La calma y la tempestad. Parte 3

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Varios kilómetros al este de Alisa, el ejército de Marduk se había detenido en una amplia llanura donde los frecuentes ataques a los que eran sometidos sus hombres serían más fáciles de defender. Diez hombres iban a ser ajusticiados. Su crimen, haber dudado públicamente del valor de un rey que se limitaba a dirigir su ejército sin exponerse jamás a peligro alguno personalmente.

Los últimos días habían sido difíciles. El ejército había crecido sustancialmente tras la incorporación de los hombres de Arcas y los suministros comenzaban a escasear, lo cual generaba distensiones y enfrentamientos entre los hombres de los distintos grupos que formaban el ejército de Marduk.

Este había creado una potente red que abastecía a su ejército por la retaguardia, pero se enfrentaba a dos nuevos problemas de difícil resolución. Por un lado, el volumen que su ejército había tomado hacía difícil que sus necesidades fueran saciadas totalmente; y por otro lado, la frecuencia y la intensidad de los ataques a los que las caravanas de transporte eran sometidas hacían que una gran parte de los víveres que se ponían en camino jamás llegase a su destino.

Muchos de los pozos y los ríos donde los hombres trataban de reponer las reservas de agua y dar de beber al ganado se encontraban envenenados o contaminados, creando graves problemas de salud a quien bebiese de ellos. Todo ello era agravado por la falta de descanso que las incursiones nocturnas de Alisios y Gárgol ejecutaban. La única solución para que el creciente descontento que había entre los hombres se mitigase era llegar cuanto antes a Alisa. Allí había suficientes víveres y riquezas para pagar a los hombres y acallar así sus quejas.

Aquel día diez hombres esperaban de pie bajo un sol abrasador a que llegase la hora de su ajusticiamiento. El origen del altercado por el cual habían sido declarados culpables era el reparto del botín de guerra del poblado atacado el día anterior. El botín incluía tanto las joyas como las mujeres secuestradas. Algunos de los hombres mantenían relaciones con las mujeres de la caravana mercante que seguía al ejército pero la mayoría se tenía que contentar con lo que consiguiese aquí o allá. La discusión entre los distintos grupos de hombres comenzó nada más conquistar el poblado y se saldó con tres Khúnar muertos.

Cinco de los hombres que iban a ser atravesados por las picas lanzadas por el pelotón de ajusticiamiento pertenecían al recién incorporado reino de Arcas, por lo que no era un buen día para el general Rávnar. Tanto él como sus hombres sentían poco respeto hacia un rey que no compartía el dolor y el sufrimiento de la primera línea de combate junto a ellos, aunque ese día comprenderían cuáles eran las consecuencias que caían sobre quien lo expresara públicamente. Toda la fracción comandada por Rávnar fue obligada a formar frente a los condenados y a observar su ejecución. Ninguno de ellos pidió clemencia, mas no dejaron de mirar hacia sus compañeros y su general con una expresión que clamaba justicia.

El odio consumía el corazón de Rávnar y la única forma de justicia que imaginaba era la venganza.

Marduk, sentado en su trono bajo una carpa que lo protegía del sol, elevó su fusta hacia el cielo y la mantuvo en alto durante unos interminables segundos, en los que disfrutó regocijándose con la tensión que los que se sabían ante una muerte segura estarían padeciendo en esos instantes. Con un rápido golpe de mano hizo descender la fusta y las picas atravesaron los cuerpos indefensos de los hombres que se encontraban semidesnudos y maniatados.

La cara de satisfacción que Rávnar vio en Marduk casi hizo que su cólera estallase y tuvo que morderse el labio hasta hacerse sangrar para poder contenerse.

Minutos después, el rey citó a sus generales y a los comandantes de los bandos aliados en su tienda. La razón fundamental de la reunión era explicar el modo en el que el asedio a Alisa iba a tener lugar. La estrategia era básicamente la misma que Marduk había utilizado hasta entonces y que tan buen resultado le había dado: un ataque en masa golpeando en el máximo número de puntos al enemigo hasta conseguir romper su línea de defensa y desorganizar su estructura a partir de ese punto débil.

Uno de los generales de Marduk pidió permiso para hablar y su rey se lo concedió.

