La calma y la tempestad. Parte 7

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Los primeros rayos del sol bañaban los muros y torres de Alisa cuando los Gárgol, precedidos por Odnumel, aterrizaron en la atalaya de la ciudadela y entraron en el templete donde se guardaban durante el día. Antes de entrar, Odnumel dirigió la mirada al Cilindro de Rávenor. Al anochecer volvería a sonar, advirtiendo al enemigo de que la peor de las tormentas azotaría sus líneas durante las siguientes horas.

Sobre la muralla exterior de la ciudad, miles de hombres fuertemente armados formaban en perfecto orden esperando la llegada de los Khúnar.

Erin se había citado con Góntar en la plaza del mercado. Este último se había encargado de seleccionar a 700 de los mejores hombres para que conformasen dos equipos.

-         Os saludo, guerreros de Alisa. – comenzó a decir Erin – Estáis aquí porque habéis sido designados como algunos de los mejores combatientes de entre los que forman nuestro ejército. Góntar tuvo la difícil misión de escoger a los que habéis mostrado la más brillante trayectoria y a los que mejor forma física y mental demostrasteis en los entrenamientos.

Los hombres se mostraron halagados y las felicitaciones no faltaron entre ellos.

-         Espero que Góntar haya sabido explicaros el porqué de la creación de dos equipos de combatientes de élite. – continuó Erin- No estáis aquí para alimentar vuestra vanidad ni para reservar vuestras fuerzas para el asalto final. Al igual que el resto de los hombres, luchareis por turnos y también tendréis tiempo para descansar. Pero quiero que tengáis clara una cosa, cuando llegue la hora del combate, nos acompañaréis a Góntar y a mí a los puntos donde el enemigo esté haciendo flaquear a nuestra barrera de defensa. Nuestra será la misión de hacer retroceder a los Khúnar y de restablecerla, por lo cual permaneceremos constantemente entre las fauces del lobo.

Aquellos que lo prefiráis podéis volver a formar sobre los muros, aún estáis a tiempo y estoy convencido de que defenderéis vuestro hogar con la misma fiereza estéis donde estéis.

Cuando Erin terminó de hablar, cada uno de los hombres dio sin vacilar un paso adelante mostrando así su agrado por haber sido seleccionado.

Al poco tiempo, el sonido de las tubas en la torre Este requirió la presencia de Erin en la misma. Atravesó las angostas calles donde miles de mujeres preparaban las armas de recambio y las raciones de comida energética con aguamiel y accedió a la torre a través de la escalinata.

A lo lejos, miles de hombres salían a la llanura por entre los árboles como si el enjambre que formaban hubiese sido azuzado con una gigantesca vara. Comenzaron a invadir la llanura a gran velocidad y se acercaron a una distancia prudente donde no podrían ser alcanzados por los proyectiles lanzados por los Alisios. Tras ellos, varios miles de hombres más portaban plataformas de madera, troncos y tablones ayudados por carros tirados por bueyes y caballos.

Las primeras líneas formaron en posición de defensa y detrás de ellos varios miles de hombres más comenzaron a ensamblar las piezas de madera entre sí mediante el uso de gruesas sogas y clavos de bronce.

Al fondo, una gigantesca sección de caballería avanzaba protegiendo a un lujoso carro de combate tirado por ocho caballos negros. Sobre él podía verse sentado a un hombre corpulento de unos cuarenta años que iba ataviado con una armadura formada completamente por colmillos de jabalí. En la cabeza llevaba un casco labrado en plata que simulaba la parte superior del cráneo del mismo animal.

El carro que portaba a Marduk avanzó a través de la llanura hasta colocarse tras la gruesa línea defensiva que habían creado los Khúnar. A su alrededor se apostaron los miles de hombres que formaban sus tropas de élite, los Alacranes. Los aliados de Marduk, entre los que se encontraban las tropas de Arcas, se agruparon en los flancos de manera que el ejército ocupaba casi todo el ancho de la extensa llanura que se abría ante Alisa.

La Canción de tevunantDonde viven las historias. Descúbrelo ahora