Xilófago

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Xavier vivió su vida siendo un fiel creyente, cristiano desde su infancia en una familia conservadora. Sus padres le habían inculcado las enseñanzas de la biblia, por lo que sabía que la muerte no era más que un paso a la vida eterna en el paraíso.

Aunque dedicó su vida a la ciencia, más específicamente a la entomología (el estudio científico de los insectos), nunca dejó de lado sus creencias. Como científico estaba obligado a ver las cosas desde un punto de vista lógico, todo debía tener una explicación, una causa y efecto, siendo los insectos el resultado de millones de años de evolución y adaptación, pero dentro de él eran el milagro de la creación. Dios los había puesto en la Tierra con un propósito.

Sus estudios lo llevaron a todos los rincones del mundo para estudiar los diferentes tipos de insectos que habitan el mundo, así como sus hábitos y desarrollo en los diferentes climas. Y fue en uno de sus tantos viajes a la India donde, de colegas entomólogos aprendió acerca de la reencarnación, de cómo cada vez que uno muere renace en una nueva criatura, pudiendo volver a este mundo como cualquier criatura, incluso como uno de los insectos que ellos estudiaban con tanto ahínco, idea que Xavier, como ferviente creyente cristiano, rechazaba vehementemente. Renacer como un insecto no era algo que le hubieran enseñado, él confiaba que, al morir, iría al paraíso, donde tendría "vida eterna" y no volvería a sentir dolor ni miedo.

Miedo, fue ese el ultimo sentimiento que viviría como humano, pues después de haber pasado una semana algo incomoda con sus compañeros de la India debido a sus diferencias en cuanto a creencias, el avión en que regresaría a casa tuvo una falla en el motor, precipitándose violentamente contra una montaña.

Lo último que vio fue un brillo cegador, después la oscuridad total. No supo por cuanto tiempo estuvo sin moverse, sin tener reacción alguna, pero en cuanto recuperó la conciencia se vio en el medio de un bosque, trató de moverse pero le fue imposible. Con gran esfuerzo y apenas teniendo un rango de visión limitado se dio cuenta de que no había muerto, había vuelto a este mundo como un árbol.

Se sentía confundido, aterrado. Pensaba que era un mal sueño, negaba la idea de la muerte, pues el debería de haber ido al paraíso, no estar en el medio de un bosque como otro árbol, y aun así estaba ahí, sintiendo lo mismo que el árbol debería "sentir"; la tierra que envolvía sus raíces, el viento que agitaba sus hojas, las ardillas que recorrían sus ramas, e incluso los insectos que se alimentaban de él. Insectos, ¿cómo los veía? ¿Cómo los identificaba? ¿Cuánto tiempo había pasado? Su conciencia humana parecía, en cierta forma, seguir con él, pues de una forma que no se podía explicar podía ver lo que pasaba frente a él. Podía ver los animales que pasaban frente a él, que se refugiaban de las tormentas, a la gente que se adentraba a los bosques a explorar, la tormenta eléctrica que derribó varios árboles, incluyéndolo, el incendio que arrasó con una gran parte del bosque y, derribado en el suelo, seguía sintiendo el dolor de su tronco partido, que comenzaba a pudrirse lentamente y siendo devorado por termitas, animales que había estudiado en sus años como entomólogo. Una mezcla de sentimientos comenzaban a invadirlo: miedo al saber que moriría de nuevo pronto; incertidumbre pues si en efecto no había nada más allá de la muerte que un ciclo eterno de resurrección. Y mientras las termitas comían su madera, que ahora era su cuerpo, se preguntaba si le iría mejor reencarnando como un animal mejor conocido gracias a sus estudios, al renacer como un insecto que se alimente de madera, como un xilófago.

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