-         La prudencia me aconseja que esperemos el regreso de Vedira. Traerá más hombres, y lo que es más importante, el arma definitiva que doblegará a los Túgmot. Solo necesitará unos pocos días…

Otro de los generales había pedido permiso para expresar su opinión y comenzó a hablar cuando el rey lo señaló con su fusta.

-         Siento tener que mostrar mi desacuerdo. Los hombres están cansados, padecen de sed y de hambre, debemos tomar Alisa y sus riquezas para saciarlos pues de lo contrario sus fuerzas se irán debilitando poco a poco. Además, ni siquiera sabemos a ciencia cierta si Vedira ha localizado el Papiro de Lothamar.

-         ¡Sus mensajeros llegaron hace días y aseguraron haber visto el papiro en  poder de  Vedira! – replicó el hombre que había hablado primero – ¡Deberíamos esperar!

Los generales se enzarzaron en una discusión estéril, ya que su señor había tomado una decisión antes de reunirse con ellos. Carraspeó y puso sus manos sobre las rodillas, a lo que sus hombres respondieron con un repentino silencio.

-         No necesitaré ningún tipo de sortilegio para derruir esa ciudad piedra por piedra. Cuento con casi 300.000 hombres, número más que suficiente para aplastar a esos perros Alisios por mucho que cuenten con la ayuda de los fieros Túgmot. El asedio no durará más de dos días. Después repartiremos los víveres entre los hombres que se los hayan ganado durante la batalla y tomaremos unos días de descanso.

La disimulada risa de un hombre se dejó oír en un lado de la tienda. Los generales de Marduk y los de sus aliados miraron atónitos al hombre que se permitía comenzar a hablar sin haber solicitado permiso expreso del rey. Rávnar se encontraba cómodamente recostado en un sillón de cuero con los pies posados sobre un mullido cojín.

-         El ejército de Alisa no tiene nada que ver con ninguno al que cualquiera de vuestros hombres se haya enfrentado con anterioridad, mi señor.- dijo Rávnar tranquilamente, mientras desafiaba con la mirada a los hombres que se sentaban ante él- Sus soldados son instruidos en el arte de la guerra desde la infancia, su falange jamás ha sido derrotada por ejército alguno y en el combate cuerpo a cuerpo no hay rival que iguale sus aptitudes. La batalla frente a los muros de Alisa no será un paseo y habremos de derramar mucha sangre antes de atravesar su maldito corazón con nuestra espada. Además, no debemos desdeñar el poder de sus Túgmot, unos seres tan crueles, viles, rápidos y fuertes como el mismísimo señor de las tinieblas.

Tras unos segundos de tenso silencio, Marduk comenzó a reír a carcajadas, a lo que sus hombres contestaron con más risas aún.

-         Parece que conoces bien al enemigo, Rávnar de Arcas.- Marduk hizo callar a sus hombres cuando comenzó a hablar- Quizá tus sabias opiniones sean útiles en otro lugar y otro momento, pero te recomiendo que no te atrevas a aconsejarme lo que debo hacer nunca más o te arrancaré los ojos y la lengua y te los haré comer antes de abandonarte en un bosque plagado de alimañas. En mi ejército no hay lugar para los cobardes, por lo que es posible que me vea obligado a relegarte de tu puesto y a asignarte otro más acorde con tu pestilente feminidad, como por ejemplo el lavado de jubones sudorosos.

Marduk terminó de hablar y esperó una respuesta sin apartar la mirada de los ojos de Rávnar.

-         Lo siento, gran señor Marduk, la ignorancia de tu gran poder ha podido durante unos instantes con mi templanza. Os serviré con honor junto a mis hombres en el campo de batalla y os mostraré mi valía, si me lo permitís y aceptáis mi más sentida disculpa.- Rávnar tuvo que tragarse las verdaderas palabras de las que se había llenado su boca y mostrar una falsa pero muy lograda humildad y sumisión, si no quería ser el siguiente en la lista de ejecuciones.

Marduk miró a sus hombres sin terciar palabra y continuó explicando sus planes para los siguientes dos o tres días.    

La Canción de tevunantDonde viven las historias. Descúbrelo ahora