Nube

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Nancy solía ser una chica soñadora, amante de las historias fantásticas y de los cuentos de hadas. Desde muy pequeña, la puerta de su habitación era un portal a una dimensión fantástica.

Las paredes de su cuarto estaban pintadas de un color rosa pastel, y por todos lados veías cosas fantásticas: posters de sirenas, calcomanías de unicornios y duendes, dibujos de elfos, libros de fantasía épica y de bestias mitológicas. Tenía toda la saga de "El Señor de los Anillos", "Harry Potter", una edición especial con relatos y leyendas de diferentes países que le había costado casi tanto como toda la saga del joven mago, y ni qué decir de las figuras que adornaban sus libreros y su escritorio, teniendo dragones, hadas, gnomos, orcos y más. Si alguien quería saber algo sobre leyendas y cuentos de hadas, ella era la persona indicada para preguntarle, aunque si bien no muchos lo hacían, para ella estaba bien, ya que, aunque era de pocos amigos, nunca se sentía sola, pues en su mente siempre había miles de criaturas mágicas que le hacían compañía.

Cuando cumplió quince años y entró a la preparatoria se dio cuenta que no muchos tenían ya los mismos gustos de la infancia. Los pocos amigos con quienes compartía sus gustos se habían ido por otras aficiones como deportes, autos, moda, música. Era la única que aun disfrutaba de los cuentos de hadas.

Vivió casi todo su primer año en la escuela siendo una chica solitaria, que se alejaba de todos para leer y releer sus libros de fantasía, dibujar hadas, que siempre fueron sus favoritas, y ver el cielo. Le encantaba ver las nubes y buscarle formas.

Una tarde, terminadas sus clases, vio que era aún temprano. Ese día, su madre llegaría tarde del trabajo, por lo que quiso hacer un poco de tiempo para no tener que esperarla mucho ni estar sola en casa, por lo que se dirigió a un parque que estaba a unas cuatro calles de casa, por lo que no tardaría mucho en volver una vez la hora de regresar se acercara.

Llegando al parque, caminó hasta una pequeña loma, se sentó en el césped y echó su cabeza hacia atrás. Cubierta por la sombra de un gran árbol frondoso se dispuso a ver el cielo, especialmente despejado ese día, no había muchas nubes esa tarde, pero quiso pasar el tiempo dejando volar su imaginación. Sacó de su mochila un cuaderno pequeño y un lápiz. La cubierta de su libreta era, tal como su cuarto, de un color rosa con estampas de unicornios, mientras que el lápiz, si bien era uno normal, tenía colgado del extremo una ranita, animales tal vez no tan místicos pero que le gustaban mucho.

Abriendo el cuaderno en una hoja en blanco, se quedó viendo por unos instantes la primer nube que se le atravesó, tras lo cual comenzó a garabatear sus formas, resultando la primera en un pez, un poco raro de silueta pues parecía tener dos colas, y si bien no era muy buena dibujando, se esforzaba por hacerlos lo mejor posible, resultando un dibujo entendible pero difícil de considerar una obra de arte. Siguió con otra nube que parecía tener la forma de un caballo, aunque para ella era más un Pegaso, por lo que sus grandes y blancas alas no podían faltarle. Absorta en su arte, no se dio cuenta que era observada por otra chica que estaba a su lado.

–Qué bonitos –expresó con una gran sonrisa la desconocida.

Nancy se sobresaltó al salir de su concentración.

–Ah... gracias... –no sabía qué responder.

Apenada y sorprendida, cerró su cuaderno y estaba a punto de guardarlo cuando la chica la detuvo.

–No, espera, quiero verlos... –se interrumpió, abriendo los ojos por completo y sonriendo ampliamente– ¡Unicornios! –Gritó entusiasmada– ¡Son geniales!

Sorprendida y algo asustada al principio, Nancy no supo cómo reaccionar o qué decir. Se quedaron viendo en silencio unos momentos cuando la chica que la observaba se dio cuenta de lo que ocurría.

El ABC del TerrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora