Tris
Leo es una bruja. Lo sé porque sólo las brujas pueden entrar al lago. Sabía que debía tener contacto físico conmigo de algún modo para poder acompañarme, sólo si era una bruja del Tribunal. Leo es una bruja, y lo sabe. Cuando salimos de ahí, quería interrogarle cuanto antes, pero se me adelantó con cara de asombro.
—¿Laza?
—No, imbécil —contesté con irritación.
Su cara de asombro se intensificó.
—¿¡Tristán!? —intentó no parecer tan incrédulo cuando mi expresión le dio a entender que era obvio que se trataba de mí—. ¿Puedes hablar?
—Pues claro. El que no puede hablar es Tristán, no Laza.
Unos segundos pasaron hasta que Leo pareció asimilarlo del todo. Acto seguido, me miró con una ceja alzada.
—No eres tan hostil con la libreta.
—¿No me digas? Pero ese no es el caso ahora, no me líes. —le señalé hasta ponerle el índice en el pecho acusatoriamente—. ¡Bruja!
Resopló y apartó mi mano.
—Sí, bueno, ¡Sorpresa! —alzó las manos y las movió con entusiasmo obviamente fingido, y luego volvió a su expresión habitual—. Lo he sabido por un tiempo, pero no creí necesario que lo supieras. Y me parece que ese no es el caso ahora tampoco. ¿Qué haces en el cuerpo de Laza?
Fue justo en ese momento cuando escuchamos pasos aproximándose. No me había dado tiempo a fijarme, pero probablemente esa no era la habitación de Laza. Que, por cierto, no había tenido tiempo tampoco de mirarme al espejo para comprobar que era el chico de pelo corto y rojizo y muy pocas neuronas, pero confiaría en Leo.
—¿Qué hago? ¿Dónde me escondo? —preguntó Leo en susurros, alarmado.
—Tranquilo, no puede verte ni escucharte —contesté, también en un tono bajo.
La puerta se abrió por fin y dejó entrar a Heidy, la novia de Laza. Del grupo de Jime, era la que le caía menos mal a Bia, tal vez porque era seria y callada como ella, al menos en público. Su pelo, negro como el carbón, caía lacio hasta por encima de sus hombros. Siempre llevaba pantalones militares y sudaderas cortas, y un chicle o un caramelo en la boca. Era guapa, inteligente y amiga de sus amigos. Aunque nadie del pueblo que no fuera de su grupo veía algo de eso, porque era la única asiática de toda Arboleda. Y ahí se quedaba, en "la china". Nadie se atrevía a decírselo a la cara porque, según tengo entendido, le partió la nariz al único que lo hizo una vez. A los ocho años, si no me equivoco. La gente seguía pensando que sabe kung-fu, pero la realidad es que el niño se fue a dar justo con la pared y que ellos son bastante racistas, según Bia.
—¿Qué haces ahí de pie? ¿Vas a algún sitio?
Sin apenas mirarme, se tumbó en la cama e hizo una burbuja con su chicle para luego petarla, todo sin despegar la mirada de la pantalla de su móvil.
—¿Yo? Eh... qué va.
—¿No habías quedado con Melo?
Sabía que Heidy y Laza no eran los más cariñosos en público, pero siempre había imaginado que en privado sería distinto. Sin embargo, al parecer estaba equivocado.
—Sí, sí. Ya me marcho.
Miré el reloj de arena disimuladamente. Aún quedaba rato. Tal vez lo que debía hacer era en casa de Melo y no de Heidy. Las siguientes palabras de Heidy, pero, me hicieron replantearme toda la situación. Parecían bastante fuera de lugar, pero puede que estuviera aquí precisamente por ellas.
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La voz de las Brujas
Fantasy¿Estás dispuesto a sacrificar tu vida a cambio de nada? Cuando a Tristán, un chico de diecisiete años que vive en un pueblo que parece estar apartado del resto del mundo, se le plantea esta posibilidad, no duda en aceptar la oferta. Con la ayuda de...