18- Las flores hablan sin voz

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Bia

Por fin había llegado Sant Jordi. El 23 de abril, en Cataluña, se celebra la Fiesta de la Rosa y el Libro. De una leyenda rancia de un caballero salvando a una princesa de las garras de un dragón, cuya sangre hace florecer una rosa, nació una tradición tan bonita como esa. Bueno, un poco rancia también, porque se supone que a las chicas les regalan rosas y, a los chicos, libros. Que le den a eso. Como soy no binaria, exijo ambos. Mi madre me compraba libros y mi padre y mi hermano me regalaban una rosa de las que vendían por el pueblo con decoraciones hechas a mano cada año. Esta vez, sin embargo, tuve una rosa más.

—No hacía falta, Eli —dije, mientras colocaba la rosa en el jarrón con agua en el que reposaban las otras dos.

—Si tú también me has comprado una —contestó mirando la suya, estando apoyada en el escritorio de mi habitación.

—Porque sabía que tú lo harías.

Me alegraba tanto, pero tanto, tanto, tantísimo de que no fuera realmente una traidora... Creo que casi ni se dio cuenta de los días que los chicos y yo pasamos intentando averiguar sus intenciones y evitando hablar con ella directamente, pero se me hizo extremadamente difícil. Tanto que, nada más apareció en el lago, yo ya le había perdonado, en realidad.

—Bueno, vamos a vestirnos para la fiesta, ¿no? —Me froté las manos mientras hablaba, impaciente por ponerme manos a la obra.

Sant Jordi era la fiesta favorita tanto del centro como de los pueblecitos que se repartían alrededor, incluido Arboleda. El colegio se convertía en un sitio repleto de familias, comida y música. No me solían gustar esas cosas, pero ese día era diferente. Además, el alumnado solía reunirse en sus aulas y estar a su rollo, y en la nuestra solía haber karaoke. Yo no quería cantar, pero ver a Heidy hacerlo siempre era divertido.

—Hay algo que te quiero decir antes, Bia.

Por su tono serio, detuve mi paseo hacia el armario. Me paré frente a ella, expectante. No parecía para nada contenta.

—¿Sí? ¿Qué pasa?

—Pues que esto no va a funcionar, pasa —Resopló y desvió la mirada unos segundos antes de devolver sus ojos dispares hacia los míos—. Mi familia me ha echado mil veces de casa en cuanto hago algo raro. Son cazadores y extremadamente estrictos, más aún conmigo, vete tú a saber por qué. Esto no va a ser diferente. Selena me pillará, y me echará, y tendré que irme de aquí.

Tragué saliva para darme tiempo y fuerzas para hablar.

—¿Qué quieres decir?

—Que esta vez me voy a ir yo. —Se acercó a la ventana de mi cuarto y reposó las manos en ésta. De repente, parecía decidida. Furiosa— Estoy harta de que me pillen. Si me tengo que ir, que sea por la puerta grande.

No estaba entendiendo muy bien lo que decía, seguramente porque no quería entenderlo.

—Entonces... ¿estás segura de que te vas a marchar?

—Siempre pasa lo mismo. ¿Por qué iba a ser diferente?

—Ojalá lo sea. De verdad, Eli, no quiero que te vayas.

Su sonrisa se formó decaída cuando me miró. Si le había pasado tantas veces, tal vez se había acostumbrado. Pero, ¿qué pasaba con la gente que se quedaba? Seguro que había hecho amigos muchas veces, o pareja. ¿Significaban algo para ella? Si se iba, ¿Me convertiría en una de esas muchas personas que habían pasado por su vida y ya? Ni siquiera podía recordar cómo eran los días sin Eli, aunque no llevara tanto tiempo aquí. No me creía que se fuera a ir. No dejaría que se fuera. Puede que ella hubiera perdido la esperanza, porque le había pasado más veces, pero haría todo lo posible para que esta fuera distinta.

La voz de las BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora