Quemar

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Queriendo sorprender a su esposa, Pedro dispuso de todo lo necesario para pasar una velada inolvidable.

La mesa estaba adornada con un par de floreros con rosas rojas, las favoritas de Susana. Había puesto varias velas para ambientar el lugar y dispuso de la lujosa vajilla que su abuela le había heredado.

Para celebrar su aniversario, dos años de casados, Pedro salió temprano de su trabajo en la agencia automotriz para alistar todo. Susana, que trabajaba como enfermera, saldría a las 10 de la noche, teniendo él tres horas de anticipación, suficiente para alistar todo.

Vio su reloj; faltaban veinte minutos para que ella llegara. Alistó los últimos detalles, asegurándose que su traje estuviera bien arreglado, la corbata en su lugar y la cena lista y caliente, esperando en la cocina para ser servida. Encendió las velas para empezar a dar ambiente, y como detalle final se acercó a la puerta desde donde empezó a hacer un camino de pétalos; quería que la noche fuera perfecta.

Dando la espalda a la mesa, comenzó a escuchar un chisporrotear detrás de él. Giró sobre sí para ver cómo una de las velas se consumía en una enorme llamarada que comenzaba a incendiar las flores. Tomó un trapo de la cocina para apagar las llamas, lo que resultó inútil pues este acabó también quemándose en el piso. Corrió a la cocina por una jarra de agua para apagar las llamas, quedando todo mojado y a medio quemar, pero al menos salvó la mesa. Ahora debía buscar reemplazar los daños tan rápido como fuera posible, tomando la precaución de apagar las demás velas.

Tenía que apurarse, el pequeño incidente le había quitado tiempo, eran ya las 10:15, su esposa llegaría en cualquier momento y no encontraba el viejo mantel. Sacó otro que era un poco más grande que la mesa; no importaba, solo necesitaba ocultar el quemado para no preocupar a su mujer, ya le hablaría del suceso al día siguiente.

Dispuesto a cambiar el mantel cruzó el pasillo al comedor, quedando estupefacto al ver como un nuevo incendio consumía toda la mesa. Una enorme llamarada tras la mesa estaba consumiendo esta y las sillas, convirtiéndolas poco a poco en cenizas. Una jarra de agua no sería suficiente para apagar el fuego esta vez, necesitaba llamar a los bomberos. Dispuesto a ello sacó su celular, mas no pudo marcar al quedar paralizado de miedo cuando la llamarada comenzó a extenderse en vertical. No, no se estaba extendiendo, se estaba poniendo de pie, frente a él estaba un ser de forma humanoide envuelta en llamas.

Apenas se distinguían unos cuantos rasgos faciales, teniendo por ojos un par de cuencas vacías y una dentadura negra compuesta de largos colmillos. La "criatura" vio fijamente a Pedro, y con un rápido movimiento de su brazo lanzó los restos de la mesa al otro lado de la habitación. Los trozos de madera ardiendo salieron volando, impactándose contra la ventana y quemando las cortinas, que caían en girones llameantes, convirtiendo el comedor en un verdadero infierno.

Susana había llegado a casa algo tarde; 11 de la noche. Un paciente había tenido complicaciones cardiacas y tuvo que quedarse un poco más hasta que lograron estabilizarlo, pero no pensó que justo llegando a casa tendría que regresar, no como trabajadora del centro de salud, sino como visitante.

El camión de bomberos, la ambulancia y las patrullas iluminaban con sus luces la oscura noche, todas en rededor de su casa. Preocupada, se acercó a averiguar lo ocurrido, pero era innecesario preguntar al ver como las llamas consumían su casa. Un policía la detuvo, impidiéndole que se acercara más.

–Vivo aquí, mi esposo está dentro –gritó con lágrimas en los ojos al imaginarse lo peor.

Justo en ese instante, un par de bomberos sacaban de entre las infernales llamas a un hombre desmallado.

–Un vecino reportó el incendio –le dijo el policía al tiempo que era empujado por la mujer.

Pasó corriendo para asegurarse de quién era la víctima, que rápidamente recibía ayuda de los paramédicos. Uno de ellos la reconoció y la interceptó.

–Cálmate Susana, soy yo, Julián –le decía tratando de tranquilizarla y evitar que interfiriera en el trabajo de los otros dos paramédicos–. Él estará bien, parece que son quemaduras leves, y seguro tiene los pulmones llenos de humo, pero se pondrá bien.

Susana lloraba al lado de la cama de hospital, donde su esposo se encontraba inconsciente, el cual se despertó poco a poco, viéndose lleno de vendajes. Extendió su mano para acariciar la cabeza de su esposa, que descansaba reposada en el duro colchón.

–Tranquila amor, estoy bien.

–Ay, por Dios, Pedro –se sorprendió de ver lo rápido que su esposo había vuelto en sí–. Me alegra que despertaras, llevas más de 24 horas inconsciente. ¿Qué pasó?

Los ojos de Pedro se abrieron en una expresión combinada de sorpresa y terror. Recordaba lo ocurrido; recordaba que la monstruosa criatura, que era tan alta que llegaba casi al techo, se acercaba hacia él a paso lento; recordó cómo sus pisadas incineraban la alfombra, y de cómo, a pesar de no emitir palabra alguna, sentía cómo esta bestia emitía un rugido ronco y gutural. Sus pasos lentos y el calor que emanaba hacían que sudara copiosamente. Recordaba apenas haber tenido tiempo de incorporarse para huir y que había sido tocado en la espalda por una mano que describiría como esquelética, mas esta estaba envuelta en llamas; podía sentir el calor en su cuerpo y como el saco era calcinado casi al instante, dándole unos segundos para quitárselo y no terminar cremado. Recordó que en la cocina tomó otra jarra de agua, la cual se echó en la espalda. Después de eso no pudo recordar nada además de la oleada de calor y una enorme llamarada que invadió la cocina.

–Amor, qué tienes –volvió a preguntar ella preocupada.

–Nada –respondió para no preocuparla, pues ni él sabíaqué había ocurrido–, nada amor, creo que sin querer la cena se quemó.

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