Origen

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Organizados en enormes libreros y estantes se encontraban todos los libros que estaban prohibidos al público, nadie, excepto ciertas personas de los más altos niveles de poder, tenía autorización para entrar a verlos, bueno ellos y ahora yo, Luca D'Amico, el más reciente bibliotecario de la Santa Sede, que tras años de servicio y lealtad, se había ganado, a mis 59 años de edad, el privilegio de trabajar en el archivo secreto.

Para llegar a este sitio cruzamos una gran bóveda ubicada en el subsuelo del Vaticano. Iba custodiado por tres hombres de la Guardia Suiza de alto rango y del Director Principal del archivo, Leonardo Rossi, cuya familia había trabajado para el Papa directamente por varias generaciones.

Bajamos una larga escalera de caracol; por casi diez minutos bajamos hasta llegar a una gran puerta de roble, de casi ocho metros de alto y unos dos y medio de grosor. Un par de guardias armados custodiaban la puerta, vestidos como los que nos acompañaban con los trajes de franjas azules y amarillas que la Guardia Suiza usa normalmente, portando boinas negras y unas grandes y pesadas alabardas. Sus rostros eran muy extraños; sus ojos eran completamente negros, y sus rostros estaban terriblemente pálidos, parecían como si estuvieran muertos. El Director se acercó y les dijo algo en una lengua que no comprendí, no era italiano, francés, latín y mucho menos inglés, era más una sucesión de sonidos guturales y chasquidos con algunas sílabas que se podían confundir con palabras, pero no supe qué dijo en realidad. Se apartaron y en cada lado del marco de la puerta abrieron un pequeño panel numérico donde entraron una secuencia sincronizada de varios números. Un pitido se hizo sonar y la puerta comenzó a abrirse, nos fuimos acercando hasta que hubo el suficiente espacio para entrar todos, cuando apenas cruzamos esta comenzó a cerrarse con un fuerte estruendo.

Avanzamos en silencio por una gran galería hasta llegar donde estantes gigantescos se extendían por kilómetros al fondo y la altura era casi el equivalente a tres pisos. Yo me quedé absorto al ver tal lugar, pues sin duda en el mundo no había biblioteca tan grande e impresionante como esta.

–Bienvenido a los archivos secretos –dijo el Director, rompiendo el largo silencio.

–No puedo creer, todo este lugar... –titubee por la sorpresa y el tiempo pasado sin haber podido hablar.

–Así es –respondió el Director–. Ya es momento de que conociera los grandes secretos del mundo. Avancemos, que no tenemos todo el día.

Seguimos caminando por un enorme pasillo. Los guardias no pronunciaban una sola palabra. Había sido advertido desde el principio que no les dirigiera la palabra, como quiera no responderían, pues su función principal era resguardarnos y a los archivos ahí custodiados.

Llegamos a una zona despejada donde había una gran mesa de roble, bastante gruesa y pesada, llena de papeles, libros abiertos, algunas pilas de libros de diferentes tamaños y épocas e incluso pergaminos. El Director indicó con su mano una de las dos sillas que estaba frente a la mesa, sentándose él en la otra. Tomó un libro que sin duda reconocí, era una biblia, una edición bastante común.

–Ni siquiera tengo que preguntarle lo que aquí tengo, pues quiero creer, tras años en este sitio, está muy familiarizado con esto, sin embargo, le tengo noticias; usted conoce solo lo que queremos mostrarle a la gente.

Dejó caer el grueso libro en la mesa y apoyó su mano en una pila de libros, seis en total, todos de cuero en tonos oscuros.

–Estos, señor, son solo algunos de los muchos tomos que hablan la verdad.

–Blasfemia –grité levantándome de mi asiento.

–¿Blasfemia? Señor, si es blasfemia decirle que le enseñamos a los niños una historia de amor y compasión, donde el amor es la fuerza más grande del universo y todo pasa por una razón, para ocultarles la verdad de lo que pasó en este lugar hace tantos tiempo, entonces con orgullo me llamaré blasfemo –tomé asiento de nuevo, algo exaltado aun–. El mundo no fue creado en siete días, no hubo un Adán y una Eva en un jardín paradisiaco, no hubo ningún Caín que matara a Abel y tampoco ningún hombre construyó, por orden divina, un arca para meter dos animales de cada especie. La verdad es más oscura. Lo trajimos aquí porque necesita saber tan pronto como sea posible lo que ocurre aquí, para que así pueda realizar su trabajo correctamente.

El ABC del TerrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora