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En cuanto salgo de la ducha me golpea el calor de mi habitación. Al estar en el segundo piso el calor del sol le da de lleno a mi cuarto. Me visto con la ropa más fresca y ligera que tengo.

Las temperaturas de primavera de esta zona rondan los 38 °C en las tardes.

No tengo ganas de nada. Enciendo el aire acondicionado, cierro mis ventanas y mis cortinas y dejo que el frío artificial invada mi habitación. No tengo hambre, no tengo energías, y mi cabeza está un poco embotada como para concentrarse en lo que sea. Miro al techo, y me vuelvo a perder tal como me perdí en la ducha, la diferencia es que ahora no tengo ninguna cosa a la cual aferrarme. Miro hacia ningún punto en específico.

Desperdicio el día como nunca lo había hecho antes. Tomo nota mental de que debo dejar de hacerlo; debería estar preparando mis útiles escolares, no pensando en Hailey.

Cuando baja un poco el sol, mi estómago da señales de vida. Es lo único que me regresa a la realidad. La misión más importante de mi día: comer. Aunque mis padres están en casa, no me molestan. Ni siquiera me llamaron para almorzar.

Bajo las escaleras rebotando torpemente en cada escalón, como si fuera un niño chiquito.

Me percato de que la casa está en total silencio.

Lo que encuentro en la cocina no me decepciona: pasta y crema de elote. No es el mejor buffet, pero es algo y con esta hambre que tengo...

El reloj marca las 4 de la tarde. Mientras caliento la comida a fuego lento, reviso la casa en busca de señales de vida.

Nada, mis padres no están. Falta una semana para que las vacaciones terminen y ya están preparándose para abandonarme de nuevo.

Estoy imputándoles malos motivos hasta que encuentro una nota en el refrigerador. Es de mi madre. Supongo que las costumbres no se cambian tan fácilmente.

La nota explica que salieron por la despensa, no me quisieron despertar, que hay comida preparada, bla, bla, bla...

«Al menos no me despertaron —pienso—. ¡Qué detalle!».

Cuando me levanté tenía las marcas de las sábanas en la cara y los brazos; señal de que dormí cómodo. Habría sido una pena que me hubieran despertado. Punto a su favor. Los quiero.

Mientras como con total tranquilidad, pienso en los momentos de anoche. La actitud pícara de Adara hace que me pregunte si de algún modo me estaba coqueteando. Vaya gustos tiene, o tal vez fue porque era de noche y no me vio bien. En todo caso, hago lo de siempre: me pongo a pensar en Hailey. En mi vida solo me he enamorado dos veces (una en la primaria, que no cuenta y actualmente con Hailey).

El amor es algo muy serio para mí. Una vez que me enamoro no tengo ojos para nadie más, solo para esa persona en específico. ¿Razonamiento tóxico? Tal vez. Pero, aunque no seamos nada, es como si tuviera la obligación de ofrecerle a esa persona mi lealtad total. Hay otras chicas bonitas y con cualidades agradables en la escuela (bueno de hecho en todo el mundo), pero no despiertan ningún sentimiento en mí. Hailey es la única que hace que este atrofiado corazón lata al mismo ritmo que el suyo, a pesar de que ella no tenga ni la más mínima idea de ello.

Suspiro al pensar en Hailey.

Recojo todo, de tal modo que la cocina y el comedor quedan como si nadie los hubiera usado. Creo que algo de la manía de mi papá de limpiarlo todo se me está pegando, y eso que ni hemos hablado tanto. Ahora que lo pienso bien, con quien más hablo es con mamá, aunque a veces hable demasiado o sus preguntas me lleguen a irritar es a ella la única a la que le cuento lo más importante. Mi papá es más que nada alguien que solo escucha lo que le digo a mamá y da su punto de vista (que muy a menudo convierte en reproche porque casi todo lo que digo él lo desaprueba, aunque no tenga nada de malo y solo me esté expresando).

IMPOSSIBLE LOVEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora