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Un rayo de sol se filtra por una de las ventanas y juguetea sobre mi cara. A juzgar por su posición deben ser las 8 de la mañana.

El día de hoy no hay clases. Considero que hay veces en las que es bueno no escuchar la alarma. «Y de paso ahorrarse la caída», recuerdo tocándome la frente.

Me quedo mirando el cuarto, hacia ningún punto específico... hacia la nada.

Sobre la mesa de caoba que está en mi habitación, junto a la ventana que da la vista al patio trasero tengo las montañas de libros con los que me divertiré el día de hoy: química y álgebra.

Ser el alumno más destacado requiere algunos esfuerzos, pero todo esfuerzo tiene su pago. Además, mi sueño es llegar a ser un científico o en su defecto, un físico-matemático.

Es hora de relajarse estudiando. No es exactamente lo que los chicos de mi edad consideran cool, pero honestamente, lo disfruto; incluso creo que es divertido. Cosas simples como grupos funcionales, ecuaciones químicas, enlaces y reacciones; ecuaciones de segundo grado, cálculo integral y diferencial...

Es interesante ahondar en temas como óxidos, hidróxidos, ácidos, sales, hidruros y más temas en el caso de la química. Por otra parte, están la fórmula general y las distintas formas para encontrar las dos posibles soluciones del sistema matemático, además de las derivadas e integrales.

El tiempo pasa sin que yo me dé cuenta. Cuando me dispongo a estudiar el tiempo parece avanzar el doble de rápido, mientras que cuando hay un torneo de algún deporte en la escuela (fútbol, baloncesto, béisbol, o natación) me muero de aburrimiento. No veo qué beneficio me traiga aplastarme a ver personas tras una pelota o bañándose, en contraste con los beneficios que el estudio puede ofrecer.

El hermoso sonido del silencio, le da tranquilidad a mi mañana. La nieve ha empezado a caer, pero no con la misma intensidad que ayer.

Entre tareas divago un poco al pensar en los copos de nieve. Únicos, hermosos y matemáticamente perfectos.

Soy un copo de nieve, salvo por la segunda cualidad.

¿Hermoso yo? Ni de chiste

Ya terminada mi tarea, meto los libros en mi mochila (que es bastante grande). Una vez escuché a una niña en el autobús decir que yo parecía una tortuga con semejante caparazón lleno de libros. Tener oído de murciélago no siempre es bueno, a veces escucho conversaciones que están en el extremo del salón de clases, y cuando no puedo escuchar por algún motivo, la ansiedad me consume, pues me pregunto si estarán hablando de mí.

Bajo las escaleras, ignorando el rugido de mi estómago. Mis padres están en la cocina.

—Buenos días cariño —saluda mi madre que está acomodando su bolso. Está vestida como ejecutiva, al igual que mi padre. Sus rápidos movimientos me dicen que no queda mucho tiempo para que conversemos.

—Buenos días —respondo en tono neutro. Mi voz sigue algo ronca, aún es temprano, bueno si es que se le puede llamar temprano a las 10 de la mañana.

—Pásame el café Noah, por favor, se nos hace tarde —me pide mi padre.

Mi yo autodestructivo traduce la inofensiva orden de papá en: "Si no me das ese café ahora mismo llegaré tarde al trabajo y será tu culpa".

Ese trabajo... (ejecutivos de ventas en una empresa muy reconocida) absorbe mucho a mis padres. Solo hoy por primera vez en milenios irán a trabajar un poco más tarde, de ahí que desayunaran a las nueve de la mañana. Regularmente se van a las seis.

Ambos son de edad media. Mi madre posee unos ojos verdes de encanto y cabello rubio cenizo que le llega encima de los hombros. Mi padre tiene ojos marrones, y cabello negro salpicado de varias canas (aunque ya no tiene tanto). Quién sabe de dónde saqué ojos grises.

IMPOSSIBLE LOVEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora