- ¿¡Cómo le das mi nombre a un extraño!?

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- ¿Qué? - Respondió el castaño mientras luchaba con cinco cajas que amenazaban con caerse de sus brazos. Una gota de sudor recorría su frente con lentitud, en su mirada se notaba el cansancio que emanaba ser estudiante de universidad, huérfano, con un solo trabajo y con un apartamento que pagar.

"Suicidarme me saldría más barato que respirar en esta ciudad"

Echó la cabeza para atrás y lanzó aire por su boca, empujó las cajas hacia adelante y logró su cometido. Apoyó su mano en la mesa esperando que su amigo termine de bajar las escaleras.

- Ese hombre me pidió tu nombre.

- Entonces... - levantó las cejas para incitarlo a seguir.

- Se lo di - Se encogió, Camilo abrió sus ojos a más no poder de la histeria.

- ¿¡Cómo le das mi nombre a un extraño!? ¡Idota! - Gritó tomando su cabeza y girando sobre su eje para no mirar su rostro.

- Tranquilo, estarás bien - Se acercó intentando apaciguar la desesperación del opuesto.

- No lo entiendes - Aspiró y se dio vuelta formando su mejor sonrisa. Kim giró su cabeza en señal de no entender por completo a su compañero de trabajo.

- Está bien, vamos - Tomó los hombros del pelinegro y lo guió hasta el mostrador.
No había ningún cliente, normalmente se llenaban en hora pico, pero a las cuatro de la tarde parecía un desierto.

- ¿Cerramos? El gerente no está en la ciudad, podríamos gastar la propina que me dio ese viejo por tu nombre. - Con sus manos juntas mostró el fajo de billetes que le había pagado el hombre.

- ¡Wow! Espera... eso es mío - Señaló

- ¿¡Ah!? - Kim deformó su rostro

- Le diste mi nombre, el dinero es mío - Explicó tranquilamente mientras su rostro se iba oscureciendo.

- A-amigo, calmate - Guardó el dinero y salió corriendo de la bestia que había despertado.

...

Después de llegar a un acuerdo de entregarle la mitad a Camilo, ambos decidieron no cerrar e irse a casa.

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