Dormir

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Desde hacía ya varias noches, David había dejado de dormir. Al llegar la media noche se mantenía con los ojos completamente abiertos, y en un intento de aburrirse y dormir, leer o ver la televisión resultaba en intentos fallidos.

La primera noche no fue tan mala. Regreso a casa después del trabajo, pensaba que el estrés comenzaba a cobrarle factura. Tras cenar algo ligero fue a acostarse a la cama, eran las nueve de la noche pero no podía conciliar el sueño. Pensando que era normal, fue por un vaso de leche tibia, lo cual, pasadas un par de horas se dio cuenta que no ayudaba en nada, por lo que pensó que era una buena oportunidad para terminar y pulir reportes pendientes que debía entregar.

Mientras terminaba el trabajo, se percató el sol comenzaba a entrar por la ventana. Se puso a ver las noticias hasta la hora de alistarse. Comenzaba a sentirse emocionado, pensando en la idea de haber aprovechado la noche para acabar el trabajo pendiente. Tomó un baño y se vistió, todo con el mejor humor del mundo, pues pese a haberse desvelado, no se sentía cansado.

Al llegar a la oficina saludó con gran euforia a todos sus compañeros, los cuales pensaron era algo raro, pues no solía ser así. La tensión se sentía en el aire, más por el hecho de tener una junta donde mostrarían el avance y reporte de las ventas. Rita, la jefa de área, entró puntual a la sala de juntas; 10 en punto. Dio un vistazo rápido a los ocho miembros del equipo, y con su tono de voz seco y frio dio por iniciada la junta. Su apariencia ruda y seria inspiraba miedo y nerviosismo, y al ser una mujer tan estricta, solían hacer la broma de pensar que había sido general del ejército.

–David, lo veo muy sonriente hoy– dijo con una pose firme y voz fuerte–, espero no nos decepcione con malos resultados. ¿Por qué no se levanta primero y nos da su informe?

Al principio se le veía nervioso, pero en cuanto se levantó, tomó las impresiones que había hecho y comenzó a exponer los resultados de ventas y ganancias que el equipo a su cargo había tenido, se sentía muy animado, con una especie de euforia que se había apoderado de él. Sentía que sus palabras y movimientos seguían el ritmo de una música que solamente él podía escuchar.

Otros compañeros prosiguieron con sus informes, y pasada poco menos de una hora, y dada por terminada la junta, Rita se dirigió a la puerta para darles la salida, y mientras todos se retiraban, se veían algo preocupados y hasta desanimados. Eliza, jefa de otro equipo de ventas, se acercó a David, un tanto sorprendida –tu equipo no va tan bien como lo hiciste ver– le dijo con rostro serio –, no digo que hayas dado datos falsos, pero me pareció curiosa la manera de hacer el informe, sobretodo que te escuchabas de muy buen humor. –¿Y es malo estar feliz?– le respondió con una gran sonrisa –Es solo que me aseguré de preparar todo en detalle lo mejor posible.

Pasada la tarde, el ánimo de David parecía decaer, incluso se le comenzaba a ver un poco desanimado a comparación de la mañana. El cansancio comenzaba a notarse e incluso se empezaba a sentir algo irritable. Al terminar el turno, decidió volver a casa directamente para tratar de descansar un poco.

La rutina de la noche anterior se repitió; cenó algo ligero, ordenó algunos documentos que necesitaría al día siguiente, y se acostó a dormir... o intentar dormir. Se quedó viendo al techo prácticamente toda la noche. Cerraba los ojos, trataba de no pensar nada, pero por más que daba vueltas en la cama, no podía conciliar el sueño.

Si bien decidió ir a trabajar así, se sentía muy cansado, apenas con fuerzas. Los ojos le ardían y la luz le molestaba como si mil agujas se le clavaran al mismo tiempo. El estómago comenzaba a sentirle mal, y lo poco que había comido esa mañana le provocaba agruras. Las náuseas apenas eran incontrolables. Sus compañeros, y ni qué decir sus superiores, comenzaron a preocuparse, cuando en plena plática con otro jefe de departamento respondió a sus preguntas con lo que ellos llamaron "parloteos sin sentido". En su cabeza, las palabras eran fuertes y claras, pero para ellos no tenía sentido lo que decía, pues solo parecía que hablaba palabras al azar y mal pronunciadas. El jefe le llevó a la enfermería con ayuda de otro compañero, pues pensaban que estaba en estado inconveniente y temían fuera a actuar violentamente o incluso escaparse.

La enfermera fue directa al grano, le vio a los ojos y sin miramientos preguntó si había bebido. Su respuesta fue un rotundo "no". Le estuvo cuestionando por un buen rato y después de consultarlo con sus jefes, decidieron enviarlo a casa, y dado que no sentían que fuera seguro que se fuera solo en taxi y mucho menos caminando, uno de sus compañeros se ofreció a llevarlo a casa en su auto.

