Tormenta

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–Te digo la verdad, tienes que creerme –gritó Eduardo molesto, azotando su tarro de cerveza y lanzando una mirada furiosa a sus compañeros de juerga.

–A ver, a ver, cálmate que te estás poniendo de malas –le dijo Reynaldo poniéndole la mano al hombro–, es que lo que dices es imposible de creer.

–¿Qué tanto discuten? –interrumpió Carlos, que se había ausentado para ir al baño y recién regresaba.

–Es que Eduardo nos contaba una historia muy rara –le actualizó Juan.

–¿Historia de qué? –inquirió Carlos al sentarse a la mesa.

–Por favor, repite lo que según tú viste.

Con un gesto molesto Eduardo se acomodó en su silla, dio un largo trago a su cerveza para después pedir otra ronda antes de comenzar a repetirse.

–Acabo de llegar de dejar una carga, de hecho por eso mismo les llamé, para advertirles de lo que pasó.

Salí a eso de las ocho de la noche a entregar una carga de varias cajas de vino que tenía que llegar a más tardar a la una de la mañana; tenía el tiempo justo. Tomé la carretera en dirección norte, el clima era frio y con las lluvias de los días anteriores la carretera estaba muy mojada.

Comenzó a llover, no me preocupé mucho pero bajé la velocidad; no quería patinar y estrellarme, y justo cuando la lluvia arreciaba, un rayo cayó a lo lejos.

–¿Y qué tiene eso de raro? –interrumpió Carlos después de darle un trago a su cerveza.

–No lo interrumpas –le reprochó Juan.

–El rayo no es el punto, lo que pasó después es lo importante aquí. El rayo que cayó quedaba en línea recta o casi recta a la carretera, por lo que lo vi casi de frente. El destello me obligó a detenerme, haciéndome a la orilla de la carretera. Me tallé los ojos por culpa del resplandor y fue cuando vi a esa cosa.

Enfrente de mí, o mejor dicho, varios kilómetros frente a mí, una figura humanoide se levantaba entre las torres de alta tensión. Su cuerpo era como una nube que lanzaba rayos por todo el cuerpo, y los truenos se hacían oír por todos lados. Esa cosa gigantesca parecía tener una cara con boca y ojos brillantes y unos brazos muy gruesos.

–A ver, dijiste que estaba a varios kilómetros y lo viste muy claro, ¿cómo supiste que era un gigante? –preguntó Juan.

–Mi padre fue electricista, y dijo que esas cosas, dependiendo la tensión que manejen, llegan a medir hasta casi 80 metros, y esa cosa era casi del mismo tamaño, de hecho extendió un brazo para apoyar la mano en la punta de la misma.

–Sí, y se comió la torre como si fuera una galleta –mencionó Juan en tono burlesco.

–Dilo burlándote, pero eso es lo que pasó. Esa cosa apoyó la "mano" sobre la punta. Se vio un resplandor alrededor de la torre, como un aura luminosa, y esa criatura se alimentaba de ella.

Carlos tenía una mirada estupefacta, comenzaba a notarse el nerviosismo en su rostro, y un sudor frio comenzó a brotar de su frente.

–Entonces –prosiguió Eduardo– no me quedó de otra que quedarme quieto, estaba aterrado. Me quedé viendo cómo esa cosa comenzaba a brillar al absorber la energía de la torre. No sé si pasaron unos minutos o varias horas, pero esa criatura se alimentó de la electricidad de la torre de alta tensión, dando un grito que se escuchó hasta donde me encontraba, eso me puso los pelos de punta. Se desvaneció después de eso, y no supe más nada.

Todos quedaron en silencio, inmutables. Carlos era el más inquieto de todos. Terminó su cerveza de un solo trago y se levantó rápidamente de la mesa.

–Señores, será mejor que nos vayamos, puede empezar a llover en cualquier momento.

Todos estuvieron de acuerdo con Carlos, levantándose y dejando en la mesa el dinero por los tragos de la noche.

Recién cruzando la puerta del bar, Carlos se acercó a Eduardo, tomándolo del hombro.

–Eduardo, dime, lo que viste esa vez, fue todo cierto, no estabas bromeando, verdad.

Eduardo estaba impactado por la pregunta, pues aún tenía la idea de que ninguno de sus amigos le había creído.

–No tendría por qué bromear con algo así –mientras hablaban, la lluvia comenzaba a arreciar–. Mira, mejor nos vamos, te llevo, mi auto no está lejos, te ves nervioso.

–Es que eso que tu viste yo...

Fueron interrumpidos por el sonido de un trueno y un destello que convirtieron la noche en día, los vidrios se estremecieron y la tierra pareció temblar por un instante para posteriormente divisarse una columna de humo negro, que se erguía como si un gigante humanoide despertara de su letargo. Eduardo veía atónito la escena que a la distancia le traía a la mente el desagradable recuerdo de esa misteriosa y desconocida criatura.

–¿Qué te pasa? –preguntó Carlos, agitándolo del hombro.

–Creo que algo más que lluvia y truenos se avecina con esta tormenta.

El ABC del TerrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora