sus enormes y blancos colmillos.
Ni Rávnar ni los Khúnar que había en la tienda se atrevieron a sacar sus armas ya que Ocatras los miraba uno a uno con su espada en la mano. Odnumel se giró y dijo con contundencia:
- No temo a tu infierno, Khúnar, ya que no hay más fuego en diez de ellos que el que arde en mi corazón en deseos de cercenaros el cuello a ti y a tu cobarde rey. – y sacando su espada de la enorme funda que la contenía sentenció – Y dile que si quiere mi corona venga a buscarla, gustosamente le haré probar el filo de Orlon.
Gílam dejó caer al hombre sobre la silla, quien produjo un sonido blando y húmedo al posar bruscamente su trasero sobre ella. Se dirigió hacia sus compañeros y salió de la tienda junto a ellos.
Cuando se habían alejado a cierta distancia, oyeron los pasos de un hombre que corría apresuradamente hacia ellos. Se trataba de Rávnar de Arcas, quien se detuvo ante Erin con la esperanza de poder hacer que tanto él como sus amigos recapacitasen.
- ¡Erin! – dijo en tono de súplica – ¡Por todos los dioses, entrega la ciudad o en los siguientes días Marduk se dará un baño con vuestra sangre!
Erin lo miró con desprecio antes de contestar.
- Alisa será saqueada y quemada de todos modos, miserable traidor, lo sabes perfectamente. Marduk la entregará como premio a sus hombres junto con lo que quede de sus habitantes. Dime, ¿qué sentiste, si es que los escorpiones de tu calaña tenéis capacidad de hacerlo, cuando condenaste a Arcas e Iriana a su destrucción al alzarte contra tus compañeros y aliados?
- No tuve otra opción, Erin, nuestra derrota era algo inevitable. Marduk respetó el palacio real de Arcas tras la toma de la ciudad, y muchas edificaciones menores aún quedan en pie.
- ¿El palacio real? Creo adivinar quién es el que lo ocupará a partir de ahora. Puede que el reino de Arcas te pertenezca, Rávnar, pero Alisa no pertenece a su regente sino a sus habitantes. Sin ellos y sus casas, sus talleres, sus palacios y sus jardines la ciudadela de Alisa no vale más que un montón de pedruscos apilados al pie de un acantilado.
Rávnar no supo qué contestar, y tras unos instantes mirando al suelo susurró cabizbajo:
- Entonces será vuestro fin.
Uno de los guardas acercó a Tempestad hacia donde se encontraba Erin. Este subió de un salto y antes de marcharse espetó:
- Procura no cruzarte en mi camino durante la batalla, Rávnar, o tus ojos no tendrán tiempo de ver caer a Alisa.
Giró a Tempestad y salió a galope tendido hacia la ciudad.
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La Canción de tevunant
FantasyEn Jamnagar, un país gobernado por un régimen feudal, un grupo de arqueólogos realiza un asombroso hallazgo, una fortaleza enterrada que guarda las estatuas de varias decenas de gárgolas. Uno de estos formidables seres alados despierta tras un sueño...