Aior corrió hacia los jardines del Templo de Lithien en cuento terminó de cenar. Cuando llegó a la primera hilera de columnas, se escondió tras una de ellas y asomó la cabeza para vigilar los jardines. Se agazapó y caminó en silencio a través de ellos durante unos minutos hasta que vio a Atlas a lo lejos. El colosal ser se encontraba de espaldas a él, sentado, observando algunas flores que crecían al pie de un viejo tejo.
Aior se acercó sigilosamente, conteniendo la respiración para no ser oído, estaba seguro de que lo sorprendería por la retaguardia. Lo que no podía ver era la sonrisa que se dibujaba en la cara del Gárgol, que se había percatado de la presencia del muchacho hacía ya un buen rato.
Cuando estuvo a escasos tres metros de distancia, Aior aceleró el paso y saltó sobre las espaldas de Atlas gritando:
- ¡Te pillé, maldito! ¡Ríndete, no tienes nada que hacer!
Atlas comenzó a girar dando vueltas por el suelo mientras Aior seguía agarrado a su cuello. El Gárgol no paraba de reír y de gritar:
- ¡No, por favor, no me hagas daño!
Aior se soltó y cogió una larga rama del suelo.
- ¡Desenfunda tu espada, cobarde! ¡Haré que pruebes el filo de la mía!
Atlas tomó otra rama, que en su gigantesca mano tenía más aspecto de un fino junco que de una espada, y se defendió de la primera acometida de Aior.
Después de luchar durante un rato, simuló que el muchacho lo había podido desarmar y dejó que este golpease su abdomen con la improvisada espada.
- ¡Muere, malvado! Esto te pasa por meterte con el guerrero más valiente de todo Alisa!
Atlas se alejó haciendo que cojeaba, semiagachado y con una mano en el vientre.
- ¡Nos volveremos a ver las caras, intrépido guerrero, y esa vez seré yo el vencedor!
Aior corrió tras él hasta que llegaron debajo de un gran roble de más de dos metros de diámetro. Se sentaron bajo él y Aior, jadeando, preguntó:
- ¿Es que vosotros nunca os cansáis? ¡Yo estoy reventado!
- Aún eres joven, cuando seas mayor serás más fuerte, y también más rápido.
- ¿Tanto como mi padre? Dicen que él es el más fuerte de Alisa.
- Tendrás que esforzarte mucho para ello, pero yo te enseñaré, igual que hizo Gílam con tu padre. Vamos, sigamos paseando por los jardines y te contaré más historias de los Gárgol.
Llegaron a una zona ajardinada donde un gran número de crisantemos rodeaban la estatua de una mujer joven, tallada en piedra blanca con una delicadeza exquisita. Atlas se arrodilló ante ella, agachó la cabeza y tras cerrar los ojos dijo unas pocas palabras en voz baja. Aior se arrodilló a su lado y lo imitó.
- Gróndel me dijo una vez que es la madre de todos vosotros. – dijo con curiosidad, esperando que Atlas terminase de contar aquella historia que Gróndel dejó inconclusa.
- En cierta manera. – respondió Atlas sin dejar de mirar a la estatua de Lithien – Ella fue la madre de los primeros de nosotros, hace ya muchos años. ¿Quieres que te lo cuente?
- ¡Sí, sí, por favor! – respondió Aior expectante.
- Verás. Hace mucho, mucho tiempo, el padre sol y la madre luna se reunieron con el propósito de crear la tierra. Ambos quisieron hacerla a su imagen y semejanza, y convinieron el siguiente acuerdo: Cada uno la poseería durante la mitad de la jornada.
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La Canción de tevunant
FantasyEn Jamnagar, un país gobernado por un régimen feudal, un grupo de arqueólogos realiza un asombroso hallazgo, una fortaleza enterrada que guarda las estatuas de varias decenas de gárgolas. Uno de estos formidables seres alados despierta tras un sueño...