9- La bienvenida

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Tris

Es peligroso creer que no puedes caer más bajo. Siempre puedes caer más bajo, sobre todo si piensas que no, y te confías.

No sabía cómo sentirme en ese momento de mi vida. Nadie me molestaba en clase, y Leo seguía ayudándome en todas las tareas de casa; eso estaba bastante bien. Por otro lado, Bia seguía igual, pero parecía que se iba a desmoronar en cualquier momento, se notaba que sólo se estaba haciendo la fuerte. No nos veíamos por las tardes puesto que ella decía que tenía que recuperar el tiempo perdido. No sé muy bien a qué se refería, pero seguía siendo mi amiga, y eso estaba muy bien. Mila parecía más contenta también, y un cura más joven llegó a Arboleda para que la gente pudiera seguir yendo a misa y no hundirse en los hechos que se negaban a aceptar, y eso también estaba bien. Aun así, por mucho que todo estuviera fenomenal, me daba la sensación de que explotaría en cualquier momento. No sabía que lo estaba conteniendo todo, pero estaba tenso. Puede que por los recuerdos intrusivos que no eran míos, o por las pesadillas que me atacaban de vez en cuando... o no, o tal vez era algo mucho más grande que haría que todo cayera. Me estaba manteniendo en la superficie a duras penas, al fin y al cabo.

—Hoy vendrá un alumno nuevo. Se transferirá aquí, aunque llevemos meses de curso porque se ha tenido que mudar. Motivos familiares.

Mientras la profesora hablaba, empezaba a levantarse bastante revuelo. Más que alumno nuevo, yo lo llamaría carne fresca. La gente aquí estaba cansada de ver las mismas caras siempre. No recuerdo muy bien cómo funcionó cuando yo llegué, porque mi cabeza no estaba donde debería, pero recuerdo muy bien cuando llegó Melo. Fue meses después de que lo hiciera yo, y la gente se daba de hostias por hablar con él. También tuvo mucho éxito con las chicas, porque es un poco raro liarte con alguien que conoces desde que llevabais pañales —de hecho, tengo entendido que sólo hay una pareja en clase, Laza y Heidi, me parece, pero me da un poco igual—, y luego la cosa se relajó y pasó a ser uno más de la clase y del pueblo y así hasta hoy.

—Bueno, como veo que estáis pasando de mí y que el alumno no llega, podemos empezar la clase.

El sonido de la puerta abriéndose se comió las últimas palabras de la profesora. Un chico de gafas finas y vistiendo una chaqueta de cuero con una camiseta blanca y pantalones negros se asomó tranquila pero tímidamente.

—Perdón por el retraso, he tenido que ocuparme de algunas cosas esta mañana.

La profesora sonrió mientras contestaba.

—No, tranquilo. Pasa, pasa.

El chico obedeció y se acercó a ella mientras se intentaba a arreglar el flequillo ondulado para que no le cayera encima de las gafas.

—Este es Elías, será vuestro compañero de clase a partir de ahora.

El tal Elías se empezó a recoger su media melena negra y revoltosa que le caía por encima de los hombros en un intento de coleta baja mientras le presentaban, y siguió haciéndolo cuando se giró hacia nosotros, sin sonreír en ningún momento.

—Un placer.

Fue cuando pude ver sus ojos que casi se me va el aliento. Uno gris claro, el otro negro. Ese era su nombre, Elías. Elías, con sus ojos especiales y su pelo negro. Casi tiro la silla al suelo cuando me puse de pie. No podía dar crédito a lo que estaban viendo mis ojos, y el resto ya no importaba. Giró su mirada hacia mí, y pasaron unos segundos hasta que su cara se iluminó. Sus labios se partieron, incrédulos, y pronunciaron aquello que temía que no recordaran.

—¿Tristán?

Sonreí en respuesta. Todo el mundo nos miraba, y a mí no me importaba, sólo hacía falta la sonrisa que apareció en su cara también.

La voz de las BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora