"Finalmente estoy aquí" pensé mientras una gota de sudor frío bajaba por mi pecho; la sudadera verde la tenía pegada a la espalda bañada en transpiración y los cristales de mis anteojos estaban empañados por la respiración entrecortada llena de nerviosismo y miedo. Hacia sólo unas horas Annie se había despedido de mi en la terminal de buses y le había entregado el osito que mi madre me dejó antes de morir.
El autobús se acercaba a la terminal donde mi padre me estaba esperando. La gran mayoría de las personas que se encontraban en el mismo vehículo visitaban la capital del estado o se reunían con sus familiares después de un largo viaje, muchos estaban sonriendo, aunque la mayoría dormían porque el viaje había durado toda la noche. Era lo malo de vivir en una ciudad tan pequeña: que no había un autobús expreso con un destino directo al ser poco rentable, siendo más conveniente detenerse en diferentes lugares para recoger pasajeros con el mismo destino. Las luces de la terminal se reflejaban en las ventanas del autobús, el vehículo comenzó a disminuir la velocidad para acceder a la isla que le había sido asignada; finalmente se detuvo por completo y los pasajeros comenzaron su carrera para ver quién se bajaba primero, esperé hasta que no quedara nadie dentro del autobús y, solo entonces, como un alma en pena bajé del bus.
El Mayor O'Connor, mi padre, me esperaba con su uniforme militar. Si cualquier persona que no sea amiga de la familia nos comparaban seguramente no sabrían que yo soy su hijo: Mirarlo era intimidante, medía cerca de un metro ochenta y cinco, prolijamente peinado, con el cabello casi rapado a los costados pero un poco largo arriba, acomodando sus bucles con elegancia y gracias al gel que siempre usaba, un bigote castaño adornaba su labio superior, su mandíbula cuadrada no daba señales de plegarse en una sonrisa y sus ojos verdes me miraban con decisión y frialdad. Tomé mi bolso y mi mochila y me reuní con él.
-Soldado O'Connor... ¡FIR-ME! ¡Saludo, uno!-exclamó, prácticamente arrojé mis pertenencias al suelo, me puse recto y lo saludé con la venia, él hizo lo mismo-Descanse, soldado.
Separé los pies al ancho de mis hombros pero no pude relajarme, me mordía el labio inferior con tanta fuerza que me hice daño, probando el amargo sabor de mi propia sangre traté de no llorar del miedo.
-Bienvenido, hijo-dijo mi padre mientras me abrazaba-Hoy comienzas una nueva vida, recuperaras el honor de la familia.
-Gracias, padre-susurré, mi padre tomó mis cosas y caminó con paso firme hacia la salida, yo iba por detrás, dando pequeños pasitos como una geisha atemorizada de su patrón; un vehículo oficial del ejército nos esperaba, enorme y muy parecido a un Jeep; al ser el director de la escuela tenía ciertos privilegios, uno de ellos era contar con chófer las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. El militar a cargo saludó a mi padre, tomó mis cosas y las puso en la cajuela mientras mi padre y yo nos subíamos en los asientos traseros. Unos segundos más tarde el militar se subió en el asiento del conductor.
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Corazón de Melón (libro #1)
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