Gílam y Atlas sobrevolaron bosques, ríos, lagos, praderas y montañas antes de divisar los ampliamente iluminados restos de Alisa. Tomaron altura para evitar ser detectados por los focos que alumbraban el cielo y constataron la presencia de multitud de hombres armados que protegían el montículo bajo el cual se encontraba la ciudadela.
Quedaba poco para el amanecer y no había un segundo que perder. Sobrevolaron la ciudad y cruzaron la Torres de Tevunant pasando por en medio de los escarpados picos. Conocían otra vía de entrada, los dos la habían utilizado unas noches antes.
Cuando se encontraban sobre el lago Odei, plegaron las alas y cayeron en picado entrando profundamente en sus gélidas aguas. Allí se encontraba el pasadizo que solo los Gárgol o un experimentado buceador podrían usar para acceder al interior de la ciudadela. Una vez cruzado el umbral de la oscura apertura que se extendía en el fondo de un lateral del lago, solo unos pocos metros los separarían de la galería sin inundar que los conduciría a Alisa a través de las cavernas.
Poco antes de llegar a la superficie, los Gárgol vieron que la gruta se encontraba iluminada. Atlas esperó en el fondo mientras Gílam asomaba parte de la cabeza. Después el Gárgol se dejó hundir y señaló el número de hombres que guardaban la entrada.
Cinco Khúnar reposaban plácidamente alrededor de una hoguera con sus armas apoyadas contra la pared, creyéndose privilegiados porque el lugar que les había sido asignado para vigilar debía ser el último por el cual alguien podría entrar al palacio enterrado. ¿Quién sabía a qué profundidad terminaba el oscuro pozo que había unos metros más atrás? El camino desde el palacio hasta el pozo estaba concienzudamente empedrado, y creyeron que probablemente se había utilizado para acarrear reservas de agua fresca a la ciudad. Nada más lejos de la realidad. Una explosión de agua hizo que sus corazones saltasen. Antes de que pudieran reaccionar, dos Gárgol atravesaron la cortina de agua que se había elevado atacándolos con rápida eficacia.
Los Gárgol caminaron con sigilo y tan rápido como la precaución les permitía a través de la gruta sin encontrar más resistencia. Cuando llegaron al final, donde una losa los separaba de la planta baja de la ciudadela, Atlas se miró las manos.
- Hay que correr, Gílam. – dijo el Gárgol – Siento que el amanecer está muy cercano.
- Miraré si hay guardas en el pasillo, y arrancaré las máquinas espía si es que las encuentro. Después subiremos directamente al salón del trono. No hay tiempo que perder.
Gílam escuchó las voces de varios guardas en ambos lados del pasillo. Escogió el lado derecho y cedió a los hombres de la izquierda a Atlas.
La losa dejaba suficiente espacio para que los dos Gárgol pudieran salir a toda velocidad y sorprender a los guardas, y así lo hicieron. En pocos segundos, ocho hombres yacían tumbados sobre la losa de color verde oscuro.
No encontraron cámaras en el pasillo, pero al asomarse a la siguiente galería vieron que había dos de ellas. Una enfocaba el lugar por donde los Gárgol debían seguir su camino.
- Hay que destruir…- comenzó a decir Gílam, cuando vio que Atlas se acercaba con un enorme pedrusco en la mano – ¿Crees que le darás?
- ¿Cuánto quieres apostar? – respondió Atlas desafiante, antes de asomar parcialmente su cuerpo y destrozar la cámara con un certero lanzamiento.
Después los Gárgol salieron al pasillo. En una de las paredes había esculpidos unos orificios que continuaban en orden hacia el techo, que sobre ellos describía una apertura por la cual se podía escalar hasta lo alto de la ciudadela sin tener que asomarse a ningún otro espacio abierto.
ESTÁS LEYENDO
La Canción de tevunant
FantasyEn Jamnagar, un país gobernado por un régimen feudal, un grupo de arqueólogos realiza un asombroso hallazgo, una fortaleza enterrada que guarda las estatuas de varias decenas de gárgolas. Uno de estos formidables seres alados despierta tras un sueño...