Resistencia

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La noche había cubierto con su oscuro velo la ciudad de Alisa hacía unas cuatro horas. La única luz que rasgaba el denso manto negro que se extendía sobre la llanura era la que provenía de las hogueras encendidas por los hombres, tanto en el campamento de los Khúnar como en los muros de Alisa, limpios ya de enemigos y donde los Alisios evacuaban a los heridos y retiraban los muertos hacia una gran pira funeraria instalada en una planicie cerca del centro de la ciudad.

El fuego era también aprovechado por los Alisios para quemar algas que provenían del puerto de Obos, de donde cada día llegaban caravanas de mercaderes en los tiempos de paz. Las cenizas que contenían los restos de dichas algas eran excepcionalmente ricas en Iodo, y aunque los Alisios desconocían este elemento sabían que los emplastos realizados con este tipo de cenizas tenían un gran poder curativo de las heridas.

En el campamento Khúnar el ambiente era totalmente distinto al de relativa calma que imperaba en la ciudad sitiada. Los Khúnar eran atacados por los Gárgol a cualquier hora y en cualquier lugar del campamento sin que parecieran seguir un orden lógico, lo cual desconcertaba a los soldados y hacía que tuviesen que mantener un estado de alerta casi permanente.

Rávnar afilaba su espada sentado junto a uno de sus soldados cuando una enorme piedra cayó del cielo aplastando la cabeza de este último. Rávnar saltó hacia un lado y se ocultó tras una de las tiendas de campaña maldiciendo a los Gárgol, y escuchó la carcajada de un hombre a unos metros.  Thoron, “el ariete”, el hombre que se había acercado a hablar con él durante la retirada de las tropas de ambos,  reía recostado plácidamente sobre un saco lleno de paja mientras asaba algo de carne en una hoguera.

-         Da igual dónde te escondas. – dijo – Si su deseo es que tu cerebro sea reemplazado por uno de esos pedruscos dará igual dónde te ocultes. ¿Quieres un trozo de carne, amigo?

Rávnar se levantó y se sacudió el polvo. Sonrió y se sentó al lado de Thoron.

-         Quizá tengas razón. – dijo tras pinchar un trozo de carne con la punta de una fina daga – Me sobresalté cuando esa piedra cayó a mi lado. De todas maneras, la noche está siendo bastante tranquila.

-         Y eso es lo que menos me gusta de todo. – contestó Thoron con la boca llena – Demasiada calma.

En la ciudad, Erin y Góntar disponían a sus hombres para el ataque bajo el mando de Gílam. Este sería el encargado de coordinar la acción de los Gárgol con la de los hombres mientras que en tierra los veteranos Órador, Lémik, Kan y Skólem ayudarían a Góntar a dirigir la falange en la oscuridad.

Erin se acercó a la puerta Este montado sobre Tempestad, y mil quinientos jinetes más le siguieron.

Al sur, Janti capitaneaba a otros mil quinientos hombres montados a caballo que saldrían por la puerta de Diobel.

Erin se acercaba hacia la puerta cuando Gásar llegó a su lado cabalgando sobre su montura, seguido por su centenar de jinetes Irianos.

-         Bonita noche para salir a dar un paseo, compañero.- dijo Gásar situándose al lado de Erin.

-         Me alegro de verte Gásar, será un placer cabalgar a tu lado. – respondió Erin.

El Alisio no tardó en percibir una extraña expresión en la cara de su amigo, la piel pálida, los ojos muy abiertos y una amplia sonrisa que dejaba ver los blancos dientes rechinando entre sí. Sin duda el brebaje preparado por Maia había hecho el efecto esperado.

-         ¿Qué tal te encuentras?

-         No me había sentido tan bien en los últimos tres días. Estoy impaciente por salir ahí fuera y pisotear a los Khúnar antes de mandarles al infierno de una patada en los testículos.

La Canción de tevunantDonde viven las historias. Descúbrelo ahora