En momentos como estos, uno no puede hacer absolutamente nada más que esperar, esperar a que todo termine. Cuando nací, jamás pensé que llegaría a este momento de mi vida.
Si mi memoria no falla, nací un 25 de abril de 1910, en lo que en ese entonces se llamaba Estados Unidos, un país al norte de... bueno, el continente solía llamarse América. Me tocó vivir toda clase de cosas, como la segunda guerra mundial, la guerra de Vietnam, la Guerra Fría, incluso la invasión inglesa y ni qué decir la rebelión israelí, ambos eventos sucedidos en el año 2029.
El día que descubrí que era eterno fue algo de lo más curioso, un día que jamás olvidaré. Era 1945, en ese entonces trabajaba en una oficina de correos. Llevaba paquetes y cartas a la gente del pueblo. Una tarde, cuando era ya la mitad de mi jornada, acababa de dejar la correspondencia en un barrio algo peligroso, pero ya que era temprano, no pensé que hubiera peligro alguno; grave error. Unos muchachos, armados con navajas, me salieron al paso, me quitaron la billetera, un par de paquetes que debía entregar, y me apuñalaron; diez cuchilladas al cuerpo, dos de ellas justo al corazón.
No supe cuánto tiempo pasó, pero recuerdo que desperté desnudo, cubierto con una sábana, en un cuarto oscuro y frio. Me levanté de una mesa metálica, rodeado de muchos otros cadáveres; me di cuenta que estaba en una morgue. Golpee la puerta hasta que por fin alguien abrió para sacarme de ahí. Me explicaron que me habían declarado muerto. Vi mi pecho, mis brazos y mi estómago, tenía apenas unas cuantas cicatrices, que parecían más que nada rasguños. Los doctores me pidieron no moverme de ahí, pues debían dar parte a las autoridades, ya que no era común que dos médicos, tres enfermeras y sumado el hombre de limpieza, vieran a alguien declarado muerto saliera caminando de la morgue. Un pánico se apoderó de mí. No sé por qué, pero sentía que quedarme era mala idea, por lo que salí con la bata puesta que me habían dado (mi ropa, cortada y ensangrentada, había sido desechada, al fin que un muerto no necesitaba estar vestido).
Corrí descalzo y con solo la bata por las calles y callejones oscuros, no quería arriesgarme que alguien me viera así. Regresé a mi apartamento en la calle principal, y recurriendo a la copia que guardaba bajo una maceta, pude entrar. Estaba impactado, pensar que prácticamente era un hombre muerto caminando. No tendría forma de explicar lo que pasó en mi trabajo, ni a mis amigos, ni a nadie.
Me tomó varios días decidirme, pero tras probar mi "habilidad" al tratar de cortarme las venas, vi que yo no podría morir tan fácilmente. Una vez la navaja había hecho su trabajo, la sangré dejó de brotar después de unos minutos, y al limpiarla, pude ver que la piel se regeneraba por sí misma. Quedé impactado, no podía creer que, algo que se supone debía matarme, no me afectaba.
Debía aprovechar mis habilidades, y sacar algún beneficio. Cuando había asimilado las cosas, falsifiqué mi identidad y me uní a la policía. Era el agente perfecto, pues sin miedo a morir, era el primero en lanzarme a la acción. En una ocasión nos enviaron a una redada en un bar de mala muerte, había reportes de tráfico de drogas y trata de blancas. Rodeamos el lugar, y a la orden del comandante, entramos todos. Uno de los cantineros sacó un arma y disparó contra nosotros. Logramos abatirlo sin problemas, pero no me fui limpio, pues me disparó en la pierna. Mis compañeros quisieron retirarme pero no los dejé. Saqué una navaja con la que me extraje la bala rápidamente, y pasados unos minutos, pude caminar de nuevo como si nada hubiera pasado. El sitio era enorme, y en el fondo, los disparos no dejaban de escucharse. Corrí en esa dirección, encontré una escalera que daba a un segundo piso, y ahí, tres oficiales, resguardados tras un grueso mueble, disparaban a un grupo de cuatro hombres armados con pistolas y ametralladoras. Me agaché y, arrastrándome, me acerqué donde mis compañeros, que me informaron de la situación. Aprovechando un momento en que esos sujetos recargaban, me levanté a dispararles corriendo en su dirección, logré eliminar a dos de ellos, pero nuevamente mi descuido me jugó en contra, pues un disparo me sacó de combate, justo en la frente. Por segunda vez me quedé inconsciente, y cuando desperté, mis compañeros tenían una cara de verdadero terror, pues juraban que vieron cuando el disparo acertó en mi cabeza, asegurando que había muerto en ese instante. No supe cómo, pero logré convencerlos de que se equivocaban, que me había golpeado en la cabeza al resbalarme. La redada continuó con éxito, y logramos arrestar a siete sujetos, ellos tuvieron ocho bajas, y nosotros solo dos, sin contar la mía, y liberamos a varias mujeres y jovencitas que estaban siendo esclavas de comercio sexual.
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El ABC del Terror
HorrorEl terror tiene muchas facetas diferentes, y toda clase de caras. Desde terror psicológico hasta terror sobrenatural, e incluso de más allá de nuestro mundo. El miedo a una criatura extraña, a la soledad, a la inmortalidad, o incluso ver cosas que n...