La Canción de tevunant

El Ser

Estaba sentado con la espalda apoyada en un alto fresno, escondido entre la maleza, cansado hasta la extenuación. El gélido viento se había suavizado y volvió a presentarse una noche cálida, y aunque estaba mojado no sentía frío.

Al tratar de quitarse el jubón para escurrirlo descubrió un corte no muy profundo en el hombro. Sobresaltado, se puso de cuclillas y escudriñó los alrededores con su aguda vista. Nadie. Silencio y calma total. El viento agitaba suavemente las copas de los  árboles dejando entrar de vez en cuando y durante un breve espacio de tiempo a algunos de los haces de luz reflejados por la luna, que en su mayoría fracasaban en el intento de alcanzar la hojarasca que cubría el suelo de aquel bosque otoñal. Pero esto no constituía ninguna dificultad para su visión, al contrario, le daba ventaja sobre sus... ¿adversarios?...

”Despacio, con tranquilidad” – Pensó, se volvió a sentar y terminó de sacarse el jubón. Lo escurrió y se lo volvió a poner. ¿Quién más podría haber en el bosque? ¿Por qué debía intentar que no le viesen? No conseguía recordar nada en absoluto, ni dónde estaba ni qué había estado haciendo, ni siquiera quién era, pero el hecho de no llevar encima su espada era algo que le hacía sentirse inseguro.

Tranquilidad. Era lo que necesitaba. De nada valía ponerse nervioso, lo único que conseguiría de ese modo era aumentar las probabilidades de cometer un error. Se levantó y caminó agachado entre los matorrales sin producir casi sonido alguno, mirando alrededor y atento a cualquier ruido. No había ni un alma pero tenía que asegurarse bien antes de observar el terreno desde arriba para encontrar algo que le resultase familiar.

Caminó durante largo rato, con mucho esfuerzo al principio, pero el dolor y la tumefacción fueron desapareciendo a medida que seguía moviéndose. No reconocía el entorno, los árboles eran muy jóvenes, apenas había visto media docena de aquellos que superaban el centenar de años, sólo unos viejos robles y algunas pocas encinas se acercaban a esa edad. ¿Y los castaños? ¿Qué había sido de ellos? Sólo dos en todo el tiempo que llevaba caminando. Fresnos, acebos, tejos, hayas…todo era normal, excepto la edad y la distribución ordenada de los árboles en algunas zonas del bosque.

Poco a poco se fue acercando de nuevo hacia el lago, se asomó entre los arbustos pero no vio ninguna hoguera en toda la longitud de la orilla. Una hembra de jabalí bebía agua con sus seis rayones al otro lado del lago, por lo que dedujo que tampoco allí había nadie. No había reparado en los dos picos que se levantaban al otro lado del lago hasta que alzó la vista para mirar a la luna.

“Desde ahí arriba la puedes tocar si estiras mucho el brazo”.

La voz de un anciano le sobresaltó, se giró bruscamente pero no vio a nadie. Cogió una piedra y la lanzó con fuerza hacia donde había venido la voz pero sólo un ave nocturna salió revoloteando de entre los arbustos. Se internó con agilidad entre ellos pero no había nadie al otro lado. Miró a todos los lados pero no vio nada diferente a lo visto hasta ese momento. No había nadie en esa parte del bosque, estaba sólo y por tanto seguro.

Decidió subir a un pequeño cerro que se encontraba al Este del lago. Quizá desde ahí viese algo, algo que le ayudase a recordar.

Subió cansinamente la empinada cuesta y vio más de lo mismo, bosque y más bosque que cubría con un manto verde cada colina y cada llanura, aunque a lo lejos se distinguía una luz. Por su intensidad y por la distancia a la que se encontraba debía tratarse de una hoguera enorme. Por fin algo. Debía acercarse con cautela y descubrir la fuente de luz y a su autor sin que este le descubriese a él.

Subió por entre las rocas a donde el viento era más fuerte y extendió las alas. Las agitó con fuerza y aunque le dolieron estaban los suficientemente fuertes como para planear hasta acercarse hacia aquella fuente de luz. Saltó al vació sin vacilar y se elevó utilizando la fuerte corriente de aire.