Siempre supo que la paga no sería mucha, pero para Laura era casi un sueño trabajar en un estudio fotográfico. Desde muy pequeña era una fanática de la fotografía, y ahora podía hacer su sueño realidad.
Laura era una chica de aspecto regular, cuerpo delgado, de cabello largo y lentes, que siempre estaba de buen humor y que se impresionaba fácilmente con las cosas que no conociera o que le parecieran nuevas. Cuando tenía 10 años, quedó impresionada por lo sorprendente que era el hecho de cómo una cámara podía capturar una imagen e inmortalizarla, y desde ese momento deseó conocer todo sobre las cámaras y la fotografía.
Una vez cumplidos los 15 años, y con pretexto de ayudar a su madre con los gastos de la escuela, le convenció de dejarla trabajar medio tiempo en un estudio fotográfico. Su madre era algo sobreprotectora, pues desde la muerte de su padre ella había tenido que trabajar muy duro para sacarla adelante, darle todo lo que necesitaba y sobre todo asegurarse que ella, su única hija, estuviera siempre bien, sin problemas de ningún tipo, sea de salud o con otras personas. El trabajo de su madre como asistente en un banco apenas ayudaba a solventar los gastos, por lo que esa fue su arma secreta para que Laura pudiera convencerla de aportar un poco de dinero a la casa.
–Bien, pero si el trabajo se te hace muy pesado o tienes cualquier problema, te sales –le sentenció su madre más con resignación que otra cosa.
Emocionada, Laura llegó puntual a las 5 de la tarde, hora acordada con Don Lupe, un hombre de unos 65 años, pero con gran jovialidad y muy buen sentido del humor. Con la proliferación de la tecnología, los celulares con cámara y la fotografía digital, las fotografías en físico no eran tan pedidas como antes, salvo para trámites oficiales como diplomas, credenciales, pasaportes, y las que más ingresos le generaban, sesiones de bebés, fotos para bodas y graduaciones.
Don Lupe había abierto su estudio hacía ya más de 20 años, era muy apreciado por toda la gente del pueblo y muy conocido, pero si bien tenía ya dos décadas abierto, en ese tiempo jamás había hecho una sola remodelación, siendo el edificio casi una ruina histórica, que se mantenía igual con el pasar del tiempo, envejeciendo casi a la par de su dueño.
Laura fue recibida con la amable y cálida sonrisa del propietario, cajero, intendente y único trabajador. Aceptó tenerla como empleada a medio tiempo solo como un favor, pues además que no podía pagarle un buen sueldo, la última vez que tuvo y requirió de un empleado fue hace ocho años, y no había contratado a nadie más después de eso.
–Lista para empezar, Don Lupe –saludando con un ademán tan eufórico que parecía estar llegando al mejor trabajo del mundo–. Por donde empezamos.
–Me encanta tu ánimo –le respondió con una sonora carcajada–. Bueno, estarás solo un par de horas, así que no será mucho, no quiero te esfuerces de más. Sígueme.
Con paso lento, la llevó a un pequeño cuarto, encendiendo el interruptor, un viejo foco chispeó un par de veces e iluminó la habitación. Dentro solo había cajas y algunas repisas con piezas de cámaras de todo tipo.
–Primero necesitaré que me ayudes aquí. Llevo años queriendo ordenar un poco, pero, ya sabes, la edad no me deja moverme con libertad.
–No se preocupe –respondió Laura con una sonrisa–, dígame qué hay que hacer.
–No será gran cosa, solo quiero que me ayudes barriendo y trates de poner en una caja cualquier cámara que encuentres, la mayoría deben estar rotas, pero igual quiero ver qué hay aquí.
Se ajustó los lentes y caminó al centro de la habitación, a la caja más cercana, de donde sacó una vieja cámara de rollo. La lente se veía en buen estado pero el flash parecía estar roto.
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El ABC del Terror
HorrorEl terror tiene muchas facetas diferentes, y toda clase de caras. Desde terror psicológico hasta terror sobrenatural, e incluso de más allá de nuestro mundo. El miedo a una criatura extraña, a la soledad, a la inmortalidad, o incluso ver cosas que n...