Tris
No sabía si pasaba lo mismo en los pueblos cercanos, pero en Arboleda siempre nevaba a mediados de Enero. Las clases se detenían durante los días en los que el cielo apenas descansaba y parecía que la nieve fuera infinita y no se fuera a detener nunca. Después, solían dejar un par de días para que la gente pudiera lidiar con los posibles desastres que la nieve causa en los edificios más viejos del pueblo y, luego, la escuela volvía a abrir sus puertas. Llevaba tres días encerrado en casa jugando al Monopoly con Mila y Leo, y juré que si pasaba un minuto más en la cárcel me iba a dar algo, y ni hablemos de si Mila volvía a embargarme todas mis propiedades y las de Leo.
La gente ya empezaba a salir de sus casas, los niños jugaban a tirarse nieve y el sol relucía como si no hubiera desaparecido durante días. Yo también quería salir, así que se lo hice saber a Leo mientras preparábamos el desayuno. Le tiré de la manga de su camiseta de andar por casa y, cuando tuve su atención, señalé la ventana.
—¿Quieres salir?
Asentí, poniendo cara de pena.
—¿Damos una vuelta? ¿Quieres que vayamos a ver a Bia?
En lugar de negarlo, saqué el reloj de arena de mi bolsillo.
—Ah. Vale. Iremos al lago esta tarde, si quieres.
Le cogí de los hombros con determinación para que me mirara atentamente. Hice ver que carraspeaba y abrí la boca mientras alzaba una mano en un puño. Leo abrió la boca también, pronunciando un "a" en voz muy baja. Puse dos dedos frente a mis labios y los separé. Él dijo "hache" esta vez. Formé una "o" con mis dedos y mis labios, y Leo dijo esa letra también. Me quedé unos segundos pensando en lo siguiente, hasta que me acordé de cruzar los dedos. "Erre", dijo, pero yo no hice nada, porque era complicado. Volví a alzar el puño, abrí la boca y Leo dijo "a".
—¿Ahora?
Puede que hubiéramos estado haciendo algo más que jugar al Monopoly. La verdad era que me gustaría al menos saber el alfabeto en lengua de signos, por si tenía que decir palabras cortas poco representables, así que le pregunté si quería aprender conmigo y con el libro que me regaló Eli y él accedió. Cuando pronunció la palabra que quería decir me puse feliz al ver que me había entendido y asentí. Él ladeó una sonrisa.
—Bueno, vale.
Así, después de desayunar, nos abrigamos exageradamente y nos dispusimos a bajar al lago. Fue considerablemente complicado, teniendo en cuenta los dos palmos de nieve y los chorrocientos escalones que nos separaban de nuestro objetivo. Tal vez me aferré al abrigo de Leo por la espalda como si mi vida dependiera de ello —que lo hacía, podía matarme fácilmente ahí—, y tal vez Leo tenía mucho más miedo de caer escaleras abajo que yo. Juraría que el camino era el doble de largo ahora. Ambos estábamos agotados cuando llegamos abajo, pero si bajamos fue por un motivo, y lo íbamos a cumplir.
—Vale, Tristán, escucha —me dijo antes de que me diera tiempo sacar el reloj—. Tienes que visualizarlo, ¿vale? Concéntrate en Laza. Sé Laza. No aguanto más sin que pase nada.
Entendía cómo se sentía, porque son sus amigos y ya hacía tiempo desde que las cosas se pusieron raras. No le comenté el asalto por parte de Marcos que sufrí, pero sabía que él también notaba la tensión, y el hecho de que Leo se hubiera convertido en alguien cercano a mí no es que ayudara demasiado en la relación del grupo de amigos. Por eso sabía que debía hacer algo con el tema de Laza y Melo, y estaba dispuesto a hacer todo lo posible para ello.
Me quité el guante de la mano izquierda, y Leo hizo lo mismo con el de la derecha. Saqué el reloj de arena y, cuando me quise dar cuenta, ya estábamos en el lago. Parpadeé repetidas veces cuando volví a sentir frío en mi cara, y lo siguiente que sentí fue la voz de Leo a mi lado.
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La voz de las Brujas
Fantasy¿Estás dispuesto a sacrificar tu vida a cambio de nada? Cuando a Tristán, un chico de diecisiete años que vive en un pueblo que parece estar apartado del resto del mundo, se le plantea esta posibilidad, no duda en aceptar la oferta. Con la ayuda de...