Fantasía

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–Fieros dragones, terribles demonios, tiranos gobernantes y malignos hechiceros, todos caerán bajo el filo de mi espada –proclamaba Sir Alex McAllister en voz alta mientras alistaba su armadura y empuñaba su espada.

Alex era un joven de apenas 17 años, pero tenía un gran valor y estaba dispuesto a luchar contra los males de la humanidad y toda criatura maldita que quisiera lastimar a su pueblo. Tomando su escudo, envainando su espada y colocándose su brillante casco, cruzó la puerta de su hogar, saliendo a un camino de piedra que se extendía a lo largo del pueblo. Los pobladores lo veían con curiosidad, algunos con desconfianza, otros con lástima. Unos niños que jugaban lo observaban con los ojos abiertos, sorprendidos y maravillados.

Avanzó con paso firme, decidido a buscar al fiero Dragón Negro, una criatura con forma de serpiente, de escamas brillantes plateadas y negras, que cruzaba a gran velocidad cada tarde las afueras del pueblo, rugiendo con toda su fuerza y envuelto en nubes de humo negro. Los pobladores le temían y respetaban, por lo que nadie se atrevía a cruzarse en su camino, pero no Alex, Sir Alex, como aseguraba lo nombraría el rey una vez conociera su proeza, estaba dispuesto a enfrentarlo.

A unos metros de "La Ruta del Dragón", un grupo de guardias del rey aparecieron en su camino –Alto ahí –le ordenaron con voz firme–, nos reportaron que alguien armado andaba por estos rumbos.

–Estoy armado, es correcto, noble caballero– su voz elocuente y respetuosa sonaba firme y sin miedo –, pero mi espada jamás dañaría a un hombre de corazón noble.

Desenvainó su espada con la mano derecha, mostrándola en posición horizontal, para demostrar que no era una amenaza, pero lista para usarla de ser necesario –esta noble espada fue forjada con un único objetivo: proteger a los necesitados, asistir a los desdichados, y destruir a los demonios que les causan mal.

Los guardias se quedaron en silencio, mirándose entre sí para luego estallar en risas. La molestia se notaba en el rostro de Alex, quien indignado preguntó el motivo de sus risas.

–Amigo, vas a tener que venir con nosotros, no queremos que te hagas daño.

–¿Daño, daño decís? Os equivocáis, mi espada no me traicionará, y si quieren interponerse en mi noble cruzada, os declaro mis enemigos.

Con un grito de guerra, Sir Alex se abalanzó contra ellos, estaba confiado de derrotarlos, y su escudo le protegería de cualquier embate del adversario. Los tres guardias del rey desenvainaron sus espadas cortas, las que consideraban no serían rivales para él. El primer guardia esquivó la estocada, mientras que el otro le dio un golpe directo al hombro, que aunque fue bloqueado por la armadura, el impacto se hizo sentir. Un barrido rápido impacto de lleno a la cara de este, dejándolo fuera de combate. Los dos guardias restantes se lanzaron contra él, pero la larga espada del caballero errante le ayudaba a mantener distancia. A lo lejos, el rugido del dragón se escuchaba, se acercaba. Sabía que tenía que aprovechar y acabar con él rápido –dejadme pasar, insensatos– les ordenó con fuerza–, el monstruo se acerca, y debemos eliminarlo.

Avanzó con su espada apuntando hacia los enemigos para mantener su distancia mientras se acercaba a la Ruta del Dragón. Uno de los guardias se acercó hacia el guerrero lanzando una estocada que pudo bloquear con su escudo, sin embargo, no se percató que su compañero se acercaría hacia él, sacando un extraño frasco, el cual lanzó a su cara un líquido irritante directo a su cara. Sin duda estos guardias utilizaban también magia para combatir.

–Desdichados, qué me han hecho, nos han condenado a todos –gritaba mientras se llevaba las manos a la cara–, ahora el dragón tiene vía libre a mi pueblo.

Los guardias del rey socorrían a su compañero herido, que solo tenía un corte en la cien, un hilillo de sangre y un moretón era todo lo que se llevaba de ese combate, y entre los tres, ataron las manos del caballero errante para subirlo a la carreta con destino a los calabozos. Mientras se alejaban, aun cegado por el ataque, Alex escuchaba el rugir del monstruo, que se alejaba a la distancia. Su corazón se desplomaba y hacia pedazos de tristeza, al darse cuenta que seguramente el Rey estaba de acuerdo con que tan horrible bestia devorará su pueblo.

Esa tarde, los policías llevaban a un hombre que, según contaban sus vecinos, era un vagabundo que vivía en una pequeña choza de lámina. Dentro, encontraron algunos libros de fantasía, ya viejos y deshojados, que se notaba los había leído una y otra vez. Alejandro, que se hacía llamar Sir Alex, alegaba ser un protector del pueblo que estaba dispuesto a luchar con "El Dragón Negro", que era como llamaba al tren de carga que cruzaba cada tarde las vías a las afueras del pueblo.

En la cárcel un indigente gritaba desesperado que lo liberaran, que era un noble caballero en una cruzada justiciera, pero para los policías solo era un vagabundo, del cual la gente se preocupaba por miedo a que fuera aplastado por el tren o que hiciera daño a alguien, un hombre cuya dañada mente, se había perdido entre libros medievales y de fantasía.

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