En Jamna II Sólomon Vándor, recuperado del susto que los dos Túgmot le habían dado, hizo transportar a Gílam y Atlas al interior de sendas jaulas hechas de gruesos barrotes. Ordenó que conectasen la corriente eléctrica a las celdas metálicas y salió de nuevo al salón del trono. Volvió a mirar con curiosidad al enorme cilindro de bronce que se erguía en la parte posterior y siguió caminando sin prestarle mayor atención.
Minutos después, Dajín Názar acompañaba al señor Vándor al coche que llevaría a este último a Daír.
- Encárgate de todo, Názar, los Ancianos no deben sospechar nada. Haz que la voladura parezca únicamente un derrumbe accidental y oculta bien a los Túgmot. Mañana tendré que acompañar a esos viejos al interior del palacio y no me gustaría tener que castigarte si me encuentro con alguna desagradable sorpresa. ¿Queda claro?
- Como el agua, señor Vándor. – respondió Názar seguro de sí mismo.
Después Vándor montó en el coche y se alejó junto a sus guardaespaldas.
Názar se giró consternado y caminó de vuelta hacia la ciudadela enterrada. A medio camino se detuvo ante la estatua de Lithien, y comprobó que varios de los crisantemos que había transplantado a su base días atrás habían cogido fuerza. Tras ello, siguió su camino y subió renqueante la empinada cuesta que llevaba a la parte del palacio que había sido desenterrada. Pidió a Yenisei, dios de la fortuna, que le otorgase una última oportunidad mientras recorría los pasillos que lo guiaban al salón del trono.
Una vez dentro, llamó a los Khúnar que trabajaban en el transporte de las estatuas de los Gárgol.
- Veo que habéis montado los raíles hasta la última de las cámaras del pasillo. Buen trabajo, el señor Vándor sabrá recompensar vuestro esfuerzo.
Los Khúnar se sintieron halagados por el cumplido de uno de los hombres más cercanos a su temible jefe.
- Ahora id a descansar, durante la noche nos llevaremos a los Túgmot de aquí. Yo me quedaré y revisaré cada una de las piezas con suma atención, nada debe fallar, conocéis la ira del señor Vándor.
Después subió a la tarima, se acercó al sistema de monitores que Vándor había hecho instalar allí y ordenó al vigilante que lo dejase solo en la estancia. Lo acompañó hasta la puerta y se aseguró de que se encontraban totalmente a solas.
- Vigila la parte exterior de la torre que desenterraron los arqueólogos extranjeros. – ordenó al último de los Khúnar que quedaba presente – Haz que nadie me moleste bajo ningún concepto. ¿Queda claro?
- Sí, señor. – respondió el Khúnar, y se marchó a través del largo pasillo.
Názar volvió a internarse en el salón del trono, y se dirigió al lugar donde el segundo de los Gárgol que los había atacado había permanecido oculto. Allí, semienterrada por los escombros, localizó a Orlon. Comprobó su gran peso cuando la extrajo del amasijo de piedras, y con la espada apoyada sobre uno de sus hombros caminó hasta colocarse en el mismo lugar donde el Gárgol casi lo había alcanzado al amanecer, ya horas atrás. Dejó la espada a los pies de la estatua de Gróndel y trató de colocarse en la misma postura que tuvo cuando había visto al Gárgol acercarse y convertirse en piedra. Después pensó, tratando de recordar cada detalle. Una cosa era segura, el Gárgol no buscaba acabar con la vida del lugarteniente de Vándor cuando tendió su brazo hacia el asustado humano. Názar había visto cómo el Gárgol corrió con la mirada fija no en él, sino en la estatua que había detrás. Buscaba algo y trató de cogerlo, pero el amanecer se lo había impedido.
ESTÁS LEYENDO
La Canción de tevunant
FantasyEn Jamnagar, un país gobernado por un régimen feudal, un grupo de arqueólogos realiza un asombroso hallazgo, una fortaleza enterrada que guarda las estatuas de varias decenas de gárgolas. Uno de estos formidables seres alados despierta tras un sueño...