Apenas podría decir que logró descansar. El cuerpo le dolía demasiado y sentía cada vez más nauseas. Se acostó para tratar de dormir pero fue inútil. Se levantó de la cama a las 3 de la mañana; tenía calor y sed, por lo que se dirigió a la cocina por un vaso de agua. Un miedo se apoderó de él cuando, al abrir la puerta del refrigerador, le pareció haber visto algo que salió corriendo, algo que parecía una pequeña figurita negra. Encendió la luz de la cocina pero no logró ver nada. Pensando que sería una rata, puso una trampa cerca del refrigerador, sacó un vaso de agua fría y después de tomársela, regresó a la cama. Se sentó viendo a la nada cuando, en el medio de la penumbra, pareció escuchar que alguien le llamaba. Volteó asustado para ver de dónde venía el sonido, pero no pudo encontrar su origen. Pensaba que era producto de su imaginación, cuando al acostarme comenzó a escuchar una conversación.

–Nada es lo mismo –decía un susurro áspero.

–Ahora nos verá –respondió un tono agudo.

–Mañana será el día –respondió la primera voz.

Era un diálogo de lo más raro y sin sentido, y por más que se cubría los oídos, no dejaba de escuchar esas voces, que parecían cercanas, pero a la vez sentía como si estuvieran por todos lados.

Pasó de nuevo la noche sin poder dormir, su cabeza se sentía como si hubiera dentro un taladro perforándole el cráneo. Golpes comenzaron a escucharse, como si un enorme mazo golpeara la puerta queriendo derribarla, y aunque se cubría los oídos para no escuchar pero el sonido era más intenso, retumbaba con un eco mortal en mis oídos, y por más que trataba de ignorar el ruido le era imposible. Cayó de rodillas, comenzando a sollozar de la desesperación, no quería escuchar más ese ruido, y lo único que quería era dormir. Una risa extraña comenzó a burlarse de él, mientras una música parecida a la tonada de un piano retumbaba por la casa. Luces de colores salían de debajo de los muebles, y sus manos comenzaban a verse distorsionadas, sus dedos lucían más largos y deformes. Estaba a punto de gritar cuando una voz que le pareció la de un ángel en ese infierno le llamó por su nombre.

–David, David, sé que estás ahí.

Se levantó como pudo. Las luces habían desaparecido y las voces dejaron de sonar. Con esfuerzos, abrió la puerta. Eliza, que casi no hablaba con David, se había preocupado por él, y fue a verlo, sin embargo su expresión hacia David le hizo darse cuenta que estaba peor de lo que se sentía.

Le ayudó a incorporarse y sentarse en el sillón. No tenía fuerzas ya, apenas podía hablar. Escuchaba su voz, pero no entendía lo que decía. Veía su cara y la silueta de su cuerpo, pero estaban difuminados con el fondo. Su ropa, que en esa ocasión era una blusa blanca y una falda azul, se veían como un par de manchas sin contorno.

–Por favor, trata de descansar –fue lo único que logró entender. Asintió a algo que le preguntó antes de marcharse.

Se quedó sentado, viendo a la nada, pensando que una noche más estaría sin poder conciliar el sueño. Nuevamente llegó la media noche, regresó a la cama, dando vueltas toda la noche, sin poder dormir ahora a causa de extrañas luces que parpadeaban y aparecían de la nada. Los ojos ardían y dolían agudamente, ni siquiera cerrados dejaban de molestar, y esas extrañas luces fantasmales aparecían hasta con los ojos cerrados, pues podía sentir destellos en colores rojizos y naranjas atravesando sus parpados. Sentía una presión en todo el cuerpo, como si mil manos oprimieran con todas sus fuerzas, y apenas tenía energías para poder quejarse o cambiar de posición.

La cuarta noche fue terrible, había dejado de comer desde el día anterior, incluso un vaso de agua le sentía mal y le hacía vomitar. Estaba muy débil ya. Desconectó todo aparato; la televisión, la computadora, apagó su celular, todo. Sentía que podía escuchar el zumbido de la electricidad y eso hacía que la cabeza doliera con gran intensidad. No soportaba más la situación, por lo que, con las ultimas fuerzas que le quedaban, ignorando esas voces que salían de todos lados y se burlaban de él, salió del apartamento, apoyándose sobre el barandal, dejó que el peso del cuerpo y la gravedad hicieran su trabajo, agradeciendo, por primera vez en mucho tiempo, el vivir en un quinto piso, suponiendo que esta vez por fin podría dormir, deseando que esta vez los Dioses del sueño le tuvieran piedad y le permitieran dormir, y nunca más despertar.

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