23- El dolor era insoportable

58 13 18
                                    

Tris

Seguro que conoces ese sentimiento. Saber que tienes que ser feliz, porque todo está en su lugar, perfectamente colocado para que tú estés bien, pero no lo consigues. Te sientes egoísta, que tienes que vivir el momento, que lo que importa es el ahora. Y te quieres concentrar en esa sonrisa que hace los días más amenos, quieres que la única voz sea la suya, y sentirte protegido a su lado, porque pensabas que todo iba a estar bien al alcanzar lo que buscabas, y no es así. Te preguntas, ¿qué debería hacer? ¿Qué más quiero? Y, cuando te das cuenta, ha pasado otro día en el que casi no te has movido de la cama. Y, aun así, estás agotado. Bueno, en realidad, no sé si conoces ese sentimiento. Creo que no es algo normal, pero así me sentía tantas veces que parecía que me hubiera acostumbrado.

Era como si el tiempo se hubiera parado. La arena del mundo reposaba en lo más hondo del cristal. No había nadie que la moviera, nadie que pudiera darle la vuelta. Sentía que nada estaba en su lugar. Era como una tensión constante, un sentimiento de agobio que, en cuanto hacía acto de presencia, terminaba apoderándose de cualquier estabilidad que pudiera tener, y se hacía más y más grande, y corría por mis venas, y se alojaba en mis pulmones, y por mucho que me frotara los ojos, no terminaba de ver del todo bien. Lo peor era que no tenía ningún lugar al que huir. Bueno, sí que lo había, pero sólo podía mirarlo de lejos, intentar controlar las ganas de estirar la mano y tocar la dulce libertad que me brindaba respirar fuera de mí. Solo de pensar en que no podía hacerlo me hacía sentir una falta de aire sofocante. Pero no podía. Aunque lo deseaba, lo deseaba más que a nada en el mundo. Por suerte, una mano salvadora chasqueó los dedos frente a mí.

—¡Tristán! ¿Me estás escuchando?

Me giré hacia Leo, de pie ante la cama en la que estaba sentado con las piernas cruzadas. Eli se asomaba por la puerta. Parpadeé unas cuantas veces y asentí. No sabía cuánto rato llevaba inmerso en mis pensamientos. Leo rodó los ojos y se cruzó de brazos.

—Digo que si estás seguro de que no quieres venir.

—¡Cali dice que estás más que invitado a su casa! —añadió Eli.

Bajé la mirada y suspiré. Sólo con la forma en la que torcí los labios, Leo se dio por vencido. Me puso una mano sobre el hombro, haciendo que dirigiera mi mirada hacia él de nuevo.

—Bueno. —Me dio un beso en la frente y me habló muy cerca de mi cara—. Cuídate, ¿vale?

Me estiré para darle un beso en los labios en respuesta. Le había pillado desprevenido, pero terminó mostrando una sonrisa complacida antes de darme un par de palmadas en el hombro y dirigirse hacia la puerta.

—¡Ni que no os fuerais a volver a ver! ¡Qué pesados!

—Calla, envidiosa —contestó Leo con indiferencia al pasar por delante de Eli.

—¡De envidiosa nada! —añadió Eli antes de salir detrás de él.

Me ponía feliz, sin duda, el hecho de que estuvieran de vuelta. Llevaban apenas un mes aquí, y se notaba mucho su presencia. Tanto que no sabía cómo me volvería a despedir cuando terminara el verano. Pensar en ello sólo me traía dolores de cabeza, así que me recosté en la pared e intenté despejar la mente mientras observaba los árboles bailando con el viento en la noche. Hacía calor, y el cielo oscuro estaba cubierto de nubes. Olía a lluvia, y a final; parecía que todo se fuera a caer sobre la tierra en algún momento. Temí que fuera así cuando escuché un fuerte ruido, pero provenía de dentro de la casa, así que no podía ser. Embargado por la curiosidad, me dispuse a averiguar qué había sido ese ruido. Me sorprendí al ver a Edelle a medio salir de la ducha a rastras, siendo olisqueade por Sucre. Miró hacia mí, y juraría que se le iluminó la cara al hacerlo.

La voz de las BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora