Capítulo 4

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Abby Bradley

Todos los seres humanos en el fondo de nuestros corazones estamos llenos de miedos, dolores e inseguridades. Sufrimientos por tantas cosas dolorosas que envuelven nuestro pequeño corazón. El mío con tantas cosas que me pasan siento que pronto dejara de latir, pronto dejará de dar esos saltos para pararse para siempre.

¿Suicida? Muchos tienen un concepto de cualquier ser humano, en el caso de los suicidas se le da a una persona que ingiere muchas pastillas, corta sus venas o a intentado acabar con su vida de una forma siniestra.

Todos juzgan injustamente, además nadie sabe verdaderamente lo que pasa por la mente de un suicida hasta que se convierten en uno de ellos.

No saben lo que pasa por mi mente y la de muchos en todo el mundo, que día a día abren sus ojos para enfrentarse mentalmente a la cruda vida que se hace llamar realidad, con las miles de preguntas que rondan por una cabeza de no saber si verdaderamente vale la pena vivir en un mundo de mierda.

Recuerdo perfectamente que la primera vez que ingerí drogas solo tenía quince años, la soledad me asfixiaba y la depresión se apoderaba de mí, lo intenté por curiosidad y dije que solo sería una vez, pero al probarla por primera vez ya no hay regreso, ya no hay vuelta atrás ni ninguna oportunidad para salir del vació.

Pero no podía negar que era una manera lenta de morir, no obstante si lograba tranquilizarme, perdía la noción del tiempo y todo lo demás a mi alrededor se paralizaban y podía sonreír para ver todo con muchos colores y encontrar posiblemente eso que todos llaman felicidad, claro también tenía efectos secundarios terribles; siempre me daban unas nauseas luego de consumirlas pero no me importaba, con todos estos años adquirí cierta necesidad a ellas, mi cuerpo pedía a gritos que las consumiera cuando todo estaba mal, cuando me sentía una mierda y miserable con todo lo que me pasaba.

Trataba de mostrarme feliz: comiendo sin tener hambre, sonriendo sin ser feliz e intentando complacer a las pequeñas mentes ignorantes que rodean este mundo. Pensé que como mi padre me lastimaba cada noche cuando tenía oportunidad, no merecía vivir, no merecía estar pasando por tanto dolor. Yo miraba el cielo cuando era solo una niña y entre lágrimas y sollozos le preguntaba a Dios porque me tenía que pasar eso, también pensaba ¿qué hice para merecer todo eso?

Cortarme mis jodidas muñecas también era otra forma de autodestrucción terrible, pero pensaba que con solo hacer unos pequeños cortes en mis antebrazos todo el dolor se marcharía dejándome por primera vez dormir en paz y ser feliz. Ese día pensé que todo acabaría de un segundo a otro, eso dolió como nada. Cortarme dolió mucho, pero pensé que ese simple dolor físico, acabaría con el dolor de mi alma. Mis ojos se iban cerrando lentamente, mientras el olor de la sangre inundaba mis fosas nasales, mis ojos se cerraron poco a poco con una sonrisa en mis labios en ese momento.

Sin embargo, cuando desperté fue de nuevo en la realidad, acostada y amarrada en una cama de hospital, viendo frente a mí a mi querida Aza con sus ojos rojos de tanto llorar y al bastardo de mi padre en la puerta viéndome con mucha rabia, tan igual como la primera vez que intente suicidarme con pastillas, seguía en el infierno y aún estoy en él.

También intente con la ayuda de mi mejor amiga una sola vez entrar en modo de abstinencia con las drogas, pero no lo logre, solo recuerdo que mi temperatura corporal aumentaba, sentía que deliraba, vomitaba. Es que hasta recuerdo que me cague en mis pantalones del miedo y la necesidad que sentía por ellas, enflaque mucho porque no quería comer nada y finalmente me rendí y seguí con ellas, ya mi cuerpo sabe cuándo las necesita y siempre tengo unos porros o pastillas para controlarme.

Y no pueden faltar mis cigarros, como el que estoy inhalando justo ahora mientras la naturaleza brilla con todo su esplendor y cada rayo de sol da en mi cara para hacerme entrecerrar mis ojos.

ABBY BRADLEY  ©✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora