Muchos de los edificios de Alisa que hasta hacía pocos días habían sido el hogar de centenares de familias ardían en llamas. Gran parte de la ciudad era un cúmulo de montañas hechas de piedras y de maderas, testigos integrantes de las casas, los talleres, los pequeños templos, las tabernas y las posadas, el gran mercado central y el resto de edificaciones que habían constituido el bullicioso centro de una ciudad próspera y llena de vida. El aplastante paso de los Khúnar la estaba convirtiendo en una gigantesca escombrera a medida que se acercaban hacia la ciudadela.
Durante cuatro días las tropas de Marduk habían avanzado sudando sangre por cada calle o pequeña plaza conquistada, y durante cuatro noches los Alisios las habían retomado con la ayuda de los Gárgol.
Al amanecer del undécimo día de asedio, tras la retirada de estos últimos, Marduk salió de su escondrijo y volvió a dar la orden de ataque. Era consciente de que cada día que pasaba su ejército se acercaba más al centro de la ciudad y de que el asedio de la ciudadela se encontraba cercano, aunque el hecho de constatar en cada amanecer que sus hombres habían cedido la mayor parte del territorio conquistado durante el día anterior hería su orgullo y le sacaba de sus casillas. Cada mañana reunía a los hombres de confianza y les pedía más arrojo, más voluntad, más sacrificio e irónicamente más valor.
Los contingentes de soldados que retomaban la invasión en cada amanecer sabían lo que les esperaba. El apocalíptico desorden que la multitud de edificios en ruinas provocaba no hacía más que dificultar su avance. Los Alisios esperaban agazapados por doquier, cobijados tras muros semiderruidos, templos o casas caídas, montones de piedra y roca, techos que pendían de los muros que días atrás los habían sostenido en alto…En cualquier momento decenas de arqueros y honderos atacaban a los Khúnar apareciendo de la nada y causándoles muchos muertos y heridos.
Los Khúnar también salían mal parados en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, y solo su elevada superioridad numérica hacía que se impusiesen en algunas de sus incursiones. Más de tres horas les llevó tomar un templo defendido únicamente por sesenta o setenta Alisios, para ver con desaliento cómo era reconquistado por ellos durante las horas nocturnas.
Una división completa de Khúnar avanzaba sigilosamente a través de un callejón cuyos muros permanecían aún en pie. Allí se sentían a salvo de un ataque con arcos y flechas. A medida que caminaban algunos soldados aseguraban los edificios colindantes y certificaban su abandono por parte de los Alisios. Un guerrero Khúnar se asomó por la puerta del siguiente edificio que había de ser asegurado cuando una bola de plomo lanzada por un hondero atravesó su cráneo. Desde fuera, los Khúnar vieron cómo su compañero se desplomaba como un muñeco de trapo. Antes de que hubiesen tenido tiempo de adoptar la formación de defensa, dos de los muros que los circundaban cayeron sobre las primeras líneas de hombres y varias decenas de soldados armados con espada y escudo les atacaron desde el interior de las edificaciones. Los Khúnar retrocedieron tratando de agruparse pero muchos de ellos habían quedado aislados entre las ruinas y los Alisios. Solo la aparición del Hombre de Hielo, acompañado por dos centenares de Khúnar pertenecientes a las tropas de élite, obligó a los Alisios a replegarse después de haber causado multitud de bajas a los Khúnar.
Estos, dirigidos por el gigante pelirrojo, siguieron avanzando. El silencio sepulcral que congelaba el aire que respiraban hacía que los pelos de sus extremidades se erizasen como escarpias. Llegaron a una extensa plazoleta y el Hombre de Hielo mandó abrir las líneas para ocupar todo el ancho de la misma.
Cuando se encontraban a media distancia de tomar el lugar Góntar irrumpió en la plaza junto a sus hombres y dos centenares de Alisios más. La cruenta lucha no evitó que Góntar y el Hombre de Hielo se buscasen mutuamente. El hacha de Góntar abría el paso igual que lo haría la rama en la mano de un niño en un bosque colmado de helechos. El Hombre de Hielo esperó con la espada clavada en el cuerpo de un Alisio que yacía muerto y la extrajo solo para asestar un mandoble al colosal Alisio, quien lo detuvo con el mango de su hacha. Góntar envió un codazo a la cara del mercenario y este lo recibió como si de una caricia se tratase. La sangre brotó de su labio partido y pareció darle fuerzas. Envió tres certeros mandobles con su enorme espada que Góntar paró con su hacha, y después fue el Hombre de Hielo quien esquivó a la muerte otras tres veces seguidas al detener el hacha de doble filo del Bisonte Negro.
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La Canción de tevunant
FantasyEn Jamnagar, un país gobernado por un régimen feudal, un grupo de arqueólogos realiza un asombroso hallazgo, una fortaleza enterrada que guarda las estatuas de varias decenas de gárgolas. Uno de estos formidables seres alados despierta tras un sueño...