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La tenue luz del ocaso ilumina su hermosa cara, las olas del mar cantan su incesante canción y los luceros de su cara no dejan de brillar. Mi corazón late a un ritmo poco usual y mi garganta tiene un nudo tan grande que al emitir palabra alguna mi usual voz tímida se convertiría en un grito desgarrador.

Las cartas están sobre la mesa y yo solo tengo un movimiento para ganar o perder. El momento ha llegado, pero el valor no.

—Hailey, ¿te puedo preguntar algo? —le pregunto con voz temblorosa.

—Sí, claro —responde ella con una sonrisa.

El faro a la distancia alumbra a mi radiante amada y supongo que también a mi nervioso rostro. Entierro los dedos en la arena húmeda tratando de aferrarme a algo, entonces lo suelto:

—Este día ha sido genial, tú y yo juntos. No sé cómo decirlo. Tú sabes lo que me cuesta expresarme —le tomo las manos y la miro a los ojos—. Tú..., tú me... ¿te gustaría ser mi...?

El sonido de la alarma parece ser más fuerte de lo normal, tanto que me caigo de la cama. El piso está frío, pero no evita que me duela la frente.

El reloj digital que hay en la mesita de noche marca las 6 de la mañana. Al abrir las cortinas solo veo oscuridad, una oscuridad acompañada con los aullidos de una gran ventisca. Éste invierno comienza con fuertes nevadas y vientos arrasadores, pero a pesar del frío entumecedor me doy una ducha.

Al mirarme en el espejo espero encontrarme con un chichón en la frente; solo encuentro mi piel roja. Además de eso no hay cambio alguno: piel pálida, cabello castaño, ojos grises y una corta estatura de un metro sesenta y seis.

Sí, todo en orden. No es lo que me gustaría mirar, pero no puedo hacer nada. Lamentablemente.

Tengo un extraño padecimiento, aunque a mí me gusta mucho. Siempre he sido diferente en todos los sentidos. Curiosamente las únicas partes en las que tengo pelo es la cabeza, las cejas, pestañas y folículos nasales. De ahí en fuera soy totalmente lampiño. Me gusta, me encanta. Es algo que forma parte de mi identidad.

Resulto bastante llamativo al lado de mis compañeros de clase.

Durante mis primeros años en la secundaria vi cómo los demás varones se convertían en licántropos asquerosos. El vello es a mi parecer lo más asqueroso que hay. Lo detesto y en ocasiones incluso debo recordarme no odiar a quienes los poseen.

«Es común, no normal», me digo a mí mismo.

A veces no es fácil convencer a los demás de que soy totalmente lampiño por naturaleza. Comentarios como: "¿Te depilas?", "¿en serio no te afeitas todavía?" nunca faltan.

Sí, todo en orden.

Mi nombre es Noah Peters, tengo 16 años y también un problema. Todo comenzó en clase de lengua la semana pasada. Se nos encargó que cantáramos una canción ya que es una serie de estrofas con rimas y comparaciones.

Como apenas y hablo con los chicos de la escuela, esa tarea fue una pesadilla. Bueno el 10 es el 10, y como soy el alumno más destacado de la escuela, hay sacrificios que debo hacer.

Al final solo canté lo mejor que pude y por un momento, solo por un momento; cuando los demás aplaudieron me sentí... especial. Pero esa sensación desapareció muy rápido.

Pasé a sentarme y me ajusté mis lentes, mientras pasaban por mi cabeza varios pensamientos negativos. «Aplaudieron por compromiso». «Tu voz es un asco». «No tienes talento»...

Debe ser cierto porque ni siquiera yo veo algo especial en mí, salvo producir dióxido de carbono. Las plantas me lo han de agradecer, pero no me dan las gracias, claro, las plantas no hablan.

IMPOSSIBLE LOVEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora